San Jerónimo debía de estar pensando en el cáncer cuando escribió: “Y aquel con el vientre hinchado está grávido de su propia muerte”.

Susan Sontag

Por Margarita Scotta

Una sorprendente declaración del cirujano bariátrico Dr. Diego Awruch me lleva a revisar la masividad arrasadora del fenómeno de la obesidad desde dos conclusiones: la gente no le tiene temor a la obesidad; y, en relación directa pero abriendo un plano diferente: la obesidad no alcanza a percibirse como enfermedad.

Para el Dr. Awruch: “Basta decirle a una persona que tiene diabetes, o que está en riesgo de tenerla, para que el impacto sea tan tremendo que cuestionará drásticamente hábitos en su estilo de vida. En cambio, si a una persona con 30, 40, 50 kilos de más, le decimos que está enfermo de obesidad sólo le despertamos culpa”. Para el médico: “No hay conciencia del grave problema en salud que implica la obesidad, cuyos porcentajes crecen de manera alarmante, en nuestro país más del 60% de la población tiene sobre peso y obesidad; y, entre los niños, el 50%”.

Abramos algunas preguntas: ¿Debería sorprendernos que la expansión de la obesidad no parece en verdad alarmar realmente a nadie (más allá de los especialistas interesados en el tema) si ni siquiera quienes la padecen han podido reaccionar a tiempo ya que cuando despiertan a la nueva realidad de su cuerpo refieren no haberse dado cuenta que habían engordado tanto? ¿Por qué será que la obesidad logra gambetear el miedo? Como bien observa el médico, pareciera no disparar ninguna señal afectiva, ni angustia, ni interpretación de amenaza que nos alerte de algún peligro a los fines de preservar la vida.

Según el Dr. Awruch, el impedimento para que la gente pueda dimensionar lo grave de la obesidad podría tener origen en la denominación de la misma, o sea de cómo estamos nombrando el problema, por lo cual este médico propone llamar a la obesidad “Cáncer de Grasa”, apuntando a que el impacto generado por la palabra “cáncer” despierte la conciencia a que, sencillamente, se tiene una mera enfermedad.

Aclara el doctor: “Hay un juicio social sobre la obesidad que obstaculiza todos los niveles de comprensión, hasta impedir a los responsables de gestión pública en salud implementar políticas efectivas contra este flagelo, incidir en los intereses de las empresas de alimentos y pensar campañas preventivas. A nadie se le ocurriría culpar a la gente por su diabetes; ni a un auditor de una obra social decir, antes de autorizar un tratamiento de diabetes, que el paciente coma menos dulces; sin embargo, esto bien puede decirse de un paciente obeso, cuando la obesidad mata más gente que la diabetes y conlleva muchas más enfermedades asociadas. Durante años hemos escuchado nutricionistas y endocrinólogos hablar del cambio de hábito, del estilo de vida, etc., etc.; y, sin embargo, en los últimos 30 años el aumento de la obesidad ha sido exponencial en línea con el aumento de la longevidad de la población global, en línea con el aumento de la pobreza y la mal nutrición infantil. Y es una paradoja que se muera más gente de obesidad en el mundo que de desnutrición.”

Estas declaraciones resultan interesantes porque promueven pensar una perspectiva diversa a la usual, políticamente correcta, de no rotular o estigmatizar a las personas como “enfermos”. Por el contrario, las ideas de Awruch nos ponen en el desafío de leer los efectos de haber diluido el concepto de enfermedad para la obesidad, sin por eso alentar rótulos o etiquetas.

Por un lado ¿Acaso si extraviamos la perspectiva de la enfermedad, perdemos también cierto registro de la mortalidad que produce un fenómeno? ¿Se tratará sólo de una pretensión de conquista por parte de la medicina para sus fines? Sin desmentir esta dimensión también podemos preguntarnos ¿Será que la obesidad, restada al dominio de la enfermedad, se extravía y corre el riesgo de perder la posibilidad de encontrar su cura, ya que sólo la medicina se basa en que toda enfermedad puede curarse? ¿Qué efectos se precipitan sobre una patología cuando descreemos de su cura? Obviamente, uno de los efectos será, justamente, que ya no la vemos como una patología y entonces, despojado y abandonado por la idea de enfermedad y por lo tanto de su curación ¿en qué lamento o melancolía quedará convertido un fenómeno en el cuerpo?

Por otro lado, y ya fuera de los intentos de dominio de la medicina sobre fenómenos inquietantes en el cuerpo ¿Puede haber un castigo mayor que otorgarle significados psicologistas y por lo tanto morales a una enfermedad? Como pensar que el gordo se da todas las panzadas, no se priva de nada y se ha buscado lo que padece por lanzarse a las grandes satisfacciones. Así las teorías y discursos sociales convierten a un agobiado enfermo en un flojo de voluntad culpable tanto de haber caído en la obesidad como de no salir de ella. Y resulta llamativo que venga de un cirujano la advertencia de que la culpa está cayendo implacablemente sobre el banquillo de los acusados de las personas que padecen obesidad. La supuesta “protección” de no discriminar al obeso como enfermo, pareciera producir el efecto adverso de creer que sabemos todo lo que le pasa, se lo llena de un sentido claro y sin dudas: le gusta comer. Es eso. Y encima come de un modo gozoso del que debería avergonzarse. ¡Como si la comida no tuviera que ser un placer! Un puritarismo raro se deja escuchar ¿Hay actitud más desvalorizante que ponerle sentidos, adjetivos y sanciones a “algo” que si fuera nombrado como enfermedad supondría procesos vitales inaccesibles y secretos que están teniendo lugar en el cuerpo de una persona y que por esto mismo ese enfermo sufriente merece nuestro silencio respetuoso y también cierta piedad?

 

Bueno, si hay algo que caracteriza a nuestra época parece ser la falta de piedad. Sentimiento casi desconocido y en vías de extinción que sólo suelen despertar, justamente, los enfermos. ¡Oh casualidad!

[email protected]