Rita es maestra en una escuela de Copenhague; Merlí es profesor de filosofía en un bachillerato de Barcelona. Netflix compró los derechos de ambas series que, si bien parecen haber sido concebidas como proyectos independientes uno del otro y tienen dos estilos bien diferenciados, muestran varias coincidencias: tanto Rita como Merlí son separados , seducen y se garchan a quienes se les da la gana, tienen un hijo gay que no se anima a salir del placard, enseñan en escuelas públicas, son poco convencionales en su manera de dar clases y mal vistos por algunos de sus colegas, sus alumnos preferidos son los que tienen mayores dificultades y no los que se destacan. 

En ambas series se aborda también la inevitable cuestión del bullying (tanto entre compañeros como de los alumnos hacia los profesores) y a algún adolescente se le muere la abuelita. Tanto Bruno, el hijo gay de Merlí, como Jeppe, el hijo gay de Rita, estudian en la misma institución donde su madre o padre enseñan, y ambos se quejan por las consecuencias que acarrean las enemistades que la maestra y el profesor de filosofía se van ganando con sus estilos confrontativos. Demasiadas coincidencias como para no pensar que Netflix haya dado unos mismos lineamientos básicos para un producto que cada guionista y director resolvió a su manera. Pero según leemos en Wikipedia, Netflix se metió en el negocio después, en la producción de la tercera temporada de Rita y luego para distribuir ambas series a nivel internacional, es decir que no son series “originales de Netflix”. Puede ser también que Merlí, que comenzó en 2015 se haya “inspirado” en Rita, que es de 2012. O quizás las coincidencias se den por alguna especie de criterio que impera en la manera de concebir los guiones a la hora de sentarse a escribir para vender. En cualquier caso, Rita es mucho mejor. 

 Bruno estudia danzas y lo mantiene en secreto ante sus compañeros de escuela porque teme que esto delate su homosexualidad. Jeppe, el hijo menor de Rita, es sumamente ordenado y estudioso. Los guionistas de una y otra serie caen en algunos estereotipos para definir los rasgos de los adolescentes gays, lo cual termina siendo funcional a las tramas porque se traslada a las bienintencionadas pero fallidas acciones de Rita y de Merlí para que sus respectivos hijos se sientan apoyados en su elección sexual y su identidad que, en ambos casos (habría que ver, en danés y en catalán, la carga positiva o peyorativa de las palabras que emplean) definen como “marica”. Rita está intrigadísima por saber si Jeppe es activo o pasivo; Merlí, como buen profesor de filosofía que es, le regala a Bruno El banquete, de Platón, que probablemente nunca leerá.

En la serie catalana son evidentes la idealización de la “alta cultura” (en la banda sonora abundan temas de música clásica como “El vuelo del moscardón” y “Lascia ch’io pianga” y otras citas cultas) y el objetivo didáctico de enseñar filosofía a los televidentes. Empalaga por momentos la vehemencia de las arengas del profesor para motivar a sus alumnos (seguramente inspiradas en La sociedad de los poetas muertos), además de que Merlí es un macho de manual, que nunca duda de sí mismo y se cree el mejor profesor del mundo. Igual la serie se deja ver y tiene muy lindos momentos, lo mejor son las actuaciones de los adolescentes que interpretan a los alumnos del bachillerato y sus diferentes historias. 

La serie danesa es mucho más pop y más original desde el guión, que no se centra tanto en las historias entre alumnos, como es el caso de Merlí, ni en unas clases magistrales de nadie, sino en las relaciones de la maestra con sus hijos, con los hombres, con los alumnos y sus padres, con los profesores y las autoridades del colegio; y hace hincapié, además, en los desafíos de la escuela para sobrevivir a los recortes presupuestarios en la educación pública. 

Rita duda todo el tiempo de sí misma, se siente sola, se la pasa garchando pero no se enamora o se enamora de quien no debería, sus hijos están grandes y van haciendo sus vidas. Rita resiste, sin aspavientos, los embates de las mujeres que la envidian, hace frente a los manipuladores que pretenden imponerle su manera de hacer las cosas, protege a sus alumnos de la locura de los padres y, cada vez que puede, se escapa a fumar en soledad para pensar cómo seguir con su vida. Para ir de la escuela a su casa y de la casa a la escuela, separadas por una medianera de arbustos sin podar, se mete en el caminito que fue abriendo a su paso por entre las ramas, como si entrara a un bosque de cuento de hadas, con sus jeans ajustados y su bolsita de tela de supermercado danés colgando de un brazo.