Boca es un cabaret en el que danzan patéticamente halcones y palomas, a una semana de las elecciones. Juegan los futbolistas, los ex futbolistas, los que están en el club, los exiliados, los que quieren transformarlo todo, los que no quieren que cambie nada, los periodistas asalariados, los políticos desocupados, los operadores en las sombras y los vendedores de humo. En el mismo lodo, todos manoseados.

Ameal levanta la bandera de Riquelme para terminar con el macrismo, Riquelme no se mete en política porque siempre fue mediocampista pero quiere liquidar a Angelici. Maradona odia a Macri, pero también a Riquelme y entonces hace declaraciones que benefician a Angelici, porque en el fondo de su alma sueña con ser alguna vez el DT de Boca. Beraldi dice que si gana lo lleva Batistuta de manager y que eso va a ser un golazo. Gribaudo amenaza con Palermo. 

Los amealistas van a la cancha con caretas de Riquelme, los oficialistas caretean con que eso pude generar violencia y las caretas terminan en el piso, Massa opera sobre Riquelme, el Coti Nosiglia va de acá para allá y de allá para acá. Alfaro quiere saber qué trole hay que tomar para seguir, pero parece que no sigue porque el equipo había insinuado hace una semana que podía jugar bien, pero rápidamente volvió a la normalidad.

La barra brava convenientemente adornada por el oficialismo, canta dale Boca para que los demás no canten Angelici botón y utiliza tácticas para ocupar los espacios mejor de lo que lo hace el equipo en la cancha. La mitad de la barra se queda en su lugar original, detrás del arco de Casa Amarilla y la otra mitad se va a la segunda bandeja detrás del arco del Riachuelo a silenciar a los rebeldes. Es que de ahí suelen empezar los cantitos de apoyo a Ameal a través de Riquelme. Pero no pueden tapar los gritos. 

Todo es tan confuso que cuando la gente corea el nombre de Riquelme a los 40 minutos del segundo tiempo no se sabe si están protestando por cómo juega el equipo (ocurría con la Selección; cuando jugaba mal la gente cantaba por Maradona), está homenajeando al ídolo o están adelantando su voto para el domingo que viene. 

Falta apenas una semana para las elecciones y el presidente de la Nación ya  despreocupadísimo del país que deja, tiene tiempo para meditar qué se puede hacer. El sillón de Rivadavia ya lo perdió, pero piensa que si también pierde el de Pancho Varallo sería demasiado.