Nació en la península de Shiretoko, al noroeste de la isla de Hokkaidō, la más septentrional del archipiélago nipón. Un sitio idílico, declarado patrimonio natural de la humanidad amén de albergar uno de los ecosistemas más ricos del planeta. Entre mares circundantes, cascadas de agua cálida, bosques primitivos, montañas y los Shiretoko Goko (lagos), los parajes de ensueño son enclave del búho manchú, de la violeta de Kitami, del león marino de Steller, de salmónidos, de cetáceos… Y de un recuerdo agridulce para la artista vocal Hatis Noit: “Cuando era chica, me perdí en el bosque, y fue tan aterrador… Estaba anocheciendo y todo se volvía oscuro, y no podía encontrar mi camino de regreso”. Regresar, regresó, pero la anécdota devino temprano baño de humildad, comprendiendo desde peque lo imponente de la natura, sintiendo genuino respeto por su regio poderío -aunque los humanos, penosamente obcecados, se empeñen en darle caña para inri medioambiental-. “Puedo sentir las plantas, el viento, el fluir de los manantiales. Conecto con esas sensaciones e intento traducirlas a sonido”, cuenta esta expresa fan de Meredith Monk, cuyo nombre proviene del folclore nipón, significa “tallo de la flor de loto”. “El loto -desarrolla en su sucinta bio- representa el mundo viviente, mientras que la raíz conecta con el mundo espiritual”. Noit, el tallo, enlaza a ambos en su búsqueda trascendental por transportar hacia el pasado, invocar recuerdos colectivos…

Aunque estudió ballet, psicología, artes escénicas, no tiene formación académica musical. Mayormente autodidacta, dice que colecciona “sonidos del mundo para ver cómo usan su voz: canto gregoriano, tradicional búlgaro, también folk de las oceánicas Islas Salomón, canciones populares del sur de Japón, el rāga de la India…”. Inspiraciones que decanta en sus hipnóticos temas, donde -en general- todos los sonidos son ciento por ciento vocales, aprovechado el instrumento al máximo con ayuda de una loopera y herramientas digitales, que le permiten ir superponiendo capas con mimo, crear un rico universo donde convive el susurro, palabras indescifrables, poesías… Excepción sería Inori (plegaria), al que suma sonidito acuático: lo compuso en homenaje a las víctimas del accidente nuclear de Fukushima, de 2011, provocado por el tsunami y terremoto que desoló la región -uno de los mayores desastres naturales de la historia-. “En un principio, planeaba hacer un tema que advirtiera sobre los peligros de la energía nuclear, pero cuando llegué a Fukushima y hablé con la gente, cambié de parecer; tenía algo más importante que decir. Muchas personas tuvieron que ser evacuadas y aún no hay podido regresar; entonces grabé el sonido del océano: quise devolverles el recuerdo del mar”.

Hace sentido que la crítica especializada reconozca en su EP Illogical Dance, lanzado en UK a través del sello indie Erased Tapes, “armonías que capturan tanto el misterio como la maravilla de la naturaleza: la luz, el sol, las nubes, la tormenta. Es el sonido que devuelve la niña que se pierde en el bosque, la monja budista que canta a lo lejos”… La cita espiritual tiene sus razones: no solo refiere al “etéreo cruce de lo místico y lo moderno” que ella sublima vía canciones (The Guardian dixit); también a cierta anécdota que le permitió comprender, siendo aún adolescente, “el poder visceral de la voz humana, un instrumento primario e instintivo que nos conecta con la esencia misma de la humanidad, de la naturaleza, del universo todo”: “Cuando tenía 15 años, viajé a un pueblo de Nepal, Lumbini, donde nació Buda. Un lugar sagrado, de gran valor espiritual. Me quedé en un templo de mujeres, y una mañana me despertó un canto precioso. Salí de mi habitación buscando ese sonido y acabé en un cuartito bien humilde, donde solo había una monja budista. No estaba cantando: leía oraciones sagradas, recitaba mantras… Aunque no entendía qué decía, su voz fue un despertar: comprendí la potencia visceral de la voz, su capacidad de transmitir energía. Es el sonido que contiene la memoria de nuestra larga historia humana”.

Que Occidente recientemente haya comenzado a hacerse eco de su obra no significa que sea una novata en las huestes musicales. Entre 2002 y 2010, fue vocalista y líder de la banda Mutyumu, con varios discos editados en Japón, de estilo fusión post-rock, jazz, heavy metal… En 2014, lanzó Universal Quiet, su primer largaduración como solista, que solo se consigue en su país natal. E instalada recientemente en Inglaterra, llegó el mentado EP Illogical Dance (que cuenta con la producción de Matmos, dúo que trabajase con Björk en álbumes como Medúlla y Vespertine), al que seguirá un álbum en 2020, ya anunciado, en proceso…

Pocos meses atrás, lanzó After the Storm, envolvente y tempestuoso track de 8 minutos que compuso junto al músico y productor brit Kevin Martin (aka The Bug), que entonces destacaba “la brillantez tonal y el espectro caleidoscópico” de la voz de Noit. Chocho de contento por laburar con la cantante, se deshacía en elogios por “su extraordinario talento, capaz de hacer converger el mood de Le Mystère Des Voix Bulgares (mítico álbum del ’75 que compilaba canciones folk de Bulgaria, con arreglos modernos), la belleza de Liz Fraser (de Cocteau Twins), la tradición del gagaku (‘música elegante’ que, acompañada por danzas típicas, se representaba en la corte imperial, y es considerada una de las artes escénicas más antiguas niponas)”.

Aunque vive en UK, se la pasa girando; le llueven invitaciones de otros terruños europeos para participar de diferentes proyectos y festivales. A mediados del año pasado, por caso, el cineasta David Lynch curó varias veladas musicales en el marco del Manchester International Festival, y cerró jornadas con triple fichaje: la cantante dream pop Chrysta Bell, el chelista Oliver Coates, asiduo colaborador de Radiohead, y Hatis, muy aplaudida por el público presente. Meses más tarde, se presentó a sala llena con la London Contemporary Orchestra en un show tan movilizante que dejó a buena parte de la audiencia lagrimeando…