Los aspirantes a guionistas pueden ser perdonados por sentir un ramalazo de envidia por la facilidad con la que Steven Moffat y Mark Gatiss se las arreglaron para conseguir que una nueva producción de gran presupuesto sobre Drácula levantara vuelo. “Empezó como un chiste”, dice Gatiss, quien se hizo célebre por ser parte de The League of Gentlemen, luego escribir para la legendaria Doctor Who y ser cocreador de la nueva Sherlock con Moffat. “Estábamos filmando la tercera temporada de Sherlock, habíamos ido a Londres para una entrega de premios y yo acababa de sacarle una foto a Benedict Cumberbatch con su capa y el cuello subido, recortado contra una puerta. Se la mostré a Ben Stpehenson, uno de los responsables de la producción de dramas para la BBC, y le dije “Parece Drácula, ¿no?”. Y el respondió “¿Querés hacer eso?”.

Más de siete años después, su nueva versión de Drácula, una miniserie en tres partes, llegó a las pantallas inglesas y a la plataforma Netflix. Su elenco incluye al danés Claes Bang en el personaje principal; el celebrado actor teatral John Heffernan como Jonathan Harker –el abogado que tiene la mala fortuna de vsitar el castillo del conde Drácula-, y Dolly Wells como una sabia monja. El propio Gatiss tiene un rol menor.

Drácula, por supuesto, ha sido una figura central del género de terror desde que el húngaro Bela Lugosi lo representó en 1931. La máscara más famosa desde Lugosi perteneció a Christopher Lee, que protagonizó títulos de la productora Hammer desde fines de los años ‘50. En los ’70 se aproximaron al personaje tanto Andy Warhol como Werner Herzog; la operística versión de Francis Ford Coppola, engañosamente titulada Bram Stoker’s Dracula (que no era muy fiel al original) tuvo a Gary Oldman como al aristocrático chupasangre. Desde entonces ha sido domesticado al punto de convertirse en un dibujo animado para niños (Conde Duckula) y un antagonista para Buffy la Cazavampiros, mientras que el nada amenazante retrato de Robert Pattinson fue el rompecorazones adolescentes de la saga Crepúsculo. Y eso es solo la punta del iceberg, sin siquiera empezar a hablar de la industria de disfraces para Halloween.

De manera nada sorprendente, entonces, Gatiss y Moffat no pudieron tomarse muy seriamente la idea de resucitar un icono tan trillado. “Pero entonces empezamos a pensar que realmente podíamos hacer algo con Drácula”, dice ahora Moffat. “Y empezó a gustarnos tanto que se lo llevamos a Sue. Y a ella le gustó, y aquí estamos”. Sue es la esposa de Moffat, Sue Vertue; pero además es la productora que dirige Hartswood Films, responsable de Sherlock. Entonces, ¿por qué Moffat y Gatiss, que se hicieron amigos cercanos mientras escribían guiones de Doctor Who y compartían viajes en tren entre Londres y Cardiff, finalmente decidieron tomarse en serio a su Drácula?

“Estas cosas se mueven en ciclos”, dice Gatiss. “Hemos atravesado tantas iteraciones de vampiros a la Crepúsculo que nos pareció bien ser capaces de poner en escena nuevo castillos, luces de luna y capas. El horror debe ser transgresor. A través del tiempo, el terror se vuelve confortable. A diez años de sus primeras presentaciones en pantalla, Drácula y Frankenstein ya se estaban encontrando con Abbott y Costello...”

El castillo que eligieron para ubicar a Drácula, el Orava de Eslovaquia, traiciona el sentido de cómo debería ser el legado artístico del material, que se situaba cerca de Nosferatu, la primera versión en pantalla (no oficial) de la novela publicada en 1897 por Bram Stoker, filmada en 1921. La película muda de Friedrich Wilhelm Murnau, que apenas sobrevivió a las discusiones con los abogados encargados de vigilar el copyright de Stoker, es una obra maestra del expresionismo alemán, y aun hoy mantiene su poder para asustar. La figura vampírica de Nosferatu, llamada Orlok, estaba interpretada por Max Schreck: el personaje de aspecto cadavérico y dedos grotescamente largos fue fielmente recreado por Werner Herzog cuando eligió a Klaus Kinski para su film de 1979 (hablado en alemán) Nosferatu el Vampiro. Moffat y Gatiss, de todos modos, tenían un modelo muy diferente en mente cuando pensaron en su Drácula, el ídolo de las matinés francesas Louis Jourdan.

“Una de nuestras grandes influencias fue la versión que hizo Jourdan en 1977 para la BBC”, dice Gatiss. “Es una pieza de casting muy reveladora porque él estaba en sus cincuenta, era un ídolo de matineé, pero era particularmente no inglés. Claes tiene una urbanidad que estábamos buscando”. El actor de 52 años es quizá más conocido en Dinamarca por The Square, en la cual aparece junto a Elisabeth Moss como un abusivo director de galería de arta cuya vida cae en picada luego de que le roban el teléfono. El personaje de Bang es magníficamente amenazante.

“Vi The Square y Claes se ve como si Bela Lugosi y Christopher Lee se hubieran encontrado y de alguna manera hubieran tenido un hijo. Pensé que no íbamos a conseguir nada mejor que eso”, dice Moffat, quien le había pedido a su directora de casting, Kate Rhodes James, que encontrara un actor en los cuarenta o cincuenta que se viera como Drácula, sonara como Drácula, fuera inmensamente carismático y no necesariamente conocido. “Y no queríamos que se viera inglés”, agrega. Bang cumple su labor en Drácula. Suave, seductor y ceñudo, alto, oscuro y apuesto, está en el molde de Jourdan y de Frank Langella, quien interpretó al conde como un héroe romántico en la película que John Badham hizo en 1979. El vampiro de Stoker no era tan bien parecido, dice Moffat. “En el libro tiene un largo bigote blanco. De hecho, la versión de Drácula que todos conocemos y veneramos proviene en realidad de una obra teatral de 1924 en la que aparecía Bela Lugosi. Era un sex symbol de su tiempo”.

Moffat ya revivió un clásico victoriano del terror para televisión en 2007, cuando hizo una reversión de El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. La gótica imaginación de Gatiss está seguramente alimentada por el hecho de vivir al lado del hospital psiquiátrico eduardiano de Sedgefield, donde trabajaba su padre. Las películas de la Hammer eran una pasión para ambos. Y aunque se mantienen fieles a Stoker en muchos aspectos, Moffat y Gatiss también se tomaron algunas libertades, como era de esperar de los creadores de Sherlock. Inventaron el personaje de la monja, además de otras sorpresas que no conviene revelar. La mayor diferencia con el libro, de todos modos, es el mismo personaje de Drácula.

“El mayor desafío que nos autoimpusimos fue hacer de Drácula el personaje central de su propia historia por primera vez”, dice Gatiss. “Si conocés el libro, él aparece en el primer tercio y poco más. Teníamos que darle una personalidad que abarca cuatro siglos y si efectivamente sos inmortal, más te vale tener sentido del humor”. Y ciertamente este es un Drácula gracioso. Dado que el vampirismo es una ampliamente aceptada metáfora del sexo, uno de los obstáculos potencialmente más grandes para un vampiro en la era post #MeToo podía ser su gusto predatorio por mujeres jóvenes en vestidos breves. Pero Moffat expresa un vehemente desacuerdo. “Eso no es verdad. ¿Dónde aparece eso?”, pregunta. Cuando se le señala que las películas de la Hammer están al borde del sexploitation, señala que allí “los hombres jóvenes son igualmente explotados. La Hammer quería que todos fueran al cine, con lo que las mujeres podían estar en vestidos breves o mostrar el torso, pero los hombres también. Si mirás la primera película de Hammer, la persona por la que Drácula parece excitarse más al morderla es Peter Cushing. Hay todo un momento homoerótico. Pero él se los está comiendo, no está teniendo una cita. Drácula no es bisexual, es bi-homicida.”

*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.