Desde París

 Cambió el año, aunque no el conflicto. El movimiento social que estalló el 5 de diciembre de 2019 contra la reforma del sistema de pensiones promovido por el presidente Emmanuel Macron continúa en plena vigencia. Es, hoy, la crisis social más extensa de la historia contemporánea. Las huelgas en los transportes, que hicieron de las fiestas navideñas un rompecabezas para la gente, superaron incluso las que paralizaron a Francia en 1995 cuando el entonces primer ministro liberal Alain Juppé presentó una reforma sobre el mismo tema. 

En 2020, tanto la presidencia como los sindicatos, incluidos los reformistas, mantienen sus posiciones. Durante el saludo de Año Nuevo, Emmanuel Macron reiteró que “el proyecto se llevará adelante”. El jefe del Estado volvió a defender la idea según la cual se trata de “un proyecto de justicia y de progreso social”. Esa era en todo caso la filosofía que figuraba en la plataforma electoral de Macron durante la campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2017.

 La idea de una reforma del sistema de pensiones ya aparecía en las propuestas y apuntaba a transformar el actual sistema por una “jubilación universal por puntos” y terminar así con los 42 regímenes jubilatorios existentes. El proyecto inicial, cuya meta consistía en “renovar el modelo social”, pasó a ser un factor de confrontación.

 El Ejecutivo mantuvo sus intenciones difusas y cuando al fin detalló el contenido de la reforma surgieron tres dudas: una, el valor real del punto: dos, la casi certeza de que, envuelta en una retórica de caramelo, la reforma extendería de facto la edad de la jubilación a los 64 años ante los 62 actuales: tres, la fuerte sospecha de que, al final, los cambios introducidos pretenden transformar el sistema de reparto por el de capitalización.

Desde entonces, hubo varias jornadas de manifestaciones, paros de trenes, metros y autobuses y una postura invariable de los sindicados: no a la reforma. Se esperaba que el jefe del Estado abriera una ventana hacia alguna negociación posible, pero sus palabras de año nuevo cerraron esa perspectiva. 

El tema lo lleva el jprimer ministro Edouard Philippe y las negociaciones con los sindicatos están, por el momento, bloqueadas. Habrá que esperar hasta después de la próxima jornada de manifestaciones convocada para el 9 de enero por el frente sindical para observar si, según su peso, se produce algún avance.

Con cada semana que transcurre asoma una nueva sospecha. La última puso en escena al monstruo de las conquistas sociales, la multinacional norteamericana de las finanzas BlackRock, de quien se asegura que está detrás de la reforma macronista. Y como el jefe de la rama francesa de BlackRock, Jean-François Cirelli, recibió hace algunos días una de las distinciones más altas que otorga el Estado francés, La Legión de Honor, los rumores no hicieron más que acentuarse. Este gesto fue denunciado como una “provocación” por la izquierda francesa, tanto más provocativo cuanto que los sindicatos, los partidos de oposición y ciertos comentaristas han denunciado los intentos de BlackRock por “influenciar” la controvertida reforma macronista. 

Varios sectores sociales temen que la reforma de las pensiones, con esa empresa como operador oculto, desemboque en una drástica transformación del modelo actual. La diferencia es radical: en el modelo francés, las jubilaciones están financiadas mediante las cotizaciones que pagan los trabajadores. Estas son luego “repartidas” o distribuidas por el Estado entre los cotizantes. En un sistema por capitalización, es el capital que han acumulado los trabajadores el que finanza la jubilación. En realidad, esta eventualidad es más un fantasma que una realidad. Incluso si hay sectores que sí podrían optar por la capitalización, no es el caso de la mayoría. Sin embargo, en un momento de alta sensibilidad como este, cualquier rumor adquiere la dimensión de una verdad, sobre todo porque buena parte de la opinión pública se siente traicionada por el mandatario. Su planteo de “renovar” el modelo francés ha mostrado que se trata también de hacer recortes y economías. Allí radica la desconfianza con la que, una mayoría de franceses, percibe al Ejecutivo. El gesto de entregarle la Legión de Honor al directivo de una empresa que hace fortuna con la especulación financiera es una torpeza más en la larga serie negra que ha acumulado el gobierno.

La confrontación persiste en su máxima intensidad. El gobierno, a través de el secretario de Estado de Transportes, Jean-Baptiste Djebbari, acusa a la CGT de asumir un sindicalismo de “oposición sistemática a toda reforma”, e incluso “intimidatorio”. El líder de la CGT, Philippe Martinez, responsabiliza al gobierno de estar jugando a que “la situación se pudra” para forzar la aceptación de la reforma. Lo cierto es que ya se entró en una marca histórica con los 30 días ininterrumpidos de huelga. Se superó el record de 1995 y hasta el de 1986-1987, cuando una huelga en los transportes se había prolongado durante 28 días. Con lógico mal humor y paciencia, la gente hace largas colas para intentar subirse a los pocos transportes públicos que circulan. El 9 de enero están previstas las próximas manifestaciones y recién el 22 de el proyecto de ley será presentado en el Consejo de Ministros. De aquí en adelante la única opción es caminar.

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