Eufórico, ingresa Don Dante Alighieri al edificio de Argentores, para tramitar la recuperación de sus conculcados derechos. Le informan que debe esperar unos minutos porque quienes lo deben atender están almorzando. Se apoltrona en un sillón. Por el celular llama a su maestro Virgilio. Nada, lo tendrá apagado.

De la mochila extrae la revista Florencio que edita la institución. Está entusiasmado porque la mayoría de los artículos del ejemplar le tiran buena onda. Y de tan ansioso que está, pasa las páginas sin apuro para comprobar que los subrayados están bien hechos y siguen sustentando el reclamo que hará. Así, verifica que en página 16 se dice que “las plataformas de internet, Google, Youtube, Facebook, Instagram, Twitter, etcétera, por utilización no autorizada…, sin que retribuyan de manera alguna…, originan enormes pérdidas a los autores”. ¡Sí, eso-eso! Tiene razón el gallego Cervantes que me aleccionó insistiéndome para que haga el reclamo y defienda mis derechos, ¡joder ahí!... En la 18 dice que “la negociación duró 4 años, generando un nuevo ingreso para nuestros socios”. ¡Y yo soy socio moral de toda la vida!... En la 21 se asegura que “Lo de Youtube ya está vigente” ¡Arriba, corazones! En la 26 se asevera que “nunca se pierden los derechos patrimoniales y menos los morales. Los derechos se mantienen en cabeza del autor y lo que se obtiene es que el autor reciba una remuneración cada vez que su obra se utiliza”. ¡Eso mismo, chorros, pezzi di ladri! Haré un nuevo círculo en el infierno para que se les retuerza el alma; ¡víboras!... En la 28 sí que se clava la justa: “Aunque se cedan los derechos igual hay que pagar. Si no se tiene ningún derecho ante un éxito el autor se quiere matar. Se puede ceder el derecho, pero el derecho a la remuneración se cobra. El autor que no se preocupa por defender sus derechos puede ser estafado. Decía el sabio jurisconsulto romano Ulpiano, justicia es dar a cada uno lo suyo ”. ¡Eso mismo, Ulpiano solo y peludo nomás, figli di putane, estos sí hubieran merecido ser abortados! Por estos malparidos mi querido Salgari llegó al suicidio haciéndose el Harakiri… Y el Dante sigue releyendo la revista: “La societé de Gens de Lettres, fundada por Victor Hugo, Balzac, Dumas…” ¡Colegas queridos, crearé un círculo especial en el Paraíso para los escritores humillados de todo el mundo!... “En 1933, por iniciativa de Roberto Noble en la Cámara de Diputados, y de Marcelo Sánchez Sorondo en el Senado, se sancionó la ley 11.723 de propiedad intelectual”. ¡Bravísimo!, hijos de inmigrantes tenían que ser, ¡Bravísimo!...

Le avisan al Dante que ya puede pasar. Con marcado optimismo se desentiende del ascensor y sube a los trancazos por la escalera. Golpea la puerta y lo hacen pasar. Se presenta: Ío sono Dante, Dante Alighieri, florentino di Florencia. Se sienta, acomoda la mochila y justifica su presencia diciendo que viene recomendado por sus amigos Shakespeare, el gallego Cervantes y un nativo porteño llamado Borges. Ve que los abogados, uno petiso y lungo el otro, están vivamente sorprendidos y que observan con detenimiento su particular vestimenta. Uno de ellos se tapa la nariz. Dante sonríe, pide perdón por el olor a naftalina y explica que el avance tecnológico será lo brutal que sea pero hasta ahora la naftalina es lo mejor para mantener en buen estado las capas y túnicas que viste. Descorre el cordel de la cintura y desensilla la vestimenta dejando lucimiento a una remera en la que se puede apreciar su propio retrato, de perfil y narigón, con el gorro rojo orlado por laureles. Como ve que los profesionales abren grande los ojos, manifiesta que la compró en Mercado Libre, y es un robo que denuncio, pero más adelante, ahora pido por mi obra. El petiso dice ¡Ah!, y abre la ventana. El Dante se-ne-frega por el incordio que causa y va derechito al grano. Expone que un malandra de estas tierras ha lucrado con su “Divina Comedia” llevándola al cine sin pagarle un mango y que eso es injusticia de lesa humanidad con los artistas universales como él. Abre la revista N° 55 y muestra los subrayados que le han hecho sus amigos para animarlo a venir y demandar en este sitio sagrado que, según amplios rumores, ampara a los creadores del arte.

Los abogados, decididos a sacarse de encima a semejante estorbo, le dicen que sí, que ellos conocen ya los artículos de la revista y que está todo bien, pero hay un detalle que enturbia el reclamo. Dante, algo caliente y ya con cara de enemigo, se rasca el nazo, ¿¡quale dettaglio!?... Le revelan: Sus derechos perecieron, admirado Dante, ahora son universalmente públicos, quienquiera puede hacer uso de su obra y fabricar quesos Dante Alighieri, zapatos, películas, remeras como la que tiene puesta, cualquier cosa, hasta preservativos y consoladores, la realidad es así, es triste pero qué se le va a hacer, usted está muerto desde hace un rato largo, lo lamentamos mucho pero es así, usted está muerto… Dante mastica el insulto, saca un papel del bolsillo y de un golpe lo pone sobre la mesa. Le preguntan qué es. Responde rojo de bronca: ¡il mio certificato de sopravvivenza!, otorgado por la comisaría 19 del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ¡mascalzoni!, y ya estoy yendo al programa de televisión de mi buen amigo Mauro Viale para denunciar este vil atropello. Agarra sus ropas, la mochila, y se va dando un portazo.

Los abogados se quedan estupefactos. Calmándose, el lungo apunta: Mierda, qué tipo, se olvidó la revista, y eso que no reclamó por el uso público de “El cuento del Dante”… ¿Cuál cuento?, pregunta el petiso. El lungo le explica que es el de “avanti, sempre avanti”, ¿no lo conocés? No lo conozco, responde el petiso, contalo. El lungo hace el primer cierre: no ahora, esa es otra historia… Vuelve a entrar el Dante para un segundo cierre y agarra la revista: ¡Felice anno nuovo!... Y se va, erguido de orgullo dentro de la gorra roja adornada con laureles; llama a su maestro por el celular. ¡Atiende Don Virgilio! El alumno lo saluda para el tercer cierre: ¡Oh suprema luz que tanto te elevas sobre los pensamientos mortales!, tenías razón en tu celestial vaticinio: deberemos manifestar en patota y con mucho barullo frente a la Casa Rosada; diró a Beatrice di organizzare los tambores. ¡Avanti, sempre avanti, carísimo troesma!...