Otra vez las canciones de María Elena Walsh surgieron como emblema de esperanza, como augurio ante la expectativa que despierta todo inicio. Una vez más cobró brillo la palabra pujante e ingeniosa, el desparpajo musical, el aura confortadora de una creadora entrañable. Como siempre, el público, que al final entregó su aplauso agradecido. El sábado en el Auditorio Nacional repleto, el Centro Cultural Kirchner abrió su temporada con Cantando al sol, el homenaje a quien con un lenguaje original supo agitar la conciencia poética de varias generaciones, acá y en otras partes, en el día en que hubiese cumplido 90 años.

Popi Spatocco, al frente de un ensamble instrumental integrado con músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional y de la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, y diez cantantes de las nuevas generaciones provenientes de diversos hábitos y costumbres de la música argentina, recorrieron páginas del repertorio de María Elena. Sobre los arreglos orquestales del mismo Spatocco, músico siempre capaz de conjugar linduras y eficiencia, se desplegaron las diez maneras de pronunciar que articularon el amplio arco expresivo del show. El remanido esquema del desfile-homenaje, funcionó esta vez con fluidez y supo sacar variedad de las diferencias, para que con el pasar de las canciones se sucedieran emociones distintas.

Inmejorable resultó el inicio con “Canción de caminantes”. La orquesta a pleno, la dulce y bien plantada de voz de Micaela Vita y, como es frecuente en las canciones de la Walsh, el verso contundente que parecía escrito para esa misma ocasión: “Dame la mano y vamos ya”. Con ese estribillo Vita despertó el primer gran aplauso de una noche que tuvo muchos. Georgina Hassan esculpió con sabiduría cada palabra de “La paciencia pobrecita” –tema que tiene música de Oscar Alem-. Silvina Moreno se deslizó sobre los tonos tropicales de “Sábana y mantel” y Julia Moscardini paladeó con belleza cada verso de “Barco quieto”. Esas interpretaciones marcaron la primera parte del espectáculo, que incluyó además “Sin señal de adiós” por Daniela Herrero y “Para los demás” de Juliana Gattas.

El repertorio elegido incluyó en general temas bastante transitados de la Walsh. Canciones que cuentan con numerosas versiones y que a lo largo del tiempo, de una manera u otra, están instaladas y retumban en el oído de quien canta y en la memoria de quien escucha. Si cada una de las cantantes supo decir lo que tenía para decir y acercarse con propiedad al tema que le tocó en el carrusel, hubo quienes, más que otras, se animaron a penetrar ese universo expresivo para desde adentro asomarse con una mirada personal. En este sentido el histrionismo que Sofía Viola destila en su voz resultó ideal para la versión de “Los ejecutivos”, del mismo modo que el canto color de victrola de Julieta Lasso redondeó la temporalidad necesaria para la representación de “Comodus Viscach”.

Tema, arreglo y temperamento de la intérprete su conjugaron con plenitud en “Requiem de madre”, seguramente el momento más intenso de la noche. Nadia Larcher, que dejó asomar un pañuelo verde desde el bolsillo trasero del pantalón, logró una versión extraordinaria de la que resulta una canción incómoda para la conciencia edípica, pero que sobre todo constituye un poderoso manifiesto feminista. Apenas la catamarqueña pudo acomodar algún exceso en el vibrato de su voz, se hizo dueña de cada palabra para poner sentido a los sentidos, con el vigor y la sensibilidad de la que sabe que con la canción que canta está desarticulando poco menos que la civilización judeo-cristiana.

Al final, después de la versión de “Serenata para la tierra de uno” que hizo Lula Bertoldi, todas las voces todas se juntaron en escena para elevar otro himno: “Como la cigarra”, después de recitar al unísono el poema que ellas mismas escribieron y dedicaron a María Elena. Había pasado una hora de espectáculo y la sucesión de emociones mutaba en satisfacción, alegría. Aplausos de la sala de pie, recompensados, con todas en escena otra vez para hacer “El viejo varieté”.

En la platea, entre los que aplaudían, se encontraban funcionarios como los ministros Nicolás Trotta, de Educación, Sabina Frederic, de Seguridad, además de Tristán Bauer de Cultura. Una imagen que alienta a pensar no sólo que la cultura es concebida como una cuestión de Estado, sino que el Estado mismo, sus representantes, se parecen a todos en la sensibilidad para disfrutarla.