5 – LO MEJOR ESTÁ POR VENIR

(Le meilleur reste à venir/Francia, 2019)
Dirección y guion: Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte
Duración: 117 minutos
Elenco: Fabrice Luchini, Patrick Bruel, Martina García, Thierry Godard, Pascale Arbillot y Zineb Triki.


El diccionario de Cambridge define como crowd-pleaser a “algo o alguien que el público disfruta viendo o escuchando”, lo que, aplicado al universo audiovisual, englobaría a aquellas películas y series pensadas con el fin máximo de agradar a la platea haciéndola sentir bien consigo misma, demostrándole que la vida es –puede ser– una experiencia hermosa aun ante la peor de las adversidades. Un tipo de cine que el ala más comercial de la industria francesa maneja a la perfección. Sin ir más lejos, allí se concibió, en 2011, Intouchables, que con una recaudación mundial de 426 millones de dólares –y remakes en la Argentina, Estados Unidos e India– es la producción del país del gallo con mejor performance en taquilla mundial. Siguiendo esa línea llega ahora Lo mejor está por venir, que ya desde su título adelanta el contenido de una historia que navega las aguas de la comedia dramática hasta atracar con firmeza en el puerto de la redención. Y vaya si se redimen todos, absolutamente todos los personajes.

Manipuladora como político en campaña, la película dirigida a cuatro manos por Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte (los mismos de Le prénom, que supo tener su adaptación teatral en la Argentina) presenta la historia de dos amigos desde la más tierna infancia que, a sus cincuenta y pico, encaran la vida de manera radicalmente opuesta. Así, mientras Arthur (Fabrice Luchini) es un tímido pero reputado investigador y docente universitario divorciado y con una hija adolescente con quien le cuesta comunicarse, César (Patrick Bruel) es un solterón empedernido cuya solvencia económica está siempre al filo del abismo. Más aun después de perder gran parte de sus cosas a raíz de una deuda. Durante la tarde que le llevan todo de su casa, César cae por el balcón y se lastima la espalda. Será, como siempre, Arthur quien lo auxilie llevándolo al hospital y prestándole sus documentos para que lo atiendan.

Todo indica que se trata una de las tantas anécdotas compartidas, hasta que al otro día Arthur recibe una llamada del hospital en la que le informan que tiene un cáncer de pulmón terminal. No él, en realidad, porque los estudios se los hizo César. ¿Qué harían 999 de cada 1000 humanos en ese contexto? Sentarlo y batirle la posta. Arthur lo intenta pero no puede, desatando así una confusión por la que el enfermo piensa que en realidad el moribundo es su amigo. La película sostiene ese malentendido hasta el infinito y más allá, como demuestra un viaje a India donde el guión considera que con un cáncer no alcanza. La certidumbre de la muerte lleva a la dupla a empezar a saldar cuentas con el pasado, abrazando algunas situaciones cómicas que, a excepción de una muy buena que involucra a un elefante, apenas orillan la eficacia módica. Y otras volcadas hacia lo dramático en las que abundarán los diálogos altisonantes y pases de facturas silenciados por años. Que la escena final opere a la vez como punto de inicio de una etapa es la frutilla de un postre que disfrutarán solo aquellos paladares adictos a la sacarina.