La autoestima es una experiencia íntima: es lo que pienso y siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente otra persona acerca de mí. Mi familia, mi pareja y mis amigos pueden amarme, y aun así puede que yo me vea como alguien insignificante. Puedo proyectar una imagen de seguridad que “engañe” a todo el mundo y aun así temblar por mis sentimientos de insuficiencia. Puedo satisfacer las expectativas de otros y aun así fracasar en mi propia vida. Puedo ganar todos los honores y aun así sentir que no he conseguido nada. Muchas personas pueden admirarme y aun así me levanto cada mañana con un sentimiento de vacío interno. Conseguir el éxito sin lograr una autoestima equilibrada es condenarse a sentirse un impostor y a sufrir esperando que la verdad salga a la luz.

La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tampoco la erudición, ni las posesiones materiales, las conquistas sexuales o la cirugía estética. La autoestima actúa como el sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos fortaleza y capacidad de recuperación. Una baja autoestima vulnera nuestra resistencia ante los problemas de la vida. Si no creemos en nosotros mismos el mundo es un lugar aterrador.

La autoestima es un termostato emocional que modula el impacto de emociones negativas, evitando que se extiendan al resto de la vida. Es probable que un éxito o un fracaso en un sector tengan consecuencias en los otros. Un desengaño amoroso acarreará una vivencia de pérdida de valor personal. A la inversa, un éxito en un campo determinado puede beneficiar la autoestima.

¿Quién soy?¿De qué soy capaz? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás o siento que no puedo ser querido, valorado y amado? ¿Siento una brecha enorme entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy?

Existen vínculos estrechos entre los problemas de autoestima y la mayoría de los trastornos psíquicos: depresiones, ansiedad, recurso al alcohol, a las drogas, trastornos alimentarios (bulimia, anorexia) y, más generalmente, vulnerabilidad ante los acontecimientos vitales traumatizantes.

La crianza consiste en dar a un hijo primero raíces (para crecer) y luego alas (para volar). En las primeras relaciones un bebé puede experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección que los infantiliza. Padres que dan pescado en vez de enseñar a pescar. Otros niños están subprotegidos, es decir sobreexigidos.

Algunas personas realizan enormes esfuerzos para proteger la autoestima: negación de la realidad, evasión, agresividad hacia los demás, sacrificando diversos aspectos de la calidad de vida y se torturan ante exigencias por expectativas propias y ajenas.

La construcción de la autoestima requiere considerar tres perspectivas. La primera se refiere al nivel singular. En el extremo opuesto está la perspectiva universal que engloba las características comunes al género humano. Hay un nivel intermedio que detecta elementos comunes a sujetos que comparten cierto bagaje cultural.

La crisis de valores no es sólo la de los valores heredados de las confesiones religiosas, sino también la de los valores laicos que les sucedieron (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). En un mundo fascinado por el éxito individual, el rendimiento y la excelencia, hay tensiones muy fuertes entre las imágenes ideales y la realidad de lo que se vive. Algunos actúan como si los únicos valores fueran el poder económico, el estatus profesional o el reconocimiento mediático.

La autoestima se lesiona cuando la sociedad “maltrata” al sujeto y se desmantelan soportes que fundan el reconocimiento colectivo. ¿Cómo recuperar una credibilidad apuntalada por valores compartidos y compartibles? La falta de brújulas éticas tiene consecuencias en la autoestima.

Lula afirmó, al concluir su mandato en 2010, que su principal logro había sido que “en Brasil, las personas recuperaron la autoestima [...]El legado que quiero dejarles es la certeza de que no hay un ser humano inferior a otro”. Las tres claves de su éxito fueron: el equilibrio político, la cautela en materia económica y la osadía en el plano social para reducir las desigualdades mediante programas educativos. Considerar los condicionamientos sociales aporta un esclarecimiento particular sobre los conflictos “personales”. Vivimos en un cóctel cuyos ingredientes son las condiciones sociales, psicológicas, culturales y familiares. Estamos sumergidos en una crisis multidimensional (política, social, económica y ética). Esperemos que nuestro futuro gobierno pueda lograr, como Lula, que en nuestro país “las personas recuperaron la autoestima”.

Luis Hornstein es médico psicoanalista. Premio Konex de Platino en psicoanalisis, década 1906-2006. Su último libro es Ser analista hoy (Paidós, 2018).