Desde hace un tiempo una asociación directa entre los volantes de oferta sexual y la trata de personas logró coagularse en los medios, en alguna militancia feminista y en bienintencionados de distintos calibres. A través de “los papelitos” se dieron gran parte de las batallas por los sentidos del sexo comercial y por los derechos de las trabajadoras sexuales a habitar la ciudad y ser visibles en ella. La estrategia promocional de Jimena Baron sacude esos sentidos solidificados y nos pone a discutir de nuevo.

Escribo desde la experiencia de mi trabajo de campo, de haber compartido reuniones con trabajadoras sexuales preocupadas por los allanamientos constantes y haber visitado distintos departamentos privados de la ciudad durante los años 2012 y 2014.

La historia dice que a partir de la prohibición del rubro 59 surgieron los papelitos como alternativas para seguir promocionando sus servicios. Eli, Sofia y Vivi, quienes compartían un departamento de la calle Paraguay, usaron un chiste habitual de sus clientes y decidieron promocionarse como las chicas superpoderosas. Mientras la presión penal se hacía más fuerte semana a semana con cada allanamiento, Lucy en el Abasto asumió que sus papelitos con colas y portaligas tal vez resultaban parte del problema. Decidió cambiar por una imagen bastante naif de una parejita de niños tomados de la mano sobre una lunita. La desexualización de los volantes no fue la única estrategia para seguir peleando por permanecer en el espacio público. Algunas trabajadoras decidieron volcar explícitamente leyendas al lado de los traseros turgentes “Trabajo sexual no es igual a trata de personas”; “Somos libres y hacemos lo que nos gusta”. Algunas fueron más radicales y al punto: “Somos putas, no víctimas”.

En los volantes podemos encontrar los rastros, con lenguajes más o menos politizados según el caso, de los intentos de las trabajadoras sexuales de permanecer visibles, de sostener sus fuentes de trabajo y sus economías familiares. Cuando veo feministas escribiendo que las investigaciones judiciales “demostraron” la vinculación directa entre papelitos y trata, me pregunto donde quedarían todas las historias de estas mujeres que conocí. Las trabajadoras sexuales organizadas vienen denunciando que esas investigaciones judiciales confunden trabajo sexual y trata. Preocupa que las feministas asuman la perspectiva de la administración de justicia (que después no dudamos en denunciar como machista y patriarcal) como una verdad indubitable, un dato puro de la realidad, sin perspectiva alguna.

Los feminismos han dado muchas vueltas en torno a la noción de “experiencia” de las mujeres, la han valorizado tanto como discutido su naturalización. Mucha agua ha corrido bajo el puente. Pero a la vuelta de esas discusiones y cuando veo que miramos a partir de los ojos de jueces y fiscales y decimos con los torpes – aunque no con menos poderosos - lenguajes penales, me pregunto si no necesitemos volver a esos viejos lugares de las epistemologías feministas y escuchar algo de las mujeres que conocí.

Un feminismo antipunitivo es también con los ojos de quién vamos a mirar.

* Varela es Doctora de la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet, Lic. en Ciencias Antropológicas- Orientación Sociocultura.