“El Fred Astaire de la edición” creía que el trabajo de un editor consiste no sólo en acompañar al autor, sino en lograr que los libros lleguen a sus potenciales lectores. El catálogo de la estadounidense Knopf reflejaba la elástica curiosidad del editor Sonny Mehta, que murió el pasado 30 de diciembre a los 77 años en un hospital de Manhattan por las complicaciones de una neumonía. El colombiano Gabriel García Márquez, novelas policiales de P.D. James, Don Winslow, Stieg Larsson y James Ellroy; narrativa de Haruki Murakami, Alice Munro, Joan Didion, Anne Tyler, Toni Morrison, Cormac McCarthy, Chimamanda Ngozi Adichie, V.S. Naipaul o Imre Kertész; la poesía de Anne Carson y Patti Smith; las memorias de Bill Clinton y Andre Agassi, entre tantos otros, convivían en el catálogo de uno de los más grandes editores del mercado estadounidense. El cosmopolita y refinado Mehta preservó el prestigio y la calidad –su caballito de batalla- sin perder de vista el éxito comercial, y logró atravesar las sucesivas transformaciones hacia los grandes conglomerados editoriales, como cuando el grupo alemán Bertelsmann AG compró en 1999 Knopf y la fusión posterior, en 2012, con Penguin Group.

Después de 32 años como director editorial de Knopf, Mehta –que nació en Nueva Delhi, en 1942- era una de las últimas leyendas de la edición. Pero el camino no fue fácil, cuando llegó a Nueva York en 1987 para hacerse cargo del sello estadounidense fundado en 1915 por Alfred Knopf (1892-1984), que entonces contaba en su catálogo con 18 premios Nobel. Hijo de un diplomático indio, Mehta se educó en Cambridge y forjó su reputación al frente de dos sellos de libros de bolsillo, como cofundador de Paladin y editor en Picador en el Reino Unido, donde publicó nuevas voces de la contracultura estadounidense en los agitados setenta –introdujo a Hunter S. Thompson- y apostó por escritores que luego continuaron con brillantes carreras literarias, entre ellos Ian McEwan, Salman Rushdie, Julian Barnes y Graham Swift. Recomendado a Knopf por su antecesor, que dejó su cargo en el sello para editar el The New Yorker, Robert Gottlieb escribió que Mehta era el mejor candidato para continuar porque “no solo tenía la pasión crucial por los libros de calidad y el conocimiento de cómo publicarlos, sino que tenía algo que me faltaba: una presencia significativa en el mundo internacional de la publicación”. Apenas desembarcó en Knopf, Mehta publicó El amor en los tiempos del cólera, y fue la primera vez que García Márquez ingresaba a la lista de los libros más vendidos en Estados Unidos.

En una entrevista por el centenario de Knopf, Mehta reconocía que sus debilidades eran Dashiell Hammett, Raymond Chandler y los ganadores del Nobel. “Soy un lector compulsivo y no sé qué haría si no estuviera leyendo, es un hábito terrible”, subrayaba el editor. Cuando le preguntaban si estaba relacionado con Zubin Mehta, el director de orquesta indio, o con el escritor Ved Mehta, “el Fred Astaire de la edición” respondía: “No. Soy el otro Mehta, el que no tiene talento”. La marca distintiva como editor fue ampliar el campo de batalla de la circulación de los libros que editaba. “Creo que la diferencia fue que probablemente animé a las personas a comercializar mucho más de lo que solían hacerlo. Los alenté a mirar un cierto tipo de ficción literaria y ver que no estaba necesariamente destinado algún tipo de gueto, que había un mercado más grande”, reflexionaba el editor de Knopf.

La mayor satisfacción –confesaba en una entrevista con The New York Times- “es leer algo nuevo y emocionante y luego lograr que otras personas compartan tu entusiasmo”. Los autores se dieron cuenta del entusiasmo contagioso que predicaba Mehta. Murakami, después de que se reunió con él, dijo: “Tenía un estilo especial propio, y sabía que era alguien en quien podía confiar, y con quien trabajaría durante mucho tiempo”. John Banville comentó: “le encantan los libros, su contenido, su diseño, el peso de ellos en la mano”. Anne Tyler, más concisamente, se refirió a él como “el Fred Astaire de la edición”. En 2016 admitió que “en un buen día, todavía estoy convencido de que tengo el mejor trabajo del mundo”. Cuando aceptó el Premio Maxwell E.Perkins en 2018, reveló su deseo sobre cómo permanecer en la memoria de los otros. “Siempre he encontrado consuelo en los confines de un libro o de un manuscrito. Leer es como paso la mayor parte de mi tiempo, sigue siendo el aspecto más alegre de mi día –afirmó Mehta-. Quiero ser recordado no como editor, sino como lector”.