En el año 2004 yo trabajaba en Bafici consiguiendo películas. Fue el primer trabajo que tuve al que podía considerar apasionante: encontrar lo distinto, lo perdido, lo novedoso, que muchas veces eran la misma cosa.

Todo se cocinaba en una oficina del octavo piso del teatro San Martín, a la que con mis compañeros habíamos dado a llamar “el locutorio”. La conexión a internet era telefónica con cables espiral que por algún motivo bajaban del techo y conectaban a unas PC blancuzcas, siempre percudidas.

Casi ningún director de cine tenía email. Tal era el caso de Raúl Ruiz de quien con bastante afán me estaba ocupando de armar una retrospectiva. En aquel momento sólo había visto dos de sus películas francesas: Comédie de l'innocence y Le temps retrouvee y supongo que creía que era un director que trabajaba principalmente con grandes obras literarias y estrellas del cine mundial.

Las películas chilenas eran un misterio y fueron las que más trabajo me llevó conseguir. Recuerdo hacer muchas llamadas insistentes y suplicantes a Chile Films, a la Cinemateca Francesa, a la de Bruselas, al INA, a la RAI, a alguien en Chile que podría tener potestad sobre una desarticulada productora Manutara. Recuerdo haber conseguido el teléfono particular de Ruiz, discar y esperar con inquietud, que amablemente atienda Valeria Sarmiento, que me lo pase, y que el mismísimo me dé algún dato fundamental para que justo antes de cerrar catálogo aparezca una que ya veíamos afuera.

Tres de las chilenas eran imprescindibles: Realismo Socialista, Tres Tristes Tigres y Palomita Blanca. Me llamaba la atención este último título, tan inocente entre otros más complejos y sagaces.

Definitivamente fue la película más difícil de conseguir, no había ni un VHS malo para verla antes. No sé en qué orden fui sabiendo cosas. Que se basó en un melodrama juvenil chico rico-chica pobre de Enrique Lafourcade, un novelista de derecha. Que la acción transcurría durante el período eleccionario del 70, pre Allende.

“Unos miembros del partido socialista tuvieron la ridícula idea de adaptar esta novela criticada por toda la izquierda al cine, con la esperanza de hacer una película que fuera un éxito y conseguir dinero para la revolución. Era una curiosa mezcla entre mala fe e ingenuidad. Nunca entendí ni intenté entender por qué me contactaron para este proyecto. El más contento era Lafourcade porque le gustaba Tres Tristes Tigres. Lo que a mí me atraía era ofrecer una lectura crítica de la novela, deconstruírla de algún modo”. Esta cita de Ruiz fue la reseña de la película en el catálogo del festival.

El golpe de Pinochet llegó justo cuando la película se terminaba. Quedó censurada y por supuesto no se estrenó. Se la dio por perdida durante años hasta que apareció y recién en 1992, se presentó en Viña del Mar.

Aunque ya no para fines revolucionarios fue un gran éxito de público.

No recuerdo ya de dónde venía el 35mm que se proyectaría en el Bafici ocho años después de convertirse en suceso tardío, pero sí que hubo reticencias del remitente por su mal estado. Nosotros insistimos porque era preferible verla mal que no verla nunca y sólo nos autorizaron una pasada.

Esa copia rayada y con fritura se proyectó en una sala del Abasto y yo me encontraba por primera vez en la pantalla con esa fascinante madeja narrativa, que entre todas las películas del cine mundial, por algún motivo elijo hoy para esta sección. Un película accidentada, digresiva, imperfecta y epifánica, una entre tantas buenas películas de Ruiz.

María, la adolescente que se enamora del joven Juan Carlos, vive hacinada con la madre alcohólica, una madrina pendenciera, un padrastro toquetón y muchos otros que entran y salen hablando fuerte. Duermen casi todos en el mismo ambiente, colchones pegados, sobre los que se despliegan fascinantes secuencias de ruido humano que eventualmente dejan algunas situaciones y palabras en foco.

Juan Carlos vive en una mansión y tiene más personal doméstico que familiares. El día que lleva a María allí por primera vez, después del Festival de Piedra Roja donde se conocen (un Woodstock local), él se queda dormido vestido en su gran cama, una empleada escolta a María a la calle y luego vuelve para desvestir al joven durmiente.

Palomita presenta sus encuentros o desencuentros, pero también el hippismo, los distintos lenguajes, las telenovelas en la vida cotidiana, una banda de sonido original de Los Jaivas con 14 temas originales para la película, las desventuras de las chicas en su despertar sexual, el atropello de los adultos, la vergüenza y la desigualdad. Todo a través de la voz de María en un diario íntimo, del gusto por el garabateo y de un absurdo tan chileno como sublime.

En uno de sus encuentros él la busca en auto y quedan estacionados en el mirador del cerro. La situación que de acuerdo a los cánones sería romántica, acá va por otros lados y él está preocupado por unos tipos que andan afuera.

“-Estoy seguro que por tu barrio deben ser todos allendistas.

-No, no todos. Hay excepciones. Mi madrina, por ejemplo, es alessandrista. Mi mami no, mi mami es allendista. Mi padrastro tomicista. Yo soy un poco alessandrista.

-En mi casa son todos alessandristas.

- ¿Y a ti quién te gusta?

-Sabís que yo soy de Silo, y no votamos nosotros, es decir, consideramos que todos los políticos son unos podridos. Oye sabí que esos gallos me tinca que quieren algo, ah. Tán hace rato ahí. Y solamente cuidan los intereses de ellos, pero ni siquiera saben quiénes son ellos realmente, entendí? Oye sabí que siguen esos gallos ahí. Sabí que yo me iría mejor ah?”.

Llena de interrupciones y derivas se abre constantemente, entre otras cosas, a momentos muy altos de intérpretes como Bélgica Castro, la madrina mala, o Rodrigo Maturana, como profesor del liceo, en un monólogo improvisado que da cuenta del placer y la desobediencia con la que trabajaron.

Oí en un reportaje que a Ruiz le gustaba mucho trabajar en Chile, hablar ese lenguaje hipotético y confuso, y usarlo en las películas, pero que hacerlo en otro idioma también le gustaba para despegarse un poco de la tierra.

Una amiga santiaguina hace poco tuiteó atinada: “a ver quién achunta cuál será el primer cineasta chileno en poner 'dignidad' en el título de su próxima película”

Me gusta imaginar qué película haría Ruiz en el Chile de este momento. No lo sé. Pero en general fantaseo con que aparezca un poco menos cine de solemnidad y oportunismo de los temas y un poco más de reconocimiento y curiosidad por ver las relaciones misteriosas que se tejen entre las cosas.

Eloísa Solaas  es la directora de Las facultades, 2019. Realizó la carrera de Diseño de Imagen y Sonido (FADU-UBA). Trabajó como programadora del BAFICI. Es docente y trabaja en el Museo del Cine de Buenos Aires en proyectos de educación audiovisual.