El profesor organizaba viajes , algunos de ellos al exterior, con sus alumnos. Carlos Filippa era el único adulto a cargo de un grupo de chicas y chicos de entre 14 y 16, 17 años ansiosos por participar de competencias deportivas, una oportunidad que ninguna organización estatal brindaba y a la que, en general, sólo podían acceder gracias a la buena voluntad de su maestro. 

Filippa se encargaba de las inscripciones en los torneos y los detalles de los viajes, ponía su propia casa rodante, en la que había espacio suficiente para literas. Las chicas dormían en un sector, los chicos en el otro; a veces, la asignación de literas variaba, en función de cuál sería la próxima víctima. Esos son sólo algunos de los detalles de la primera denuncia que acusó a Filippa -el profesor de taekwondo hoy detenido por producción y distribución de material de abuso sexual infantil- que pasó 8 años sin avances en la justicia de Morón. Durante todo ese tiempo, el denunciado Filippa ni siquiera fue llamado a brindar declaración indagatoria.

“No entiendo por qué, si la justicia lo estaba investigando, pudo seguir trabajando con chicos. Por lo menos hasta el año pasado siguió haciendo viajes con chicos menores de edad”, señaló en diálogo con este diario Daniel G., el padre del adolescente que, en 2009, denunció a Filippa por primera vez ante la justicia por abuso. El chico tenía 16 años y “un futuro bárbaro en el taekwondo”, un deporte que terminó dejando luego de regresar, junto con unos 13 compañeros –de entre 13 y 16 años-, de una competencia en Brasil a la que Filippa los había llevado. 

“Esta persona, si se puede llamar así, le arruinó la vida. Ahora que está preso van a saltar más abusos de él, supongo, más denuncias a la luz. Porque hay mucha gente esperando”, dijo. A él hablar del caso y recordar detalles no le gusta, pero habla porque su hijo no quiere hacerlo, y también “con tal de que ese no salga más de la cárcel”. Fueron años de impunidad, explica.

Daniel G. radicó la denuncia en 2009, cuando su hijo regresó del viaje y le contó que una noche despertó porque Filippa lo estaba manoseando; él, asustado y paralizado, dijo entonces, atinó a levantarse, irse al baño; al día siguiente, el profesor le restó importancia al episodio, dijo que lo habría tocado dormido.

“Filippa era el único adulto que viajaba con el grupo, nunca dejaba viajar a padres. Lo tenía todo pensado. A veces sí tenía un adulto de confianza, un chico de 19 años al que los chicos cuentan que le compraba cosas. Pero no viajaban entrenadores, técnicos, nadie más. Todo el mundo quería ir con él porque sacaba a selección a competir afuera, porque en ese momento no había ayuda oficial al competidor. Entonces él ponía todo y lo llevaba a los chicos. En el motor home dormían separados chicos de chicas; en una foto que mi hijo sacó en el moto home se ve que él les ponía películas porno”, cuenta Daniel G. 

El profesor era muy conocido y respetado en el ambiente del taekwondo. Suya era (es) la marca Panther, que fabrica implementos, accesorios y materiales deportivos (y cerca de cuya puerta solía estacionar la casa rodante, como testimonian fotos tomadas en distintos años a esa esquina); suyo también el gimnasio ubicado en Ángel Gallardo y Corrientes, Hoguma; ambos lugares fueron allanados por la justicia en la causa por la cual hoy está preso.

En honor al nombre de su firma de indumentaria, llamaba “panteras negras” a sus alumnos de la selección. Con ese nombre, con la estrategia de marcar diferencias entre alumnos aventajados y alumnos del montón, generaba mística en el grupo que llevaba a competir. Otras fuentes contaron a este diario que, a esa selección, le seguía el pacto de silencio, los juegos vergonzantes que incluían desnudar a uno de los chicos delante de los demás y las charlas sobre masturbación como método de relajación antes de las competencias. Indican las fuentes, también, que Filippa solía detectar cuáles eran los chicos más vulnerables social y económicamente para hacer de ellos sus víctimas.