Prioridades: la lucha contra el hambre; hay que terminar con el law fare y la manipulación de los jueces; hay que pensar un nuevo paradigma de seguridad, fin de los fondos reservados e intervención a la AFI; medicamentos gratis para los jubilados que menos tienen; queremos pagar la deuda, pero ahora es impagable; Malvinas en el centro de políticas internacionales, respeto y profundización de las políticas de derechos humanos, defensa del medio ambiente, terminar con las fake news y con el periodismo pago, distribución razonable de la pauta oficial, hay que acabar con la grieta a instalar otro paradigma para hacer política, “voy a hacer mías las reivindicaciones del movimiento de mujeres”.

Parecía un disco de Mauricio Macri pasado al revés, satánico, diría el pastor macrista. Fue lo opuesto al discurso que despreció los derechos humanos, la causa Malvinas, amigable con prestamistas y que reclamaba sacrificios al pueblo. Alberto Fernández dijo en otra pasaje que no iba a respaldar el gatillo fácil y que que no iba a permitir que se mate a nadie por la espalda. Cada palabra dejó en evidencia que el macrismo atrasó cien años los pasitos civilizatorios de una sociedad como la argentina, marcada por décadas de golpes militares, proscripciones y dictaduras.

Pintó un cuadro devastador de la situación que deja Macri en todos los aspectos, sobre todo en lo económico, pero habló en todo momento de concertación y consensos , de integración de Consejos y equipos de trabajo plurales.

Es su primer discurso como presidente, genera expectativas, pero él mismo planteó la difícil situación que afronta. Y que esa gravedad determina la importancia de los consensos, en los que cada quien tiene que ceder una parte, sobre todo los que más tienen en favor de los que menos tienen. Repitió lo que prometió en campaña. Ya se sabe que no es el discurso que más le gusta a los grandes empresarios y a acreedores y banqueros. Pero, valga la paradoja, si salva a los pobres, también los salva a ellos.

La organización no fue del todo eficiente. Más allá de la plaza de los Dos Congresos había pantallas y torres de sonido, pero no funcionaron durante la ceremonia de asunción. Algunos pudieron captarla con sus celulares, pese a que la gran cantidad de telefonitos hacía que la señal se perdiera.

O sea, fuera fueron pocos los que escucharon el discurso o vieron a Alberto y Cristina asumir sus nuevas funciones de presidente y vice. Solamente se escuchaban las exclamaciones de la multitud que estaba en las zonas más cercanas.

Desde Congreso hasta la Rosada no cabía un alfiler. La canícula era insufrible y los vendedores de cualquier líquido frío hicieron su agosto. El peronismo es pueblo, desde capas medias, algunos que llegaron desde el interior, hasta columnas de trabajadores agremiados y sectores muy humildes, los más castigados por el macrismo. Muchas familias, muchos jóvenes. La derecha y el progresismo gorila se deben una reflexión más seria sobre este fenómeno que se sostiene en el tiempo. Tendrán que dejar a un lado la mirada despreciativa y racista si no quieren que siga siendo para ellos un enigma.

Esa heterogeneidad, que contrasta con la movilización del sábado de los macristas , es el resultado de políticas abarcadoras. La homogeneidad de los apoyos es el resultado de políticas sectarias.

Aunque la mayoría no escuchó el discurso, a pesar del sofocón y los apretujamientos, había una necesidad de festejar, de hacer chistes a los gritos o bailar con los cantitos de las columnas. Había alegría y alivio extendido, como si dijeran que otra vez gobernará alguien que se les parece, un profesor universitario y no un gran empresario como Macri que se dedicó a hacer negocios en su provecho.