Desde La Habana

La ceremonia de apertura del 41º Festival de Cine de La Habana fue tan emotiva al comienzo como al final del evento. Todo empezó con el Ballet Nacional de Cuba que demostró, a través de su grupo de bailarines y bailarinas, que no sólo el cine tiene magia. El Teatro Karl Marx lucía abarrotado de público que no dejaba de sacar con sus celulares algunas imágenes que eternizaran aquel sublime espectáculo que rindió tributo a la gran bailarina y coreógrafa cubana Alicia Alonso, fallecida el 17 de octubre de este año. Es que cuando el cuerpo de baile iba concluyendo un fragmento de El cascanueces, de pronto una y otra magia –como si pudieran dividirse- se fundieron en la pantalla: los bailarines y las bailarinas reales se fueron esfumando detrás del telón e inmediatamente dio lugar a una proyección que los dejaba junto a la figura de Alonso en pantalla. Fue el primer gran aplauso de los muchos que resonaron en La Habana.

La película elegida para la apertura fue La odisea de los giles, de Sebastián Borensztein, que viene de ser elegida para competir por el Goya a la Mejor Película Iberoamericana y está en carrera por una precandidatura al Oscar a la Mejor Película Extranjera. El film ambientado en épocas del corralito no sonó desconocido para el público cubano. O más bien lo que hizo foco fue la manera en que los espectadores vibraron con la proyección del largometraje. Es que en Cuba el cine se vive de otra manera al resto del mundo: la gente le habla a la pantalla, empatiza con los personajes, grita, dialoga con el de al lado y si no le gusta la película no tiene ningún prurito en levantarse e irse. 

La odisea… fue muy aplaudida pero no sólo al final: los murmullos de algarabía comenzaron cuando en el film “los buenos” pergeñan su plan para recuperar la plata que les robaron un banquero inescrupuloso y un maldito abogado. “Es que la gente -decía un espectador-necesita saber que, a veces, triunfa el bien”. La búsqueda de la justicia que señala la película es algo que tienen muy incorporado los cubanos: saben de qué se trata la justicia desde que la Revolución consolidó la dignidad que les había pisoteado el dictador Fulgencio Batista.

El final de La odisea… fue con un aplauso ensordecedor que tuvo un disfrute extra en la sala: la presencia de Ricardo Darín –un actor inmensamente amado en la isla- y su hijo “El Chino”. El primero en hablar fue el joven Darín: “¡Qué sala!”, comenzó diciendo el Chino por el imponente Teatro-Cine Karl Marx con capacidad para más de 3 mil espectadores, donde no cabía un alfiler. “En el camino para acá me venía acordando que la última vez que yo estuve en La Habana fue probablemente a principios de este siglo, acompañando a mis padres de chico. Y nuestra película aborda esa misma época en la que yo estaba por acá. Es una historia universal pero que para nosotros es muy personal. De repente, viéndome acá, casi veinte años después, no tengo más que palabras de agradecimiento para el festival y para toda la gente que la hizo posible”, agregó el actor, que en la ficción es el hijo del personaje de Darín.

Luego llegó el comentario del veterano Darín. “Es un orgullo haber sido invitados por este maravilloso festival que tuve la suerte de conocer en varias de sus versiones anteriores”, señaló el actor. También hizo hincapié en que ha recorrido varios festivales del mundo acompañando sus películas. “Y honestamente cuesta mucho encontrar un lugar en el mundo en donde la avidez por ver cine sea tan grande, tan impactante y tan espectacular como lo es en Cuba”, explicó Darín. “Mi hijo recién recordaba el momento en que nos acompañó a su madre y a mí y a algunos integrantes. Yo tuve el honor de estar aquí acompañando tres películas. Una fue La fuga, de mi querido amigo Eduardo Mignogna; la otra fue Nueve Reinas, de mi otro querido amigo Fabián Bielinsky. Ambos fallecieron. Y la tercera fue El hijo de la novia. Recuerdo haber estado en el estreno de El hijo de la novia en esta maravillosa y extraordinaria sala”, dijo Darín. También contó que hace unos días le comentó a su hijo: “No nos podemos perder la oportunidad de presentar nuestra querida película La odisea de los giles en pantalla en este maravilloso lugar”. Por si hacía falta ganarse más al público, finalizó sus palabras de la siguiente manera: “Gracias por todo. Los quiero mucho. Son un pueblo maravilloso”. Así llegó el momento de la ovación.

El Festival de Cine de La Habana fue oficialmente inaugurado entonces por su presidente, Iván Giroud. “Esta edición celebrará el centenario de Santiago Alvarez, figura paradigmática del Tercer Mundo y fundador junto a Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), cuyas seis décadas de existencia también recordaremos”, expresó Giroud. También explicó la importancia de esa institución: “El ICAIC creó las condiciones para una industria fílmica nacional al propiciar el clima espiritual, cultural y político que haría posible esa espléndida eclosión experimentada por la cinematografía cubana en los 60, sumando a esta encomiable labor otros proyectos que impactaron en toda nuestra cultura”, comentó el presidente de la muestra latinoamericana más importante del mundo.

Giroud quiso recordar a Santiago Alvarez y dijo que lo iba a hacer con sus propias palabras: “La naturaleza social del cine demanda una responsabilidad por parte del cineasta. Esa impaciencia creadora producirá el arte de esta época y el arte de la vida de dos tercios de la población mundial. Sueño angustiado al pensar que las injusticias que hay en el mundo sean devoradas en su solución o pospuestas por conformismos e inercias”. Giroud entiende que estas palabras “adquieren hoy renovada vigencia ante la expansión del conservadurismo más reaccionario con su ideología racista, misógina y homofóbica que ha irrumpido con fuerza en el continente”, según subrayó. “Esta avalancha ya se advierte en el cine latinoamericano más reciente. El cine se adelanta y prefigura lo que vendrá, y pone al descubierto esa gran capacidad del arte para problematizar los conflictos latentes en la sociedad”, expresó el presidente del festival.

También se homenajeó al cineasta Manuel Pérez Paredes con la entrega del Coral de Honor. Peréz integró el núcleo fundacional del ICAIC en 1959. En 1973, su primer largometraje, El hombre de Maisinicú, logró amplia resonancia en el público y la crítica que lo seleccionó entre las más significativas producciones del ICAIC en sus primeras cinco décadas. Al subir al escenario, el cineasta fue escueto pero intenso: “Simplemente agradezco este reconocimiento y dejo constancia con el mismo que yo soy el resultado de mi formación profesional y humana de la política cultural del ICAIC y también de este festival”, expresó Pérez. Y la 41º edición del Festival de Cine de La Habana levantó el telón, con las emociones colectivas en su máxima expresión.