Hay artistas cuya trascendencia no reside en lo inoxidable de sus canciones sino en su reescritura de las reglas del juego y su capacidad de generar nuevas definiciones y nuevos espacios de construcción de sentido. Charli XCX  se inscribe en este segundo grupo; sí, aunque por ejemplo sea coautora de dos de los himnos pop más resonantes de la década, como son I Love It de Icona Pop y Fancy de Iggy Azalea. Sus canciones son enormes, pero su relevancia dentro de la industria es mucho más grande que la suma de todos sus hits.

 

Con 27 años, hoy la cantante y compositora londinense encarna con su recorrido artístico una parábola inusual. Su primer LP, True Romance, fue electropop brumoso publicado de manera independiente. El segundo, Sucker, fue su debut en las grandes ligas, una bomba mainstream que la posicionó allá por 2014 como la gran promesa del pop global. Y luego volvió –recargadísima– a las bases underground trayendo al frente de la escena a PC Music, el colectivo de productorxs más deforme e innovador de Londres.

En ese paso, decidió tomar al cien por ciento las riendas de su carrera y liberarse de las pretensiones de cualquier discográfica, seguir su instinto y trabajar con quien tuviera ganas y en los formatos que se le antojaran. De ahí salió Vroom Vroom EP, íntegramente producido por la emergente SOPHIE (de PC Music): una colección de cinco canciones que deconstruyen el canon pop bailable y que inauguró lo que sería Charli de ahí en más. Le siguieron dos mixtapes: Number 1 Angel y el fundamental Pop 2, la consagración, producido en su mayoría por el otro cabecilla de PC Music, el dj y productor Ag Cook.

En ese recorrido, visibilizó infinidad de artistas y productores con sus feats, nos presentó a la gran Kim Petras y transformó a Carly Rae Jepsen en icono cool. ¡Pero no se limitó a eso! También colaboró con David Guetta y con Diplo, se fue de gira con Taylor Swift y Camila Cabello, y se dio el lujo de amadrinar una banda de rock y tener su propio reality show de Netflix documentando ese proceso: I'm With the Band.

 

Su álbum de 2019, tercero en formato LP, lleva su nombre y no es en vano: Charli es el cierre de una década que ella ayudó a definir, fue uno de los álbumes pop del año pasado y concentró todas las Charli que a la vez son una sola, polimorfa y bipolar. El disco abre con una declaración de grandeza (Next Level Charli), tiene una balada cursi en colaboración con las Haim (Warm) y una suite alucinógena para perrear con silencios, jadeos, susurros y funk carioca (Shake It), en la que les cede el micrófono a Brooke Candy, Pablo Vittar, Big Freedia y Cupcakke, haciendo gala de otra de las cosas que nos enseñó: la voz cantante no siempre la tiene la cantante y quien firma la canción no siempre es el centro de atención. El álbum también es un pico a nivel lírico: melancolía de afterparty, sentimentales pero heladas y abstractas crónicas del amor en la era del aislamiento.

Charli y su obra son punto de encuentro entre el mainstream y el underground, entre el pop bubblegum y el avant garde, de una manera en la que tal vez solo Grimes puede hacerle competencia. Pero mientras la condición de rara avis de la canadiense la vuelve precisamente más definible, lo de la inglesa es aún más extraterrestre por el lugar inclasificable que ocupa. Grimes creó de forma artesanal y cien por ciento autogestiva discos que reescribieron las reglas del pop, consagrándose como productora, abanderada nerd y abriendo un poco –pero tampoco del todo– el nicho al que indudablemente pertenece: el de culto, el de los artistas serios, músicos electrónicos que deconstruyen la canción pop, como podrían ser –salvando las distancias– James Blake o FKA Twigs.

 

Pero Charli no podría entrar en esa categoría. Por el contrario, brilla menos por sus capacidades como artesana de la música que por su habilidad para descubrir e impulsar talentos con un ojo visionario, para coser patchworks entre elementos aparentemente disímiles y amalgamarlos con su voz, estética y presencia. Eso indudablemente es un talento, y uno enorme. Ése y el de escribir canciones pop únicas y vanguardistas, a veces redondas por lo radial y a veces redondas simplemente por saber mantenerse pegadizas aún cuando todo es noise, deconstrucción y beats no lineales. Charli XCX no solamente jugó con las fronteras entre el culto y el mainstream: las diluyó y generó un nuevo espacio donde ambos ethos son lo mismo.

Todo lo que toca se convierte en moda y a su vez, siempre lo hace en respuesta antitética a la moda. A ella le debemos que programadores, nerds del audio y el público habitual de galerías de arte se entreguen a los placeres del pop, y también que el público de One Direction se pusiera a bucear en Soundcloud para bailar al son de beats industriales. Durante la década que va de 2010 a 2019, Charli XCX fue una figura crucial a la hora de devolver al pop su potencial rebelde y a las popstars su potencial subversivo. El pop hoy ya no es bonachón ni edulcorado –y si lo va a ser, ¡que sea un coma diabético!– ni inocuo. Ni siquiera pop. Ahora estaremos acostumbrados, pero parece que en eso consiste el espíritu de época: casi no se nota.