Cuando en la madrugada del 6, Gaspar, Melchor y Baltasar arriben sobre los lomos de dromedario, caballo y elefante (otra versión admitida), traerán consigo mejores obsequios que los clásicos oro, mirra e incienso: con ellos llegará el punto final de las Felices Fiestas con el correspondiente desmonte del arbolito navideño y otros delirios decorativos. Hasta entonces, vale aprovechar la espuma de estos días -o más propiamente la resaca de sidras y champañas- para zambullirse en un placer ¿morboso?, ¿culposo? vastamente extendido: las películas festivas. La ciencia, siempre pronta a responder preguntas verdaderamente trascendentes, ha esgrimido razones para el curioso fervor que despierta este subgénero cinematográfico: hasta el título más edulcorado y prefabricado genera reacciones químicas positivas, libera dopamina y oxitocina, reduce el estrés y la presión arterial. Y despierta amables dosis de nostalgia, recuerdos de una infancia donde la mayor preocupación era escribir en letra legible la cartita a Papá Noel (cuya simpaticona imagen actual se la debemos a Coca-Cola, que la institucionalizó en 1931, vía el ilustrador Haddon Sundblon).

En estricto plan de servicio a la comunidad, entonces, propone Las12 un recuento arbitrario para despedir 2019 por todo lo alto. Hay, claro, inevitables como el sensiblero ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, o algunas de las muchas versiones de Cuento de Navidad de Dickens, donde el avaro Scrooge es visitado por fantasmas del pasado, presente y futuro para que se tiernice un cachito y suelte algo de fortuna: aprende la lección Bill Murray en Los fantasmas contraatacan; Alastair Sim en la adaptación más fiel, de 1951; también Michael Caine abordado por Muppets cantarines. En Mi pobre angelito 2, adocenada pero efectiva guía de cómo sobrevivir (otra vez) a ladronzuelos de pacotilla, aprende también Macaulay Culkin… a hackear la tarjeta de crédito de papá, a visitar las mejores jugueterías neoyorkinas, a dar a Tim Curry el susto de su vida. También en plan cómico, aunque deliciosamente alunado y sin melaza tradicional, una pionera francesa en ensañarse con tiempos de villancicos: Papá Noel es una basura (1982).

¿Y qué sería de las felices fiestas sin Algo para recordar, ese enorme melodrama con desenlace directo al corazón? Clásico muy apreciado por Nora Ephron, logró la directora y guionista concretar lo que la mala fortuna le negase (en primera instancia) a Cary Grant y Deborah Kerr: el famoso encuentro en el edificio Empire State. Allí sucede el flechazo definitivo de Sintonía de amor, entre Meg Ryan y Tom Hanks cerrando el ’93 entre sonrisas y miraditas furtivas. También gracias a la pluma de Ephron, coronaba Meg el ’89 con otro romance festivo de antología: Cuando Harry conoció a Sally (tan recordado por el beso en plena cuenta regresiva como por el celebérrimo orgasmo fingido que enseñó a los varones a no pavonearse tanto y dejar de mirarse las propias plumas).

La genia brit Angela Lansbury oficia de Mrs Santa Claus en el homónimo film de 1996: revelándose contra su marido, inicia ruta independentista en trineo y, varada en la NY de los 10s, aprende sobre explotación infantil y lucha sufragista. La más reciente Noelle (2019) imagina a una chica Claus tomando la posta de renos y regalos, interpretada por la encantadora Anna Kendrick, muy bien acompañada por Bill Hader y Shirley MacLaine. Una joven MacLaine, vale recordar, estelariza cinta tierna, crítica, desesperada: Piso de soltero, obra maestra de Billy Wilder (desvirtuada en la versión musical que protagonizan localmente Cabré y Laurita), donde un modesto oficinista -Jack Lemmon- se enamora de una ascensorista sin saber que es la amante del jefe; afortunadamente, triunfará el amor verdadero. Y ya que estamos en blanco y negro, una de misterio: La cena de los acusados, que en 1934 consolidase la taquillera dupla William Powell y Myrna Loy, resolviendo aquí un crimen en plena comilona navideña. En vísperas también, el asesinato a desentrañar de 8 mujeres, brillante cinta de François Ozon que homenajea el melodrama hollywoodense de los '50, reuniendo a un prodigioso elenco de divas: Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Danielle Darrieux, Emmanuelle Béart y siguen las firmas.

Si se prefiere soslayar la dulzura con final feliz, hay dieta posible. Está, sin ir más lejos, lo que algunos llaman “una tesis sobre el significado de recibir un regalo envenado”: en Gremlins, clásico antinavideño, no se cumplen las reglas de oro del mogwai y, por supuesto, todo se va al reverendo traste. Al menos, mientras siembran el caos, las criaturas multiplicadas se cargan más de una lucecita intermitente… Las decoraciones en Ciudad Gótica sirven de armas al Pingüino o Gatúbela en Batman vuelve, de un Burton con aparente debilidad un tanto subversiva por la temporada festiva: joyitas como El extraño mundo de Jack o El joven manos de tijera son prueba suficiente. Desde la España maldita, una “comedia de acción satánica”, según definía Alex de la Iglesia al film que lo catapultó definitivamente: El día de la bestia, donde un Belén impío -Madrid- sirve de escenario para la llegada del Anticristo mientras la gente, distraída, celebra la natividad de baby Jesús. Ni los Reyes Magos quedan indemnes, acribillados en plena balacera. Tanto o más pagano, un título de terror que John Waters ha declarado favorito personal: Christmas Evil, de 1980, donde el papá de Fiona Apple, el actor Brandon Maggart, se calza el disfraz de Santa Claus para castigar malas conductas a cuchillazo limpio. Y como ninguna lista de terror es tal sin muertos vivos, no puede faltar Anna & the Apocalypse (2018): durante las fiestas, en un apacible pueblito escocés, un grupo de teens machaca a zombies entre canciones y coreografías. Un musical atípico, ideal para acompañar con sidra y pasas de uva. Como pueden apreciar, hay de todo en la viña del Señor y en la de su archienemigo, Satanás.