Con gorrita negra estampada, buzo gris, barba rala de dos o tres días y algunos rulos bañando su nuca, Carlos Nair Ménem se presentó en sociedad el domingo 13 de mayo de 2007 –en realidad ya en los primeros minutos del lunes 14– en la pantalla de Telefé. “Soy un hijo de Ménem –dijo a cámara, serio, moviendo las manos–, pero por lo general y ante todo soy Carlitos Nair y nada más, mi viejo es otra cosa. De última, hubiese entrado él a participar a la casa y no yo.” Al final, luego de buscar despistar al espectador, ríe y muestra las palmas como diciendo “Miren, están limpias” o “No lo toco, juez” o algún otro modo de hacerse el desentendido. Busca convencer al espectador de que no está ahí, en esa versión de Gran Hermano Famosos, para ser reconocido públicamente como hijo de su padre. Pero estaba.

Por entonces, la periodista Victoria de Masi estaba mirando Gran Hermano. Algo la cautivó, dice a casi diez años y con un libro sobre Carlos Nair llamado Carlitos Way, que publicó vía Tusquets en 2016. “Me alucinaba ver a este pibe con la cara del padre y al que no había reconocido y del que sabíamos poco. Me alucinaba ver que de todos los hijos de Ménem, el que más se parecía aún no había obtenido el derecho primario, que es el de la identidad. Y empecé a ver qué había.”

Lo que encontró fue oscuro: “Una historia de muchísimo desamparo. Un chico que a los 9 años tiene episodios de asma que lo ahogan, híper caprichoso, con patrones de conducta de alguien difícil de controlar, que de pequeño recibía visitas del entonces Presidente, que le daba abultadas sumas de dinero que despilfarra. Veo abulia, un aburrimiento permanente, y una profunda soledad. No quiero victimizarlo, también es muy manipulador y medio tonto, porque no aprovechó nada de lo que le facilitaron”.

Un año antes de esa presentación televisada, cuando Carlos Saúl Ménem rechazó la prueba de ADN, la Justicia dijo que debía reconocerlo. En el proceso, que llevaba 5 años, su madre, la ex diputada nacional por Formosa Marta Meza, se suicidó tomando un plaguicida y dejó dicho en una carta que nunca perdonaría al ex presidente. Pero todo era un gran secreto que intrigó a De Masi, que podría haberse quedado en lo público –lo bautizaron “Anaconda” ante millones de televidentes, él se definía amante de autos, motos y mujeres, y se refería con admiración a su medio hermano muerto Carlos Saúl Jr– pero buscó más allá de lo evidente.

Carlitos Way busca narrar su tiempo: “Es sobre la identidad, pero también es contar una verdad mayor a través del personaje. Contar el momento de un país; ese contrapunto en los ‘90 entre las lolitas en las tapas de Gente y Caras, y el país medio a la venta, y el niño escondido, amenazado de muerte”. La reconstrucción artesanal de la fisonomía psicológica de Carlitos Nair, a través del seguimiento de patrones de conducta repetidos en excesos y falencias, permite hallar en esa historia una parábola de los ‘90. De una época que la autora define como “trucha, como de segunda”.

Carlos Nair nació en octubre de 1981, y ocho años más tarde, mientras estaba en campaña presidencial y había cortado el vínculo y contacto con él y su madre, Carlos Saúl acuñó en campaña uno de los sloganes más recordados: “Por el hambre de los niños pobres y la tristeza de los niños ricos”. Su hijo puede ser ambos y también el outlet, el reemplazo de segunda mano. Carlitos Way es una historia símbolo, que puede resumirnos a todos los argentinos. “Carlos Nair es la resaca de esos ‘90, eso que se ocultó y explotó después”, decodifica De Masi.