Sandra Díaz fue seleccionada por la prestigiosa revista Nature como una de las diez figuras científicas más influyentes del mundo. Es doctora en Ciencias Biológicas e investigadora superior del Conicet en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Universidad Nacional de Córdoba, desde donde brilla en el campo específico de la ecología. Nació en Bell Ville en 1961, ciudad que --de acuerdo al último censo-- es habitada por 34 mil personas y reconocida, históricamente, por la fabricación de pelotas de fútbol.

Díaz alcanzó popularidad en la comunidad científica internacional por haber coordinado, en el último tiempo, el Informe Global de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes), de Naciones Unidas. La novedad es que no se trató de un trabajo como cualquier otro, sino que se destacó por haber sido el abordaje más ambicioso (que nuclea la mayor cantidad de enfoques, perspectivas y variables, nutrido con más de 15 mil fuentes de información) sobre los seres vivos que habitan el globo. En concreto, condujo un equipo integrado por investigadores de 51 países cuya misión fue relevar el estado de salud actual de la biodiversidad. Y lo plasmaron en nada menos que en 1500 páginas.

¿A qué conclusiones arribó dicho informe? Como resultado, Díaz fue la voz cantante que denunció, con datos fehacientes y evidencia científica, la aceleración de los procesos de extinción (más de un millón de especies se encuentran amenazadas y en riesgo), la pérdida sin precedentes de la biodiversidad y la destrucción de los ecosistemas. La deforestación, a causa del avance de la frontera agrícola, en esta línea, ha tenido un protagonismo indiscutible en todo esto. En el pasado, ¿las actividades humanas no transformaban el entorno? ¿Qué tiene esta época de particular? De acuerdo a la comunidad científica, atravesamos el Antropoceno: un escenario geológico cuyo rasgo distintivo es la influencia decisiva que las acciones del ser humano tienen sobre el medioambiente. Si durante el Renacimiento las sociedades confirmaron que, a través del conocimiento, eran capaces de modificar la naturaleza para su aprovechamiento, hoy las poblaciones protagonizan una etapa en la que las lógicas de lucro desenfrenado, el cortoplacismo y la aplicación de modelos de desarrollo extractivos arrasan con los paisajes naturales. Prometen acabar con todo y cumplen.

En agosto de este año, Díaz fue reconocida por la Fundación Bunge y Born y en junio fue coronada con el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Sus contribuciones han sido fundamentales para comprender la biología de las plantas y para entender por qué estos seres vivos, aunque muchas veces pasen desapercibidos, son centrales para la lucha contra el cambio climático y la defensa de la diversidad biológica. En 2018, había sido destacada por la revista Nature como una de las cinco científicas “to watch” (para mirar) y seguir de cerca. Tan de cerca que esta semana, finalmente, se convirtió en una de las diez figuras más importantes del mundillo de los laboratorios.

En aquella ocasión con motivo del Premio Princesa de Asturias, en diálogo con PáginaI12, Díaz comentaba su perspectiva sobre los efectos que tienen las “presiones humanas” respecto de los diversos ambientes. “Me preocupa investigar cómo la biodiversidad hace que la trama de la vida reaccione ante factores ambientales, incluyendo las presiones humanas, y cómo, además, produce beneficios o perjuicios para diferentes actores sociales. Con estas presiones me refiero a, por ejemplo, el uso de la tierra y los cuerpos de agua, la explotación directa de plantas y animales, el cambio climático producido por emisión de gases de efecto invernadero, así como también las diferentes vías de contaminación”. Y como su anhelo superaba el conocimiento básico y procuraba realizar aportes para que la realidad, al menos en parte, tuviese modificaciones positivas, adelantaba en qué consistía su propuesta metodológica, que luego se materializaría en el Ipbes: “Para comenzar a reflexionar, participé del desarrollo de un instrumento metodológico para cuantificar los efectos y beneficios de la biodiversidad de las plantas y la ecología vegetal de los ecosistemas y su aprovechamiento humano. Por caso, la depuración del aire y el agua, la proporción de alimentos y su rol en la regulación del clima en la Tierra”.

Al rosario de condecoraciones pueden sumarse su integración a la prestigiosa Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, su pertenencia a la Academia de Ciencias de Francia y el Premio Houssay Trayectoria en el área de Ciencias Biológicas entregado por el MinCyT. Además de Greta Thunberg, cuya fama reside en la tenacidad de sus discursos para enfrentar los efectos del cambio climático, Díaz comparte el listado de referentes con el físico brasileño Ricardo Galvão, quien se opuso a Jair Bolsonaro al afirmar con contundencia el incremento de la tasa de deforestación en el Amazonas y el neurocientífico Nenad Sestan, que detectó actividad eléctrica en cerebros de porcinos fallecidos (Escuela de Medicina de Yale, EE.UU). También fueron seleccionados el microbiólogo Jean Jacques Muyembe Tamfum, por su combate contra el ébola (Instituto Nacional para la Investigación Biomédica, República Democrática del Congo); y la astrofísica Victoria Kaspi, por sus aportes respecto del telescopio Canadian Hydrogen Intensity Mapping Experiment (CHIME), entre otros.

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