A propósito del muy buen artículo de Fernando D’Addario publicado el domingo 15 de diciembre en Página 12, titulado Las dos caras de Vargas Llosa, me he permitido tomar el guante y proponer algunas líneas de lectura diferentes. Estas son, por un lado, que Vargas Llosa ha dejado de ser un buen escritor y, por otro, que no posee dos rostros, uno progre de novelista y otro reaccionario como ensayista, sino uno sólo.

He sido, continúo siendo, un asiduo lector del escritor peruano y mucho me han gustado sus novelas, sobre todo las políticas. He leído casi todo lo que ha escrito y mi tesis doctoral la comienzo recuperando lo que creo es una matriz de análisis presente en La casa verde, novela publicada en 1966 que transcurre entre dos mundos disimiles pero interconectados, Piura y Santa María de Nieva.

Como no podía ser de otra manera, cuando se publica recientemente su última novela Tiempos recios y encuentro que trata sobre el gobierno de Arbenz en Guatemala y el golpe que lo derroca, la compré y la leí. La decepción fue mayúscula, ya que terminó siendo mucho más una crónica novelada de lo sucedido en el gobierno de Arbenz y, desde luego, según la visión del autor, pero carente de toda construcción de personajes, sin una trama clara, con algunos guiños a La fiesta del Chivo y sólo algún juego con cierta temporalidad pero de poco vuelo. En otras palabras, no tiene la altura literaria que supieron tener muchas de sus novelas, incluso muchas escritas en su resbaladiza caída hacia la derecha. Todo eso hace que, a esta altura, Vargas Llosa no sea ni siquiera un buen escritor. Reitero, aún en su resbaladiza caída hacia el más furibundo neoliberalismo, caída que no fue ni abrupta ni unidireccional, supo parir grandes relatos tales como La guerra del fin del mundo bien al comienzo de los ’80, la recién mencionada La Fiesta del chivo del año 2000 o El paraíso en la otra esquina, de 2003.

En este sentido, yo vendría a ser la corroboración de una de las hipótesis planteadas por D’Addario: “El escritor peruano/español sabe que sus ideas reaccionarias tienen buena acogida en el establishment mediático pero intuye que la mayoría de los que todavía lee libros son de izquierda o algo parecido”. Tal vez, podría ser, lo cierto es que D’Addario entiende que Vargas Llosa tiene dos caras, una de izquierda y progresista que la vuelca en sus novelas, otra de derecha y reaccionaria propia de sus ensayos y artículos periodísticos. Pero es en función de esta última novela que me atrevo a sugerir dos líneas diferentes. Una ya deslizada, que Vargas Llosa ya ni siquiera es un buen escritor y, por lo tanto, ese latiguillo que versa “Vargas Llosa es políticamente despreciable pero sus novelas son excelentes” ya no juega, carece de validez. Quizás este argumento se enlace con la idea de D’Addario, muy factible por cierto, que el peruano cuente con escritores fantasmas que escriban o avancen sobre lo que sería una eventual novela. La otra línea que sugiero, es que su novela y sus ensayos ya no transitan por carriles diferentes, que en su última novela se traducen sus posiciones políticas, por lo tanto, no se trata de una novela de izquierda o progresista y, como correlato de ello, Vargas Llosa no tendría dos rostros, sino sólo uno.

Tiempos recios cuenta con un epílogo titulado “Después”, donde el autor vuelca sus ideas sobre el proceso histórico que acaba de novelar. Aquí se permite criticar la intervención de EEUU en Guatemala y de esta crítica se desprendería esa suerte de perspectiva anti-imperialista del autor que haría de su novela un artefacto de izquierda o progresista. Ahora bien, al mismo tiempo que se condena esa intervención, también se condena la dictadura de los Castro, los sueños de socialismo que supo alumbrar Nuestra América. En pocas palabras, es una condena a lo que el autor consideraría posiciones extremas: por un lado, el comunismo, por el otro, la política de EEUU sobre el continente.

Este es el sustrato de la novela, un Arbenz que era un buen demócrata que quería hacer de Guatemala una democracia moderna, que su inspiración era Lincoln y no Lenin, pero que se construyó una propaganda contra su gobierno, falsa propaganda, haciendo creer que Guatemala era un satélite soviético, la cabecera de playa del comunismo internacional. De aquí la lectura completamente equivocada de EEUU respecto a Arbenz, habilitando un golpe de Estado y exasperando el sentimiento antinorteamericano ya existente, según manifiesta Vargas Llosa en el epílogo antes mencionado.

El correlato que se extrae de esa posición es que, si así hubiese sido, si Guatemala hubiese sido efectivamente un satélite soviético o, con bastante menos también, si Arbenz hubiese sido sólo un lector de las obras de Marx, el golpe estaría justificado, pero lo que ocurrió fue obturador de la posibilidad de una democracia capitalista moderna y liberal, logrando una pésima imagen EEUU en el continente y dando lugar a experiencias "extremistas" y "dictatoriales" como Cuba según menciona el propio autor. Por esto mismo, entiendo, no hay una contradicción entre la novela y sus ensayos, entre la defensa de Arbenz y la condena de Evo Morales, entre la condena del golpe en Guatemala en 1954 y el beneplácito del golpe en Bolivia en 2019.

Friedrich Hayek, que no es Vargas Llosa pero que forma parte de la misma gran familia, tiene una apreciación muy devaluada de la democracia. En línea con la tradición schumpeteriana, entiende por democracia un método para la selección de gobernantes y para la toma de decisiones, es decir, la entiende de forma muy limitada, no es un fin en sí mismo, no guarda cualidades innatas por las que vale la pena luchar y defender a capa y espada, es un método para lograr decisiones vinculantes: “La democracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual”, por lo tanto, cuando deje de ser el medio más apto para lograr aquellos objetivos, también resulta desechable. La democracia puede ser tanto el mejor garante de la libertad individual, como resbalar hacia formas de tiranía, ya que “es al menos concebible, aunque no probable, que un gobierno autocrático se autolimite; pero un gobierno democrático omnipotente no puede hacerlo en absoluto” continúa Hayek. Por ello “…los principios liberales sólo pueden aplicarse de forma coherente a quienes obedecen a principios liberales, y no siempre pueden extenderse a quienes no lo hacen”, de esta manera continúa Hayek, “…cuando la democracia deja de ser una garantía de la libertad individual, puede muy bien persistir [ésta] en alguna forma bajo un régimen autoritario".

 

Volviendo a Tiempos recios, la condena que realiza el autor no es al injerencismo norteamericano, sino a su error de cálculo. Así lo dice el propio Vargas Llosa: “…fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar ese golpe militar contra Arbenz”, léase TORPEZA y no injerencismo, neocolonialismo, política, imperialismo, no, nada de eso, sólo torpeza, por lo tanto, equivocación, yerro, error de cálculo. Se trata de la torpeza de no haber reconocido en Arbenz un garante de la libertad individual, del capitalismo y de la empresa. Por esto entiendo que el problema para Vargas Llosa no fue el golpe estrictamente, sino la falta de justificación del mismo, una justificación que sí existe tratándose de Evo Morales, de Nicolás Maduro, de Lula da Silva o cualquier referente que el peruano y su gran familia llaman despectivamente populistas. De aquí que no sean dos rostros de Vargas Llosa, sino sólo uno y que nuestro desafío sea lograr reconocer los modos sutiles de producción cultural que, aún con ese supuesto rostro progresista que muestra en sus novelas, justifican la avanzada neoliberal, imperialista y reaccionaria a nivel global. En síntesis, Vargas Llosa ya no es un buen escritor y su novelística pasó también a formar parte del arsenal político que profesa.

Doctor en Ciencia Política. PEGUES. UNR-CONICET