¡Miracolo!, ¡miracolo! claman las viudas de la city. Por primera vez en tantos años, el dólar se mantuvo plano e incluso bajó unos puntos. Pero el prodigio no provino del Santo Padre ni de una razón evangélica. A los controles cambiarios se sumaron los poderosos señores exportadores de granos que fueron tan beneficiados por el gobierno de Mauricio Macri pero a quien, desde su supremo egoísmo olímpico, le negaron bajar el dólar cuando lo necesitó. Los empresarios de la industria, incluso los de capital concentrado perdieron fortunas con el gobierno neoliberal que ayudaron a instalar. Sus acciones en Wall Street bajaron casi a la mitad y perdieron cientos de millones de dólares. Pero cuando el jueves, el presidente electo Alberto Fernández dijo la frase elemental y casi de compromiso: “todos vamos a tener que poner algo para salir de esta crisis” volvieron los ceños fruncidos.

Resulta por lo menos desalentador que después de tanta frustración estos sectores que controlan la economía mantengan esa incapacidad de pensar a mediano plazo, de darse cuenta de que no son posibles los proyectos aislados, que siempre se trata de un esfuerzo conjunto. Los tipos van a la ganancia rápida y en el menor tiempo, expresión de un capitalismo primitivo de rapiña que se come a la gallina y después se queda sin nada.

El mismo gobierno de Cambiemos fue expresión de esa lógica muy visible en el descaro con el que Macri favoreció a sus empresas. Apenas asumió anunció que iba a financiar el soterramiento del Sarmiento que debían realizar su empresa y la brasileña Odebrecht. Eran más de mil millones de dólares.
Es un ejemplo, nada más, que se repite con la mayoría de los miembros del gabinete. Mientras a esas empresas les iba bien, los índices macro fueron un desastre durante los cuatro años. Pero la performance del macrismo no fue un hecho aislado. Fueron dignos representantes de la lógica de la clase empresaria que representaron. La UIA podrá quejarse, pero ellos son corresponsables de la tragedia de estos cuatro años, igual que los empresarios del campo.
Tarde para Macri llegó la paz al dólar. Les dio todo lo que pidieron: les sacó y bajó las retenciones y levantó los plazos para liquidar sus exportaciones. En respuesta, jugaron a especular todo el tiempo con el dólar. Ni siquiera aflojaron cuando el macrismo estaba desesperado porque la divisa norteamericana se disparaba y las encuestas les decían que si paraban el dólar podían ganar las elecciones.
La demostración de que podían hacerlo se verificó esta semana cuando se produjo un récord histórico de liquidación de la cosecha actual y la futura. Los exportadores se lanzaron a liquidar a la desesperada por el temor de que Alberto Fernández reinstale las retenciones.
El jueves, en el cierre de la 25° Conferencia de la Industria, el titular de la UIA, Miguel Acevedo, le recriminó a Macri que durante su gobierno la industria cayó casi el 20 por ciento y que más de 150 mil obreros quedaron en la calle. Se quedó corto, pero sus palabras resonaron como una amarga despedida para Macri, que se encontraba en el acto. Ni siquiera hubo la acostumbrada foto del presidente con el representante empresario.
En la cultura del neoliberalismo, el discurso que los empresarios quieren escuchar de los gobiernos es el que los reconoce como los únicos formadores de riqueza y en consecuencia tienen que concederles todos los beneficios. No hace falta ser marxista ni clasista ni trotskista para reconocer que no son los únicos y que, en todo caso, la creación de riqueza es el resultado de un esfuerzo conjunto.
El mismo empresario se beneficia con buenas políticas públicas y con el esfuerzo de sus empleados y trabajadores. El neoliberalismo, como ideología funciona como una especie de anteojera que le impide constatar esa realidad con la que cohabita. Y entonces reclama que si quieren que invierta, tiene que recibir todos los beneficios, exenciones impositivas, salarios bajos, privilegios estatales y demás. Pero entonces, de la misma manera los trabajadores pueden decir que si no reciben un salario digno, no trabajan. Y el Estado, que si no cobra impuestos, no puede diseñar herramientas de políticas públicas.
Eso quiso decir Alberto Fernández en su discurso en la Conferencia de la Industria. Algo tan simple como que “todos tendremos que poner algo para salir de la crisis”.
Cuando habló Macri, la mitad de la sala estaba vacía. Fue una situación difícil para el presidente que se va con un terrible fracaso a cuestas. Es difícil interpretar el desaire de los empresarios. La mayoría de ellos lo votaron y lo militaron con entusiasmo. Están enojados con Macri, pero no porque cambiaron de idea, sino porque Macri puso en evidencia que esas ideas llevan al desastre.
Macri fue el presidente estrella del neoliberalismo. Y Chile el país del paraíso neoliberal. Dos paradigmas del discurso empresario. Maravillas de la creación. Y los dos estallaron en fracasos desdichados y memorables.
La dinámica de los empresarios del campo, del que un sector hizo circular un video amenazando al presidente electo con acciones violentas si volvían las retenciones, tiene una connotación más inquietante. Es un sector donde los verdaderos intereses están en las diez o quince grandes exportadoras. Los productores más grandes, representados en la CRA, o en la Sociedad Rural, en realidad funcionan como voceros de estas grandes empresas.
El gobierno de Macri les dio todo lo que pedían. En la Sociedad Rural, Macri era ovacionado. Sin embargo, cuando necesitó ese respaldo con relación al dólar o a la liquidación de las exportaciones, cada quien jugó por la propia. Escupieron en la mano que les daba de comer. Es un sector desarticulado donde conviven diferentes intereses pero que hablan en función de los intereses más poderosos, que son las exportadoras, que nunca dicen nada. Es un sector que busca identificarse con una idea de patria y campo, pero que no actúa en relación con esa idea, quizás porque los intereses que hegemonizan ese colectivo están muy relacionados con empresas trasnacionales.
No hay en perspectiva ningún gobierno que pretenda destruir la actividad agropecuaria ni industrial, pero estos dos sectores empresarios aparecen cerrados en una visión del mundo que restringe su protagonismo en políticas de conjunto para el crecimiento.
La cerrazón ideológica sectaria del mundo empresario es un problema para el gobierno inminente de Alberto Fernández. Un encierro que es estimulado por el neoliberalismo que en Argentina sólo ha dejado malas experiencias. Se trató de imponer un relato contrario, pero las experiencias catastróficas que dejaron los gobiernos de Carlos Menem, Fernando De la Rua y esta última de Mauricio Macri rechazan en forma inapelable ese intento de manipulación histórica.
El neoliberalismo genera desigualdad. No solamente entre los habitantes de cada país, sino también entre países. El mundo empresario que se favorece en principio con esos lineamientos salvajes que favorecen a los más ricos crean sociedades tan desiguales que tienden a la inestabilidad permanente.
En ese esquema, los empresarios que quedan en los países considerados pobres en esa división internacional, se alienan con una ideología como si estuvieran en los países ricos. Macri demostró que esa cultura de saqueo y competencia salvaje resulta suicida, no ya solamente por la inestabilidad, sino porque además termina por destruir la actividad que lo sostiene.
La mayoría de este sector fue muy favorecido por los gobiernos kirchneristas, aunque digan que no, que solamente los primeros años, lo cierto es que aún con la crisis internacional que se desató a partir del 2008, los empresarios argentinos se favorecieron con gran cantidad políticas públicas que les permitieron mantener su actividad y ganar dinero.
Sin embargo, gran parte de esa mayoría que se favoreció, fue enemiga de los gobiernos que la favorecieron y promotora de los gobiernos que la fundieron. La experiencia funesta que deja Cambiemos tendría que servir para la reflexión de estos sectores que, en principio, tienen que aceptar que esa forma de pensar los convirtió en corresponsables del fracaso que están sufriendo en carne propia. Por lo menos, tienen que aceptar que el neoliberalismo no es palabra santa y abrirse a un proyecto de país más integrado y equilibrado.