Nos encontramos una tarde con sol y pocas nubes. Nos sentamos en círculo. Una al lado de la otra. No nos conocemos pero nos saludamos con abrazos, miramos a los ojos, y dentro de un rato vamos a llorar juntas también. Circula el mate y la comida ─mucha comida rica “made in casa”, sin packaging de mercado─. Circulan las palabras que desahogan, que ayudan a que las penas parezcan penar un poco menos.

Varias de estas mujeres no ven a sus hijos/as desde hace años. Otras, llevan meses sin contacto. Algunos/as de estos/as niños/as apenas hablaban cuando fueron arrancados/as de sus mamás. Hoy quizá no las recuerdan, ni saben las batallas contra los molinos que dan todos los días para volver a sus lados. La situación es preocupantemente novedosa: en los Tribunales de Morón y La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, son cada vez más las mujeres denunciadas como violentas por sus ex parejas e impedidas de vincularse con sus hijos e hijas. El último cover de “El reino del revés” versionado por el infalible dueto de siempre: los varones violentos y una Justicia patriarcal encantada de allanar el camino hacia nuevas vulneraciones contra las mujeres.

“Estoy coordinando el grupo de violencia de MAO desde 2011 y esto nunca había ocurrido: el 60% de las mujeres que en el último tiempo se acercaron a la organización fueron acusadas de violentas por sus ex parejas. Es un femicidio por goteo. Los tipos no las matan, ahora las denuncian, las echan con la policía de sus hogares, les quitan libremente a los/as hijos/as y las obligan a comenzar procesos judiciales arduos, sinuosos… las dejan en una situación de impotencia total”, cuenta María Rosa Chiurazzi, operadora en Psicología Social.

Las MAO son las Mujeres al Oeste, una trinchera organizada desde hace 24 años contra la violencia machista en el conurbano bonaerense. “El lugar que nos salvó la vida”, repiten sin dudar aquellas que se acercan todos los miércoles al espacio interdisciplinario de escucha y asesoramiento. Porque los feminismos ya nos enseñaron todo lo que ocurre cuando las mujeres dejamos de estar/sentirnos solas y formamos tribu, pero sobre todo cuando la socialización de conocimientos y de derechos echan luz a las injusticias.

Así de desesperante fue para Claudia entenderlo: “En las reuniones semanales tuve contención, pero no sólo emocional. Con las MAO aprendí, por ejemplo, que existen leyes para nosotras. Y recuerdo que cuando leí la ley de violencia de las mujeres pensé: `Se supone que esto es en mi beneficio, pero lo están usando para perjudicarme´”.

La trampa machista

En 2019 se cumplieron diez años de la sanción de la Ley 26.485, un importante avance en la consagración de normas nacionales para brindar protección a las mujeres ante situaciones de violencia. Una ley que pateó el tablero, propuso otros abordajes y amplió definiciones y tipos de violencias contra las mujeres.

Pero el refranero popular avisa y no traiciona: a la ley le sigue la trampa. Una trampa, en este caso, a favor de la contraofensiva, de la reacción machista ante los derechos conseguidos... los tiempos del backlash.

“Los problemas actuales tienen que ver con que los varones violentos se están apropiando del uso de esas herramientas que debieran ser utilizadas para brindar protección a mujeres y personas víctimas de violencia. Herramientas que tienen ciertas particularidades muy útiles para dar respuesta inmediata a situaciones de violencia. Por ejemplo, el dictado de medidas ante la mera denuncia y/o sospecha, y la flexibilidad de las pruebas son aprovechadas últimamente por los varones maltratadores contra las mujeres víctimas de esos varones. Mujeres que, muchas veces por miedo, nunca antes habían denunciado formalmente. De la experiencia advertimos también que las voces de esos varones suelen tener un mayor peso, ser menos cuestionadas por los operadores y las operadoras judiciales”, explica Evangelina Acuña, abogada e integrante de MAO.

Va otra vez, para no confundir: los varones no están repitiendo nuestros pasos. No son ellos los violentados. El último grito de moda parece ser apropiarse indebidamente de las herramientas creadas para dar protección a mujeres víctimas de violencia de género y utilizarlas como una estrategia más del ejercicio de esa violencia. Malabarismos que en yunta con el Poder Judicial ─históricamente “más amigable con lo masculino”─ resume la nueva venganza del patriarcado.

Dime con quién andas

Beatriz habla primero. No se llama Beatriz, porque nombrarla con sus verdaderos datos sólo serviría para complicar su historia y el expediente en curso. Una historia que tiene difícil: se sabe que enfrentarse con “un pez gordo” nunca es gratis. Y no es una manera de decir: la ex pareja de Beatriz es miembro de la Sagrada Familia Judicial.

“Un domingo le dije que me quería separar y me contestó: `Decime que me amás y esto se soluciona´. Le dije que no, que no era un vínculo bueno para nosotros y que me estaba afectando la relación con las nenas. Me pidió que le diera un tiempo para pensar cómo se lo contábamos a nuestras hijas. El viernes siguiente aparecieron de noche tres policías con una perimetral y me sacaron de mi casa, con la ropa que llevaba. Desde ese día no veo a mis nenas, hace más de un año.”

Con lo puesto, Beatriz comenzó un peregrinar inimaginable. Si la Justicia suele convertir en un infierno la vida de cualquier denunciante, todo se hace más oscuro cuando sos mujer y tu agresor es, literalmente, uno de ellos. Un pater familia con la insignia del Poder.

“Como soy la ex pareja de un funcionario judicial me costó un montón encontrar a alguien que quisiera tomar el caso. Me decían: `Mirá si con ese cargo va a mentir…´ Su palabra siempre es la verdad absoluta. Ya voy por la cuarta perimetral. Cada vez que se termina el tiempo la reactiva. Denuncia que fui violenta con él y con las nenas. A mí ni siquiera me dan autorización para ver el expediente porque mi ex trabaja dos pisos más abajo en el Juzgado y me corre la perimetral. Estoy atada de pies y manos. Me cortaron mis derechos como mamá, pero también como ciudadana. Vivo una negación de justicia, y a mis hijas las tienen secuestradas legalmente.”

Las hijas de Beatriz son adolescentes y desde agosto de 2018 no tienen vínculo con su mamá ni con familiares maternos. La mayor está con tratamiento psiquiátrico.

“Mi psicóloga me dice que esta situación se tiene que saber, pero ¿qué tengo que hacer para que se sepa? Cuando yo hago un movimiento es como tirar una piedra al agua… esas ondas vuelven y les impactan directamente a las nenas, porque a él no le afecta nada”.

Cambalache

“Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón…” cantaba Discépolo en 1934. Ya avanzado el siglo 21 nada cambió tanto. A nadie sorprende la banca de un oficial de justicia, hasta que entra en escena un tallerista textil, inmigrante y con antecedentes de violencia para que entendamos que en una sociedad machista alcanza con ser varón.

Elizabeth (que tampoco se llama Elizabeth) no pudo ver/tocar/besar/retar/criar a su hija durante dos años y medio. Cuando las separaron, la nena recién había soplado tres velitas. Cuando lograron reencontrarse, no recordaba a su mamá.

“Mi ex me dijo: `Yo no te mato, pero te voy a hacer sufrir en vida´. Después de una visita no me devolvió a la niña, y denunció que le rompí la puerta de su casa y que lo mandé a amenazar con un cuchillo. Le tomaron esa denuncia y me impusieron una orden de alejamiento e impedimento de contacto.”

Elizabeth mide 1,50 metros y pesa 54 kilos. Habla pausado, suavecito, con ese tono tan típico de las mujeres bolivianas. Busca las palabras que no existen para describir cómo se siente que te arranquen una hija. Se quiebra y llora, y con ella lloramos todas. Hay que hacer mucho esfuerzo para imaginarla agrediendo, amenazando o mandando a amenazar de muerte. Pero la Justicia no está para imaginar, ¿no? La Justicia está para hacer valer la palabra de un varón, aunque ese varón no se presente a las audiencias, ni firme las actas, o mienta en sus domicilios para evitar ser notificado, entre otros detalles.

“Me fueron llegando citaciones desde distintas jurisdicciones y me fui presentando. A veces llegaba a un sitio y me sonaba de haber estado antes. En el medio, el suplicio de conseguir un abogado penal, otro civil, porque no tengo plata para pagar abogados particulares. Y me perdía, no entendía nada. Hasta que conocí a las MAO y con su asesoramiento pude pedir la revinculación con mi hija, que salió en septiembre de 2017. Para el acta tuve que esperar a julio de 2018. Pero no lograban notificarlo y así siguió pasando el tiempo. Se tardó otro año más desde la orden de revinculación hasta el momento en que conseguí ver a la niña durante diez minutos. Me decían que era importante no cruzarnos de manera intempestiva para no dañarla, pero nadie pensó en eso cuando nos separaron a sus tres añitos. En los primeros encuentros le mostraba fotos y sus juguetes de chiquita. De a poco empezó a hablarme, se acercó y se dejó abrazar.”

Acá estamos, una vez más: las mujeres organizadas pensando colectivamente cómo hacerle frente a este inédito bumerán misógino. Es irresponsable. Es agotador. Es inconcebible. Pero nos tenemos.