En 2019, la escritora, guionista y profesora Andi Nachon (Buenos Aires, 1970) hizo doblete. Después de la reedición en 2017 de W.A.R.S.Z.A.W.A. por el sello Caleta Olivia, Bajo la Luna publicó En la música vamos, la obra reunida de esta poeta de la generación intermedia, que comenzó a escribir y a publicar muy joven, en la adolescencia. El inolvidable verso inicial de Siam, su primer libro, es: “mi punkita”. El verso final de su obra reunida, que incluye un libro inédito, es “la clave amor”. El recorrido por su poesía ofrece distintos puntos de llegada a los lectores. También el año pasado se estrenó Los adoptantes, la película del director Daniel Gimelberg en la que colaboró como coguionista. Es además profesora en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), en la licenciatura de Artes de la Escritura. “A los que quieren escribir les recomiendo que lean mucho, que escuchen mucho, que lean lo parecido, que es a lo que tiende la mayoría, y que lean lo que no es parecido. Creo que aprendí tanto de las voces de las mujeres, de Juan L. Ortiz o de Arturo Carrera como de las voces que están en un lugar diferente del mío, como Ricardo Zelarayán o Leónidas Lamborghini”, dice.

--¿Cómo surgió la idea de reunir la obra?

--Cuando Pablo Gabo Moreno, de Caleta Olivia, me pidió W.A.R.S.Z.A.W.A., que es de 1996, le dije que me encantaba la idea de que volviera ese libro, que para mí es un libro importante, en términos de que siento que ya es un libro mío. Cuando escribí Siam era muy chiquita. Y cuando hablé con los editores de Bajo la Luna, me preguntaron si no había pensado en sacar la obra reunida. Les dije que quería cerrar con En la música vamos, y así fue. Mirta [Rosenberg] estaba muy entusiasmada con el proyecto.

--¿Ella te recomendó algo en especial?

--No. De hecho yo tenía muchas dudas con mi primer libro, pensá que hay poemas míos de los 15 años. Se publica cuando yo tengo 19, pero lo escribí entre los 15 y los 18. Y Mirta me decía que aunque fuera un libro muy distinto del resto, estaba bien que apareciera.

--¿Qué recuerdos te quedan de ese aprendizaje?

--Llegué muy chica, en tercer año del secundario, al taller de Diana Bellessi. Mi maestro de violín, que me prestaba libros, me preguntó si yo escribía. Le mostré y me contactó con su sobrino o su primo más joven que hacía taller con Diana. Yo no tenía idea de quién era Diana Bellessi. Era muy lectora, desde muy chica, y estando ahí, de pronto llegué con relatos y empecé a leer vorazmente poesía. Me gustaba mucho Carson McCullers, y además cosas que se fueron abriendo en el espacio del taller. Me acuerdo de que era grupal, entonces una cuestión que nos planteó Diana era que nos juntáramos dos que escribían narrativa con alguien que escribía poesía e hiciéramos algo juntos.

--¿Desde ese momento dejaste la narrativa por la poesía?

--No. Seguí escribiendo narrativa, ahora escribo guiones, pero sí pasó que algo de esa adolescencia medio difícil que tenía vino a instalarse en el poema. Y eso para mí fue súper importante. No llegué en un buen momento al taller. ¿Quién está en un buen momento a los 15 años?

--En el título de tu obra reunida aparece una relación explícita con la música.

--Estudié violín durante muchos años y creo que pasé por todos los conservatorios de la ciudad de Buenos Aires, y hasta fui al de La Lucila. Siempre hay música alrededor mío, porque además de la música, me gusta bailar. Siempre he trabajado en la sonoridad del poema. Ahí no en términos de música, pero sí de sentido, de ritmo que genere sentido. Siempre me interesó eso. Y también es un verso del libro, este ir a la música.

--Otro eje de tu poesía es el movimiento, el baile y los viajes.

--Mis primeros libros son iguales, en términos de un espacio mítico, hasta Plaza Real; en 36 movimientos hasta ya no es un lugar. Y de hecho, está Volumen I, en que cada poema es una canción de una banda. Bailar siempre fue parte de mi vida, cuando estoy contenta bailo, bailo sola, me encanta ir a bailar. En el movimiento te encontrás con tu cuerpo y con los otros. Es el movimiento en la calle; el tiempo pasa, una se mueve por el tiempo. Esas me parece que son constantes de mi experiencia de estar acá o cómo siento que es dar cuenta de los días, que es un poco lo que hacen los poemas.

--¿Cómo describirías el sonido de tus escritos más recientes?

--W.A.R.S.Z.A.W.A. probablemente es el libro más áspero, más sincopado, más urgente. La III Guerra Mundial tiene un fraseo más calmo, es tan terrible todo lo que dice que es más calmo. También, supongo, tiene que ver con la actualización del recuerdo, de la memoria. Ese libro nació de un poema largo que tenía seis partes. Lo escribí antes de que naciera Mora y lo leí en Belleza y Felicidad. No pude hacer nada con eso, y cuando nació Mora y estaba cerrando Volumen I, volvieron a aparecer en un momento esos poemas, con algo de la propia infancia que te dispara, de golpe, ser madre. Una pregunta alrededor de eso. En En la música vamos trabajo un sonido en el que me reconozco, menos friccionado. Me gusta que haya poemas largos y poemas breves, como esto de las perlitas. Creo que tiene que ver que es un libro que cruza mucho tiempo, igual que La III Guerra Mundial, medio se solapan. Es un libro que tiene una respiración particular.

--¿Cuándo decidís que el poema está terminado? ¿Y cuándo que un libro está terminado?

--Qué difícil es esa decisión. Siento que los libros son espacios, son territorios. Por eso mis primeros libros tienen nombres de lugares, de zonas geográficas. Y hay un momento en el que siento que entré, y me doy cuenta de que este, este y este poema, que no sabía dónde iban, son primos que estaban armando un mapa. Y hay un momento en el que siento que lo que está apareciendo ya no es de ahí, o no pertenece, o si está en un tono afín no tiene la carnadura que quisiera. Ahí me doy cuenta de que llegué a un lugar. Lo que sí hago, en general, es volver a trabajar, volver a revisar el conjunto.

--¿Qué relación hay entre tu escritura y el contexto social?

--Soy medio un emergente desclasado de los años noventa. Me fui muy chica de mi casa, trabajo desde los 15 años. En ese sentido, estudié trabajando, trabajé siempre desde que tengo memoria y sobreviví los años noventa, que es un montón. En ese entonces, en un momento dejo de trabajar en gastronomía para dar clases. Y terminando esa década, trabajo dando clases y vuelvo a trabajar en gastronomía, además de compartir casa como cuando tenía veinte. Esa realidad y ese tipo de alianzas o redes afectivas y política siempre han estado alrededor de lo que he hecho, en la poesía, después en el cine o cuando trabajé haciendo fotos y videos. En ese aspecto, me parece que son pequeñas políticas de resistencia para encontrar sentidos nuevos. Eso es lo que fueron los noventa, en ese gran desconcierto y en esa tierra arrasada: hacer alianzas para seguir haciendo. Algo en lo que ya venían las mujeres desde los años setenta, ochenta. No es que inventamos la pólvora.

--¿El canon de la poesía argentina es machista?

--Diría que si el canon de la poesía argentina fuera machista, estaría muy ciego. Desde los años setenta a esta parte, se ve la potencia y la intensidad de las voces de las poetas mujeres, y de poetas como Néstor Perlongher. Es distinto si me decís que las jerarquías y los manejos del poder son machistas. El canon no debiera ser machista. Hay o hubo situaciones complicadas en la escena literaria. Habría que hacer una tarea de archivo para fijarse adónde fueron los premios, adónde las notas de tapa.

--¿Cuál es tu vínculo con el feminismo?

--Para mí fue una dicha tomar la calle en 2018 en vinculación con compañeres en el reclamo de la legalización de la interrupción del embarazo. Es muy lindo el proyecto de Martes verde, esa cosa multietaria, multiestética. Ahí se dio algo interesante. Siempre he sentido que escribo desde lo que me ha acontecido, desde mi experiencia y desde lo que implicaba ser una chica en los años ochenta, en los noventa. Implicaba estar más en riesgo que un chico, que hubiera leyes que te hacían cumplir y que si hubieras sido un chico no hubieras tenido que cumplir, que fuera más difícil o más áspero irte de tu casa.

--¿Tus padres leyeron tu poesía?

--Nunca viví con mi papá, murió cuando yo estaba en séptimo grado. Nunca desayuné con mi papá. Cuando mi mamá quedó embarazada, ya estaban separados. Con mi madre, tuve una relación loca y apasionada y muy conflictiva. Mi mamá fue a una presentación, alguna vez, y falleció el año pasado. No sabría decirte si leyó mis poemas o no. Cuando ayudé a vaciar la casa, había una carpeta con todas las notas que yo había publicado. Fue rarísimo encontrar eso.

--¿Cómo es tu experiencia docente en la UNA?

--Es una maravilla. Es la cátedra de Alicia Genovese, Taller de Poesía I. La carrera es preciosa. Ojalá hubiera existido cuando yo tenía hasta te digo treinta años. Artes de la Escritura era un nicho que estaba ahí latente y ahora es una licenciatura, y es una licenciatura donde la poesía es una materia. Eso es una fiesta, tener casi a 200 personas en una clase de poesía. Me parece maravillosa no sólo para poesía, sino también para la escritura. Hay algo muy gozoso, que entre esas personas que están cursando haya desde gente que se jubiló y que es, por ahí, historiadora, hasta gente que acaba de salir del secundario y es su primera experiencia, su primera situación como estudiante universitario. Y en el medio, una gama infinita.

--¿Mora, tu hija, lee tus poemas?

--Algunos sí, otros no. Le encanta "Uñas violetas", y de algunos otros me hace preguntas porque son escenitas muy de infancia, y ella las recuerda.