A capa y espada (léase con smartphone, redes y tevé a la carta) combaten terrícolas modelo siglo 21 el aburrimiento, sensación indeseable para quienes rehúyen -del modo que sea, cueste lo que cueste- al bostezo sempiterno, los minutos ralentizados, la modorra… Y eso que la ciencia, a partir de variopintos estudios, lleva añares aconsejando darle curso en pos de bienestar, avisando que llenar cuanto espacio en blanco tenga el día es lo verdaderamente perjudicial para la salud. Puede ser un estímulo que excite la curiosidad, remachan; y en sintonía, la experta Sandi Mann, autora del libro El arte de saber aburrirse, habla de aprovechar el potencial del tedio porque, a su referenciada consideración, “puede ser una fuerza motivadora que infunda creatividad, pensamiento, reflexiones inteligentes”. Variables que ciertamente contempló la artista brit Dawn Parsonage para uno de sus últimos proyectos, The Boring Exhibition, lúdico ensayo visual donde explora si es una pérdida de tiempo o una parte necesaria de la vida creativa, cuál es su papel en esta sociedad contemporánea saturada de tecnología, y más. Quiso, en resumidas cuentas, “aislar la esencia misma del aburrimiento”, y capturarla, claro está, evitando actitudes posadas, fingidas.

Sobre la génesis de su propuesta, cuenta Parsonage -con base operativa en Londres- que lleva dos décadas recopilando fotografías anónimas, encontradas, que antaño fueran tomadas en forma casera; y entre las más de 10 mil que lleva reunidas, algunos son retratos de personas que lucen aburridísimas. Ese hastío, ese sopor, la indiferencia, la hartura, fue lo que quiso emular en sus imágenes. “Mi objetivo era fotografiar cómo la gente destilaba aburrimiento sin distracciones, presentando el estado en su forma más pura ¿Pero podría hacerlo cuando eran plenamente conscientes de que estaban siendo retratados?”, comparte iniciales dudas la fotógrafa, que tras asesorarse con un team de especialistas en psicología, creó un ambiente controlado amén de generar condiciones apropiadas para inducir inminentes bostezos. Ubicó a sus personitas en una habitación vacía, donde un bodriazo de discurso sonaba en bucle; también les dejó un reloj cuyas manecillas avanzaban a media velocidad. Y esperó y esperó.

“Durante las sesiones vi cómo se resistían pero, al final, acababan sucumbiendo al aburrimiento inevitable”, dice Dawn, que estuvo “atenta a cada uno de sus movimientos, a cada una de sus expresiones, que daban por resultado recorridos únicos e inigualables”. Algunos parecen perdidos en sus pensamientos; otros tienen expresiones hilarantes. Y no faltan los que parecen bajoneados o frustrados, listos para abandonar la faena. Acerca de estas imágenes, que ha expuesto en distintas galerías de UK, en muestras individuales y colectivas, apunta la artista que “son humorísticas y, a la par, íntimas, y reflejan las muchas facetas del aburrimiento”. Una sensación que Walter Benjamin llamase “el pájaro de ensueño que incuba el huevo de la experiencia”, bien vale rescatar.