Desde Santa María de Punilla

Propulsado por novedades varias, Cosquín Rock celebró ayer la primera jornada de su edición número 20. “Es un festival para hacer zapping”, había explicado su creador, el productor José Palazzo, a propósito de la dinámica inabarcable que mueve al evento de rock –¿de rock?-, más federal de la Argentina. Muchas cosas pasan en un país a lo largo de dos décadas. Para la primera edición, un peso todavía valía un dólar, pero la propuesta artística no había variado tanto, hasta la versión 2020. Hubo siempre cambios de infraestructura, acostumbrada al engorde anual hasta dibujar el monstruoso predio del aeródromo de Santa María de Punilla, pero no tanto de programación, con una serie de clásicos como bandera, y muchos artistas de acompañamiento. Pero hoy la influencia del rock -como género y como cultura de referencia para ciertos círculos de la población-, se altera frente al crecimiento de otras expresiones musicales, como el rap o el trap. En su vigésima entrega, el festival cordobés eligió la transformación por sobre el autobombo, dejando al rock como una simple referencialidad para abrazar un arco de expresión mucho más grande.

Este sábado, 55 mil personas recorrieron las instalaciones que contienen escenarios, stands y puestos gastronómicos. 10 mil de ellas habían comprado el boleto sin siquiera saber todavía quién se iría a presentar, un dato que sirve para explicar la solidificación del Cosquín como marca a lo largo de este tiempo. La ronda de escenarios volvió a trazarse entre el norte y el sur, siendo generalmente el norte la sede de los eventos de masividad consagrada, y el sur el de la diversidad emergente, con un perfil alternativo. Este año, ese contrapunto se acentuó todavía más. En el medio, una carpa para propuestas “urbanas” (mucho rap y derivados), una para electrónica y afines (“BNP”), otra para acústicos (Molotov y “El desconecte”), un espacio para la filiación bluesera (“La casita del blues”), y otro (“Córdoba X”) para bandas de toda la región.

Las proporciones del Cosquín en toda su amplitud, invitan a usarlo como referencia para analizar el estado de cosas de la escena local, incluso ver los movimientos que se pueden ocasionar de año en año. En la jornada de sábado, el gran fardo de novedades se movió por el escenario Sur, con cierre a cargo de Louta, acaso como síntesis de todo lo que por ahí había pasado: pop, hip hop, cumbia, tecno, trap, entre otras variaciones. Junto al cantante, Ca7riel y Paco Amoroso –tocaron un par de horas antes- están entre los artistas que más crecieron en el último año, de la mano de sencillos como “Ouke”, “Jala jala” y “Hola mina XD”, que abrió el set. La dupla viene de llenar un estadio Obras con su show plagado de estímulos y asombrosa plasticidad, además de estar acompañados por excelentes músicos. Amoroso agradeció a su porción de público haberse acercado mientras en el Norte sonaba Skay Beilinson: “Te queremos Skay, aguanten Los Redondos, aguante el rocanrol”, decía, marcando que el quiebre generacional puede no ser tan profundo. Hace apenas un año, Ca7riel figuraba en el festival como el excéntrico guitarrista de Wos, por entonces flamante campeón internacional de freestyle, que tocó en la carpa urbana con un puñado de sencillos en la mochila. En la edición 2020, el rapero, que viene de editar su primer lp y agotar dos Luna Park, va a ser parte del escenario Norte este domingo.

La otra gran novedad estuvo relacionada con la participación femenina en las carteleras. El propio Palazzo se había visto envuelto en una polémica en su momento, al sugerir que no existía la suficiente cantidad de artistas mujeres potables como para completar el 30 por ciento de cupo femenino sobre el total de la grilla. A pesar de que luego afirmó haber sido malinterpretado, el productor tomó nota muy rápidamente de esta situación. Para este año, no sólo alcanzó ese porcentaje estipulado, sino que lo superó. Nuevamente, se pudo pasar de Celeste Carballo e Hilda Lizarazu a Sarah Hebe, Nathy Peluso, o la chilena Mon Laferte.

El ala norte fue la más conservadora en términos de curaduría, y de alguna forma también la más devota a la categoría “rock”. Al fin y al cabo, es la mayor cortadora de tickets del festival, por lo que financia su expansión. Desfilaron varios abonados al Cosquín, como Las Pastillas del Abuelo, Divididos, y Los Auténticos Decadentes. Guasones apareció como novedad en horario central, y también un homenaje –o “suplencia”, como prefirió León Gieco- de emergencia para Charly García, otro ancestro que no pudo estar a causa del accidente doméstico que semanas atrás le produjo un traumatismo de cadera. La solución fue que The Prostitution, su banda estable, se juntara con amigos y ex compañeros del músico para interpretar muchos de sus clásicos. Pasaron viejos cómplices como Nito Mestre (“El día que apagaron la luz”), las mencionadas Hilda Lizarazu (“Fanky”) y Celeste Carballo (“Rezo por vos”), pero también caras novedosas, como los propios Louta (“Me siento mucho mejor”, reversión de The Byrds), Nathy Peluso (“Promesas sobre el bidet”), o Goyo Degano, de Bándalos Chinos (“Asesíname”). “Charly es el padre de todos”, explicó “Cucho” Parisi, de Los Auténticos Decadentes, antes de ponerle la voz a “No voy en tren”.

Divididos volvió al Cosquín después de 15 años de ausencia por desavenencias con Palazzo, y descargó un típico set de festival, más cerca de la fuerza que de la delicadeza. En el medio del péndulo norte-sur se produjo otro regreso importante: el de 2 Minutos, la banda de Valentín Alsina, que también se había alejado por problemas con la organización. “Se lo dedicamos a Palazzo”, reiteraban con cierta picardía los protagonistas desde el humilde escenario “Córdoba X”, que de pronto se vio rodeado de espectadores. Licencias varias y un mal sonido, que incluso se cortó durante unos cuantos minutos, consumaron un show totalmente caótico, pero encantador. Un nene subió a cantar “Piñas van, piñas vienen”: “¿Quién es el papá?”, preguntó “Mosca”. “¡Ah, sos vos! Dejá de filmar, papito, ¡Vení a buscar al muñeco!”. Caían chispitas de agua desde el cielo –que amenazó, mas no cumplió con la tormenta- y chorros de cerveza volaban de abajo para arriba, junto con los ecovasos que vende la organización. Hay pocos capaces de construir una cierta épica con tan poco. Uno, que estaba por enfilar para otro escenario, dictaminó un por qué: “Son los últimos héroes”.

Ricardo Mollo, de Divididos (foto Catriel Remedi)