2019 es un año electoral, en el que el termómetro social se traslada a las urnas. En los últimos años, el discurso del cambio y las estrategias de la posverdad calaron profundo y facilitaron el desembarco del neoliberalismo a distintos espacios. Este modelo tuvo un costo que impactó en las economías, generó desigualdades y exclusión, y la intolerancia se manifestó en los comicios nacionales por las promesas incumplidas. Las encuestas prevén que ocurra lo mismo con el oficialismo en Boca este domingo.

Con resultados deportivos favorables el clima político hubiese sido otro, posiblemente sin advertir los entretejidos de negocios y beneficios que mantienen los poderosos. Desde la llegada de Macri en 1995, se implementaron técnicas empresariales que maximizaron la utilidad del fútbol masculino, dejaron de lado las actividades amateurs y posicionaron al club como una de las marcas de mayor facturación. Con este panorama, se gestó la contratación de especialistas en marketing y se logró un rápido consenso acerca de las pautas de modernización: la creación de departamentos y secretarías dedicadas a la comercialización de la imagen, programas de licencias, fondos de inversión, la remodelación del estadio con tribunas preferenciales y palcos VIP, y la creación del Museo de la Pasión Boquense a cargo de un grupo empresario. Para distinguirse y ser reconocido a nivel mundial, el proyecto de Macri tuvo como eje la configuración de una nueva identidad de club. El empresario logró posicionarse como un dirigente habilidoso, con conocimientos de gestión, lo cual lo impulsó a dar el salto a la política municipal, llegando a ganar las elecciones en 2007 mientras era presidente de Boca.

El gobierno de Daniel Angelici, su delfín político desde 2011, no tuvo la misma ventura. Sin una Copa Libertadores como el logro que pudiera opacar la (mala) administración, sumado a la tensión por la capacidad limitada del estadio, la disconformidad de la masa societaria está a flor de piel y hoy más que nunca refleja el compromiso político de los socios.

2019 es también el año donde las mujeres tienen protagonismo conquistando derechos. Los movimientos sociales fueron integrando entre sus exigencias el acceso a la práctica deportiva sin distinción de géneros, el cumplimiento de la ley nacional del deporte, el cupo femenino en comisiones, federaciones y confederaciones deportivas, la cobertura periodística no sexista, además de la profesionalización del fútbol femenino. La militancia impulsada por estos colectivos fue arribando a los clubes: algunos incorporaron comisiones de géneros, subsecretarías y/o actualizaron sus áreas preexistentes. Boca quiso ir un paso más allá anunciándose como “el único club en hacer 23 contratos profesionales a las jugadoras” y prometiendo más encuentros de Las Gladiadoras en La Bombonera. Pero estas políticas parecen encontrar un límite cuando se piensa quiénes y cómo se gestionan las instituciones: las tres listas por presidir el club durante los próximos cuatro años no ahondan en propuestas que proyecten más allá del fútbol masculino y no incluyen mujeres (menos aún disidencias) en las fórmulas ni ocupando cargos representativos. En un año clave para los feminismos, ¿la incorporación de la perspectiva de género es sólo un acto políticamente correcto? ¿Los dirigentes hacen usos estratégicos de estos espacios construidos por las militancias para transitar sus carreras con más rédito? ¿O hay una genuina intención de construir clubes más inclusivos? Las mujeres son protagonistas en los eslóganes y en las fotos institucionales pero parece que aún no están listas para disputar la política, porque el fútbol sigue siendo un espacio que custodia las lógicas machistas más arraigadas.

Si en las propuestas electorales, las transformaciones estructurales y las políticas de igualdad pasan a segundo plano, ¿qué club se proponen estos dirigentes? Como hizo Macri en los noventa con el slogan “Para recuperar la gloria perdida”, los candidatos miran con nostalgia el pasado y prometen volver a algo que Boca en algún momento supo ser. No hablan de gloria, el foco está puesto en la identidad: interpelan a los socios desde símbolos como el barrio y el estadio, desde conceptos significativos como la familia, la pertenencia, la modernidad. Ese modelo de club que gracias a la organización de los hinchas resistió el avance de las Sociedades Anónimas Deportivas sigue teniendo pendiente el rol social y comunitario, y la participación de sus asociados que, pese a que el 65% de la recaudación proviene de ellos, no pueden ir a los partidos. Qué va a pasar con la cancha y cómo conseguir resultados deportivos en el fútbol de varones son los dos ejes en los que hacen foco los candidatos. Y ahí es donde Juan Román Riquelme (la figura disputada por todas las listas) se convierte en la cuota de esperanza. ¿Ser ídolo en el fútbol lo transforma directamente en un buen dirigente? Si la masa societaria no quiere una dirigencia que no sea hincha del club, ¿cuáles son los valores que están eligiendo? ¿Qué pretenden de los candidatos?

En esta elección se presenta un panorama que puede dar fin al macrismo, también en Boca. La apuesta de Ameal junto con Pergolini fue conformar un frente (Identidad Xeneize) con 13 agrupaciones intentando convivir, pero con un as bajo la manga: el ídolo como vicepresidente segundo y a cargo del fútbol. El oficialismo, acorralado, se juega todas sus cartas. Mientras opera su poder en los medios, no sólo quiere borrar que Angelici viajó a buscar inversores para la construcción de un nuevo estadio-shopping, sino que (a una semana de la votación) Gribaudo retrocede y lanza un proyecto para ampliar La Bombonera. Desde los '90 Boca es uno de los escenarios de mayor visibilidad y diálogo con otros sectores de la política, donde se disputan capitales que van mucho más allá del reconocimiento por un puesto dirigencial ad honorem. Entonces, ¿qué es lo que se está votando: un proyecto de club social o el fin de una etapa? ¿Qué clase de clubes queremos? Votemos, tenemos la posibilidad de elegir y construirlos.