“La gente me pregunta cómo es posible que siga vivo y no sé qué responder”, confesó Ozzy Osbourne en la autobiografía I am Ozzy, publicada en 2009. Pero en Ordinary Man, su duodécima placa de estudio, el británico se presenta cara a cara con la propia muerte. Ahora es palpable, real, toma forma y se siente. Noticias falsas abundaron en los últimos tiempos respecto de la cercanía del fin; en algún caso, incentivadas por información certera sobre su débil estado de salud. Durante una entrevista concedida el mes pasado, él mismo contó que hace un año había sido diagnosticado con Mal de Parkinson, lo que conlleva un innumerable cúmulo de problemas físicos, que lo obligaron a posponer la segunda parte de su gira No More Tours 2.

Ozzy volvió a sobrevivir y estas líneas no llegaron a las necrológicas, aunque Ordinary Man funcione casi como un epitafio, como la obra de un arista que empezó a pensar que su tiempo finalmente ha llegado. “Cubrime los ojos para que no pueda ver claro/Un sorbo de todo lo que temo/Cenizas a las cenizas, mirame desaparecer/Más cerca de casa porque el final está cerca”, atestigua en “Under the graveyard”, uno de los sencillos publicados antes de la versión completa del álbum, que se habilitó ayer en todo el mundo.

La presentación virtual del material se hizo a fuerza de un video en las redes sociales, en el que el músico de 71 años invita a escucharlo vía Spotify, para lo que pide la ayuda de Sharon, su esposa y manager, ante la presencia indiferente de su hija Kelly. El jueves se calentó la espera a modo global, cuando casas de tatuajes de diferentes ciudades del mundo ofrecieron diseños exclusivos con motivo de la salida de lo nuevo del Príncipe de las Tinieblas. Hoy empatados con la moda, los tatuajes eran, en la época de juventud de Ozzy, una marca diferencial de baja reputación, y forman parte de una raíz que jamás pretendió disimular. Sus primeros tatuajes se los hizo antes de llegar a los 18 años, cuando cumplía condena en el penal de Winston Green por un robo simple. “Era otra manera de pasar el rato –recuerda en el libro-. Uno de los reclusos me enseñó a hacerlos sin aguja de verdad, ni tinta china. Con una birome me dibujó un retrato de Simon Templar en el brazo y después usó una aguja de coser y un poco de betún derretido para marcar el tatuaje sobre la piel”.

“Straight to hell” es el primer disparo, abierto con un coro que se derrite frente a la prepotencia de un riff de guitarra. Tal vez Ordinary Man no termine regalando ningún riff memorable, pero nunca resigna la búsqueda de dinamismo. Los solos de guitarra son acotados, las canciones suenan frescas y poco apelmazadas, y Ozzy ya no canta como un viejito sonriente en busca de complacer a sus fans. Se lo nota preocupado, sumido en la propia oscuridad. Así se llega hasta la otra punta, con “Take what you want”, la canción que Post Malone grabó con él, en otra destacable joroba de la placa: una de las figuras máximas del heavy metal despide su último disco con un trap.

Desde que salió de Black Sabbath, Ozzy no está a la cabeza de los cambios de sonido, pero no los pierde de vista. Lo hizo una vez más en esta oportunidad, al buscar a Andy Watt, más conocido por sus trabajos en el pop (Lana del Rey, Camila Cabello) que por su inclinación al rock duro. Watt también grabó las guitarras, mientras que Duff McKagan (Guns N’ Roses) y Chad Smith (Red Hot Chili Peppers) se ocuparon de bajo y batería, respectivamente. Es la segunda vez que el músico lanza un disco sin la figura preponderante de un guitarrista a su lado: el último había sido el malogrado Black Rain, en 2007, junto a Zakk Wylde, que sí lo acompaño durante la última gira.

Como sobreviviente de su propio experimento politóxico, por primera vez, Ozzy se exhibe frágil y confiesa que no quiere irse como uno más. Cada una de las canciones tiene su propio aroma a despedida. “Sí, fui un mal chico/Estuve más alto que el cielo azul/Y la verdad es que no quiero morir como un hombre ordinario/Hice llorar a mí madre/No sé por qué sigo vivo/Sí, la verdad es que no quiero morir como un hombre ordinario”, canta en la dulce balada que titula al disco, y que comparte con Elton John. Otra participación de Post Malone (“It’s a raid”) y la de Slash en las nombradas “Straight to hell” y “Ordinary man”, cierran las colaboraciones, que colorean levemente los tonos de un disco lóbrego pero testimonialmente efectivo: piezas como “All my life” y “Scary little green men”, así lo señalan.