Si es verdad lo que dice Marx cuando observa que el dinero es la medida de la diferencia entre ricos y pobres y si es verdad que el dinero es la representación más perfecta del valor de cambio de la mercancía, nada me resultaría más extraño que tratar de adornar esa representación con un símbolo de la lucha contra la desigualdad.

Consultado ante una propuesta que comenzó a circular por estos días, por la posibilidad de que en los billetes figuren representantes de la lucha por la igualdad de género, creo que  nada me podría generar mayor consternación. Si en los billetes de nuestra historia han figurado militares y políticos que expresan la nacionalidad, eso ha sido una representación perfecta: próceres del fracaso de la historia, ilustran el fracaso de la moneda. Pero que ello se trasforme en la apropiación estatal de las luchas contra el estado, justamente, es , de algún modo, faltar el respeto. Nuestros funcionarios podrían llegar a abrazar esta idea.  Nada le interesa más a los estados (y el argentino no es excepción, sino ejemplo) que la apropiación (y, al mismo tiempo, la falsificación) de los hechos históricos. ¿Qué otro motivo podría haber para poner próceres verdaderos de las luchas sociales sino el de transformar el relato de la historia? Del mismo modo que la transformación de los próceres en especies en peligro de la naturaleza durante el gobierno anterior, qué otro sentido puede tener sino el de negar la historia de los que habían gobernado antes.

De manera que los gobiernos nacionales son oficinas que se dedican casi con exclusividad a la patética tarea de controlar el precio del dólar, igualmente se dedican a pensar de qué manera se puede contar y controlar el relato de la miseria mediante una representación ineludible: los billetes. Como si dijéramos: “vamos a usar este espacio como espacio de representación de intenciones, ya que no es un espacio real”. El dinero, vuelto cartelería y membrete del gobierno, es una expresión tan miserable de los gobiernos latinoamericanos que parece un chiste. Puede ser que los gobiernos latinoamericanos no crean que sea otra cosa. Ahora, involucrar en esa mentira del billete, a personas que han luchado por la verdad, ya es directamente un insulto. Cualquiera que hubiera conocido mínimamente a Lohana Berkins y cualquiera que lea sus declaraciones y las formas de su lucha sabe inmediatamente que nada le sería más ajeno que su aparición en la representación de la pobreza en un billete.

Cuando Lohana hablaba, lo hacía desde una voz inventada por ella, que se enunciaba ineludiblemente en primera persona. No tenía fronteras entre su vida privada y su militancia, que era, de hecho una lucha por la transformación de nuestras vidas privadas. Por eso, antes que hablar para el escándalo de la burguesía argentina que se preguntaba cómo le explicaba a sus niños la aparición de lo aberrante, trabajaba sobre nosotres, los que estábamos de ese “otro “ lado de la frontera, para sacarnos del espacio al que habíamos sido confinados: el espacio del asco, del miedo y de la vergüenza. Esa formación patriótica y sus instituciones era la que enfrentaba Lohana; y es desde esa antipatria, desde donde hablaba.

Nos ponía en otro lugar, el del orgullo, aún cuando no coincidiera con las ideologías ni con las prácticas de los que compartíamos su espacio, porque era lo suficientemente delicada como para distinguir perfectamente que el lugar de la práctica disidente no necesariamente coincide con el discurso de los que hablan. Sabía que la palabra y la acción son sistemas divergentes que se pueden negar mutuamente y que las contradicciones de los sujetos son parte de su definición como tales. Si el dinero es la medida universal de la libertad, como dice Simmel, y como puede verificarse en este último mes en nuestro país, estampar representantes de las luchas civiles es un poco gracioso. En los próceres de antes estaba nuestro fracaso, en los animalitos nuestra extinción, en los luchadores por los derechos civiles sin duda, nuestra esclavitud y nuestro miedo. Y aún así… ¿Me gustaría que una de las personas que más valor le agregó a la reflexión cultural argentina aparezca ahora “homenajeada” en el espacio que los argentinos unánimemente consagraron a lo des-preciable de su producción?