En el marco de Encuentros del Otro Río, que se celebra hoy en el Galpón de la Música (Estévez Boero 980) a partir de las 17 (ver recuadro), se presentará El Robot bajo el Agua, el grupo de culto que integra Nicolás Kramer, luego de una distancia discográfica que alcanza los nueve años con la aparición reciente y virtual de El lado velado, sexto disco de la banda que integra junto al productor Norman Mac Loughlin.

“Mi modo de hacer música siempre estuvo ligado a un deseo y una necesidad como motor, la expectativa nunca estuvo puesta en el afuera; de hecho, en el componer, el grabar y demás, respondo a tiempos internos que a veces se toman lapsos que suenan excesivamente largos, o donde pareciera que dejé de tocar o desaparecí. Pero la dinámica fue siempre esa”, explica el músico a Rosario/12.

Referente de la escena independiente con El Robot bajo el Agua y Jaime Sin Tierra –agrupación recientemente revisitada y ahora en stand-by-, Kramer viene a Rosario por primera vez y hace posible que el vínculo con su público tenga una oportunidad nueva, así como lo deseaban muchos seguidores, cautivados por una música que nunca escucharon en vivo. “Mis discos siempre estuvieron atravesados y sostenidos por la autogestión. Mirando mi carrera en retrospectiva, tomando también los años de Jaime sin Tierra, se vivió un poco esta transición de lo analógico a lo digital, que fue haciendo llegar la música a un montón de personas y lugares a donde antes no lo hacía. Por planteártelo en extremos: hace 20 años, cuando empecé a tocar, llevaba los discos grabados por nosotros en una mochila a las disquerías, para dejarlos en consignación. Ahora, el último disco que sacamos no tuvo edición física y está teniendo una repercusión y un alcance insospechado y exponencial”, agrega.

—Evidentemente, lo que liga sensibilidades es ese motor al que aludías.

—El motor por suerte sigue siendo ése y la expectativa, si es que la hay, es una necesidad interior. La búsqueda no pasa por la repercusión, sino por el hecho de estar muy conectado con uno mismo, en el sentido de estarlo con la creatividad y la posibilidad de tener algo para decir. Eso es algo que para mí queda sujeto a las cosas que me van pasando en todas las áreas de mi vida, mucho más allá de lo musical. Con el correr de los años, he tratado de hacer cada vez menos fuerza en el modo de componer. No perseguir una carrera, porque creo que la carrera se va construyendo por el material que va saliendo, y ser muy respetuoso de si realmente hay hilos de los cuales tirar. Hay algo que siempre aparece intuitivamente en mi modo de componer; si eso está, los discos van cobrando forma con sus propios ritmos, lo cual no excluye que una vez que el material empiece a estar, lo trabajemos y esté la energía muy disponible para eso, pero realmente no estoy en ningún momento persiguiéndome a mí mismo ni machacándome para construir una carrera ni para forzar las cosas, nunca lo hice y mucho menos ahora, cuando creo que estoy humildemente bastante de vuelta de un montón de cosas.

—¿Qué anida en El lado velado?

—Para mí, los discos se nutren de un montón de otras áreas de búsquedas de mi vida, ligadas al estudio y prácticas de disciplinas espirituales. Soy una persona muy interesada en todo lo que tenga que ver con el manejo de la energía, me interesa profundamente la psicología, me dedico y estudio esas áreas por fuera de la música, y todo lo que esas otras áreas van trayendo decantan en la forma de canciones. Este disco es el resultado de muchos años de investigación y de estudio en esas áreas, y tiene la particularidad de haber sido un lapso llamativamente largo entre un disco y otro, algo que se dio por cuestiones naturales, espontáneas. A los discos no los busco ni persigo, cuando empiezan a tomar forma procuro reunirme con gente afín que pueda ayudarme a plasmarlos. En lo personal fue un período de unos siete años, de mucho movimiento, de mucho mirarme a mí mismo en perspectiva. Fueron los años de volver del exterior, y me tocó reencontrarme con mi propia historia, con todo lo que había vivido, transitado y construido viviendo en Buenos Aires, y al mismo tiempo con la experiencia traída de vivir afuera. El disco está atravesado de todo esto.

-El disco no sería sin la sensibilidad compartida con Norman Mac Loughlin, ¿no?

-El proyecto funciona en co-creación con Norman, lo que yo aporto son siempre maquetas, ideas, hilos de los cuales tirar y seguirles la pista. En ese sentido, con Norman -quien también produjo el disco anterior: A dolores que percibió la grandeza (2010)- nos complementamos muy bien. Por un lado compartimos un lenguaje, una estética de la música, y al mismo tiempo nos complementamos en cuestiones en las cuales él conoce mucho más que yo, por ejemplo en lo estrictamente técnico y lo ligado a la producción y sonido final del disco. El disco de ningún modo sería lo que es sin el enorme aporte y producción de Norman, quien sabe tomar e interpretar las ideas que yo les llevo en un estado muy de semilla, y él ayuda a que progresen hacia lo que termina siendo el resultado final. Es muy gratificante trabajar con él.