Las redes que armamos y desarmamos a lo largo de la vida conllevan un valor y un poder capaz de generar otras maneras de sensibilidad, otros modos de juntarnos. Son entramados que resignifican roles tradicionales para trasladarlos a otras estructuras afectivas. Redes que no se alejan de las complicaciones que traen aparejadas los vínculos biológicos, pero que tampoco las niegan, sino que las asumen. Espacios en los que nos fortalecemos y nos reconocemos. Porque no siempre es posible acudir a los vínculos biológicos, a las bases, al lugar de origen o a la descendencia: a veces esos espacios están repletos de ausencia. O, sencillamente, no hay nada en común con los vínculos de sangre más allá de lo genético y eso no alcanza para sentirse parte de una familia.

Entonces, los sentidos familiares se buscan, se eligen, se descubren, se generan y son fundamentales para enfrentarse a un día a día las más de las veces hostil, donde el amor se esconde o se vuelve arisco.

Y en esa fuerza y compromiso reside la politicidad de estos nexos: Qué proyectos de vida se decide llevar adelante y cuáles no, en qué momento y con qué consecuencias. Y es ahí cuando se trata de diseñar configuraciones de un modo sólido y responsable que implica, además, bancar el lado B. Una ida y vuelta, un compromiso adquirido para colectivizar afectos como formas posibles de expandir la idea de parentesco, de cuidado recíproco, de pertenencia.
Las redes que se tejen contemplan refugio en el sentido más amplio. Son ecosistemas que devienen más reales y concretos cuando quienes los conforman se comprometen a responder a la demanda del día a día: cuidado, protección y contención emocional.

En esta coyuntura, el refuerzo de los vínculos de contención —y nada líquidos— aparece como una de las pocas certezas. Se cristalizan redes que no temen poner cuerpo y mente en situaciones que exceden lo cotidiano y responden a las excepciones, están presentes en lo problemático, porque sus integrantes se saben ajenxs o expulsadxs de las estructuras tradicionales que se suponen preponderantes.


Los parentescos


“¿Qué hace familia?”, se interpela Cecilia Sibilia, psicóloga, terapeuta familiar, e invita a salirnos de la determinación biológica de los vínculos de parentesco para pensar que los vínculos se construyen en la experiencia afectiva con otro, con otra. Dice Sibilia: “Tener un hijo o una hija no es condición suficiente para transformarse en padre o madre, porque lo que nos hace madre o padre tiene que ver con las acciones del maternar/paternar/ahijar. Esas acciones son acciones fundamentalmente de cuidado, protección y regulación emocional”, y subraya que pueden ser redes de cuidado que no necesariamente se formen alrededor de la crianza de niñes y adolescentes, sino también adultos que se cuidan y acompañan entre sí. Sibilia continúa: “Pero esto, que puede sonar bastante idílico en algún aspecto, implica de quienes se embarcan en este proyecto un compromiso a largo plazo que en algunas circunstancias puede ser difícil de sostener. Estas configuraciones familiares proponen nuevos órdenes micropolíticos hacia adentro, nuevos regímenes de sensibilidad y de visibilidad. Y al mismo tiempo nuevos desafíos. ¿Cómo compartir los cuidados cuando no se vive bajo el mismo techo? ¿Qué pasa cuando alguno o alguna de los adultos no sostienen el compromiso inicial? Los nuevos modos de vivir en familia, aunque más abiertos, flexibles y singulares, no están exentos de padecer sus propios conflictos y sufrimientos”.

“Hoy estamos en una coyuntura caliente en la que se disputan nuevos sentidos sobre qué es una familia y qué queremos para nuestros vínculos amorosos y cotidianos”, señala Isabella Cosse, historiadora e investigadora de CONICET/UBA. Y continúa: “El parentesco siempre ofreció una red de posibilidades que los sujetos podían activar o no. Estamos en un momento de cruciales discusiones sobre cómo se define quién integra mi familia. Somos más conscientes que nunca de que los lazos basados en el parentesco biológico son solo una vía para definir la pertenencia. Incluso, para muchas personas, resulta legítimo rechazar esos vínculos surgidos del parentesco biológico en función de la propia elección, de la valoración sobre lo que cada quién quiere para sí misma en las relaciones familiares”. El rechazo de ciertos vínculos se vuelve político, como en casos en donde existen violencias, en hijes que deciden huir de la estructura heredada, romper el molde, o en la determinación de hijas de represores de repudiar esos vínculos: “Situación en extremo paradigmática de la politicidad de disputar con la familia biológica que se expresa en la decisión simbólica y jurídica de cambiarse el apellido”, puntúa Cosse.


Las tribus
Las elecciones de los vínculos con quienes pasamos nuestro tiempo y construimos nuestra vida apuntan a buscar otras maneras de nombrarse y de reconocerse. Rocío Tirita, cantante de Sudor Marika, dice: “Tal vez habría que preguntarse si la mejor palabra para nombrar todo eso que pasa entre nosotres es ‘familia’. No solo pienso en quienes conformamos Sudor Marika sino también en todas esas otras existencias exiliadas de la heterosexualidad obligatoria para quienes eso que se nombra como ‘familia’ muchas veces es una institución que propicia asfixias, expulsiones, hostilidades, daños, tristezas, sanciones. Una institución enemiga del vértigo, de lo imprevisible, de lo desviado. Algunes de quienes vivimos por fuera de la heteronormatividad intentamos inventar otras formas de vincularnos porque fuimos también testigues de los daños que producen esos deseos de normalidad que la familia tradicional custodia”.

Julieta Saulo, psicóloga social, puericultora y coordinadora del Observatorio de Violencia Obstétrica, hace hincapié en la idea de que las familias son pequeños núcleos de resistencia: “Sobre todo las familias que criamos bebés muy pequeños en un mundo que es cada vez más hostil y está cada vez más enfermo, donde las infancias no tienen lugar. Rearmarnos y reorganizarnos en tribus, priorizar la afinidad y generar empatía a través de las experiencias que nos atraviesan creo que tiene que ver con dejar de ser pequeños o grandes átomos aislados y poder formar y conformar una urdimbre potente, gozosa y revolucionaria”, arriesga.

Las redes


Desde Barcelona, la artista argentina Flor Vent cuenta que al recibir la propuesta de Las12 para pensarse en torno a este tema, conectó de inmediato con una investigación que había hecho hacía unos pocos días sobre mitología. En esa lectura encontró una resolución poética de un mito que decía “una red invisible de finísimos hilos de oro”. El mito hablaba de Venus –diosa del amor– y de sus encuentros sexuales con Marte –dios de la guerra– y de cómo Vulcano –dios del fuego y esposo de Venus– había creado esta red para atraparlos. Luego venía la humillación y la huida, pero a Flor le gustó especialmente la parte de los finísimos hilos de oro que ninguna persona podía romper. Y fue a partir de esa lectura que Flor –que vivió en trece casas en menos de cuatro años, incluyendo dos países– pensó en sus redes, las que fue armando desde que se fue de Argentina y que la ayudaron a reconocerse primero viajera y después migrante. Las describe como redes elásticas de encuentros circunstanciales, de amigas que luego siguieron su viaje, de personas que estuvieron ahí en momentos demasiado importantes y de las que, luego, rara vez supo. ¿Cómo se tejen las redes cuándo el territorio donde asentarse no es siempre el mismo? “Supongo que construyendo nuevos hogares, reconociéndote vulnerable y sola y encontrándote con otras, probablemente también migrantes, que también hablen del hogar en su discurso”.

Rocío define sus propias redes y dice que Sudor Marika es una trinchera amorosa. “Un respiro entre tanto deseo de normalidad. Un territorio lleno de tensiones, discusiones, proyectos. Una plataforma de despegue para lo impensado. Apostamos a ensayar alianzas con quienes sentimos que hay algo que compartir. Así como no vamos obligades a una reunión familiar para quedar bien, tampoco forzamos afinidades donde no las hay. No hay nada que impostar. Ojalá eso que se llama ‘familia’ sea más un espacio para las ternuras, abrazos y cuidados, y menos un terreno fértil para las violencias, abusos y expulsiones. Ojalá podamos seguir inventando otras formas de estar con otrxs y otras palabras para nombrar provisoriamente a esos intentos. Lo que es inextinguible es la necesidad de inventar espacios. ¿Cómo soportan las injusticias y crueldades de este mundo las sensibilidades que no encuentran en la institución ‘familia’ un cobijo?”.

De lo que se trata es de permitirse repensar las estructuras heredadas o armar la propia, desligarse de los mandatos y construir las redes que necesitamos, poniendo el acento en resistir y atravesar juntxs ternuras y ferocidades. Porque cuando la intemperie se impone y la estructura familiar se desdibuja transformándose en carencia aparece la necesidad de buscar a la manada. No se trata de sacralizar este tipo de lazos sino de ponerlos en práctica. Ir más allá y conformarse “familia” desde el cuidado y el amor. Es allí donde otras ideas de lo que seguimos llamando familia aparecen como potencia política. Porque, aunque es una palabra insuficiente, sigue definiendo al grupo de personas con el que elegimos unirnos, sumarnos y atravesar la vida juntes para que sea más vivible. Desde su trinchera musical, Sudor Marika canta: “El viento sopla y nos amontona…”. Hacia allá vamos.

 

 

Una vagancia notable

Por I Acevedo*

Hace poco nos invitaron a dar una charla sobre xaternidades LGBTIQ+, y acordé con mis compañeres algunos puntos. 1) Lo central no es la "particularidad" de ser xadres LGBTIQ+. Lo central son las muertes y ataques que sufrimos en medio de esta ola fascista. 2) También, en una charla frente a personas cis, podemos vernos en la desafortunada situación de estar contándonos para alimentar el morbo ajeno. Deberíamos preguntarnos en qué lugar quedamos parades al narrarnos frente a gente cis. 3) Tal vez podríamos problematizar de qué manera, aún siendo disidencias, reproducimos con nuestres hijes el modelo que nos daña. 4) O podríamos imaginar cómo nuestra forma de llevar adelante esas f amilias está cambiando el mundo.

Hoy me gustaría problematizar el punto 4. Se me ocurre algo que suena provocador, y es que no deberíamos imaginar nada. Para empezar, la palabra “familia” es una palabra demasiado ligada a la reproducción del sistema. Yo evito decirla. Cuando pienso en mis afectos nos autodenomino “la vagancia”, porque vagamos juntes en el mundo. E imaginar nos sitúa en el futuro. Pero vivimos en el presente, y un presente muy duro. Butler, al explicar la identidad de género, dice: “La insistencia y proliferación (de identidades que no encajan) otorga grandes oportunidades para mostrar los límites y los propósitos reguladores de ese campo de inteligibilidad, y, por lo tanto, para revelar, dentro de los límites mismos de esa matriz de inteligibilidad, otras matrices diferentes y subversivas de desorden de género”. La matriz de inteligibilidad de la que habla es el sistema heterocispatriarcal. Y el sistema se lee en un momento dado, y es hoy. En efecto, somos la “vagancia notable” que rompe los moldes. No pretendemos imaginar “un mundo sin géneros, de géneros grises o un mundo donde haya tantos géneros como personas”, como muchas personas creen. Porque esta propuesta lo que hace es destruir la potencia con que horadamos el sistema.

La potencia subversiva se da en nuestra manera de vivir en el interior del sistema agujereándolo desde adentro. Eso ocurre ahora, no en el futuro, que no podemos saber cómo será. Cualquier invitación que nos tiente a pensar en el futuro no hace más que distraernos de un presente de lucha constante que requiere de nuestra indefectible presencia aquí y ahora.

Por otro lado, complacernos en “las nuevas familias que creamos”, puede sonar maravilloso, pero lo cierto es que implicaría, no solo una distracción del presente sino también la construcción de lineamientos que, en última instancia, podrían ser expulsivos de otras formas de vida que muy seguramente existen y existirán y que hoy tal vez ni siquiera conocemos. Me inquieta bastante, cuando escucho la palabra “comunidad” para referirse a un colectivo LBGTIQ+ determinado, que la comunidad es un espacio cerrado que puede ser expulsivo de algunas identidades.

Hacia dentro de la idea de familia, la imaginación se plasma en una educación colonizante que va desde el más poderoso al más pequeñx. Yo no puedo creer que mi hije es una hoja en blanco que voy a llenar con lo que imagino mejor. No puedo creer que por propia “decisión” (palabra neoliberal que nos pinta como consumidores calculadores que eligen productos en una góndola), le “enseño” algo a mi hijo. Con afecto le muestro cosas que él sumará a otras cosas aprendidas con otres, y a un cúmulo de cosas que él ya trae por su cuenta. Eso provocará en él cambios imposibles de imaginar y calcular por mí.

¿Alguna vez se preguntaron por qué les niñes corren tan rápido, por qué construyen sus casas con trampas donde lxs grandes no pueden entrar? ¿Por qué les da orgullo hacer las cosas por sí solxs? ¿Por qué chillan cuando no les dan lo que quieren? ¿Por qué se niegan a usar cuchillo y tenedor? Lo hacen para salir al mundo, para escapar de nosotres, porque somos lxs poderosxs. No aguantan nuestras reglas que, por más decontruides que estemos, de seguro contienen rastros de la heterocisnorma que tanto denostamos.

Varias veces, saliendo para una marcha le dije a mi hijo con vehemencia: Poder manifestarnos es todo lo que tenemos. Si no tenemos esto, no tenemos nada. Ocupar la calle aquí y ahora, reclamar como vagancia notable. Ese es el mejor refugio que les podemos dar a nuestres hijes.

*Editor y profesor de español y literatura. Publicó los cuentos Trilogía canina (los-proyectos, 2015), Jajaja (Mansalva, 2017) y Late un corazón (Rosa Iceberg, 2019); las novelas Una idea genial (Mansalva, 2010) y Quedate conmigo (Editorial Marciana, 2017) y el ensayo Horas robadas al sueño (Eloísa Cartonera, 2018).


 

En clave feminista

Por Laura Fernández Cordero*

¿Cuánta tradición hay en la novedad? ¿Cuánto antecedente en la primicia? Las transformaciones en las relaciones afectivas y familiares actuales se nutren de una historia que va mucho más allá de los célebres años sesenta. La primera parte del siglo XX argentino guarda una gran cantidad de hitos que cuestionaron las bases de la familia patriarcal y el amor romántico. Ya a fines del siglo XIX encontramos anarquistas denunciantes de la hipocresía matrimonial y proclamadores del amor libre con sus compañeras acuñando el “Ni dios ni patrón ni marido”. E ironizando, por las dudas, que mucha “anarquía y libertad”, pero “las mujeres a fregar”. Universitarias con pie firme en los claustros escribiendo tesis sobre el feminismo y la fisiología del útero, mientras el siglo despunta. Sufragistas reclamantes del voto y de los derechos civiles. Auspiciantes del librepensamiento que combaten el oscurantismo clerical y agitan la renovación de las ideas. Feministas que abogan por educación sexual y postulan derechos para la niñez. Socialistas que reclaman la ley de divorcio ochenta años antes de que al fin fuera sancionada. Admiradores de la Revolución Rusa que editan a precio popular el “Código integral del matrimonio, la familia y la tutela”, un artefacto legal que en 1918 sancionaba la igualdad de los sexos y el derecho al aborto, además de no penalizar la homosexualidad. Revistas con consultorios sexuales para aprender que el goce no es pecado ni enfermedad. Novedades frescas de la Liga para la Reforma sexual, embarcada en una innovación de la diversa sexualidad humana. Plumas que divulgan saberes sexuales, enaltecen el placer femenino y recomiendan métodos anticonceptivos para que gozar no sea siempre procrear. En fin, cuando aún no había triunfado el fascismo europeo y su estela de muerte, supimos tener un escenario común habitado por las izquierdas, el feminismo y el librepensamiento cuyas voces avanzaron hacia la libertad sexual por la que todavía luchamos.

 

*Escritora e investigadora CeDInCI/CONICET