Desde Barcelona

UNO Rodríguez no siente nostalgia de lo no vivido pero sí de lo sí deseado. Cómo le hubiese gustado ser parte de esos tiempos más inteligentemente sencillos y más sabiamente complejos en los que todo estaba por hacerse o deshacerse y cuando no imperaba esta presente sensación de asunto terminado mal. Oscurantistas pero también luminosos años en los que se trazaban mapas tan ignorantes pero a la vez tan imaginativos (los mira en vitrinas de museos o en uno de esos tan deseables pero a la vez insostenibles libros tamaño Taschen). Mapas en los que --en sus numerosos blancos y vacíos-- se insertaban figuras de titanes inquietos o de árboles colosales o de caballeros andantes o de bestias sobre cuyos lomos descansaba el peso de la Creación toda, incluyendo el de sus mentes más creativas. Allí, planos del planeta y del espacio que lo rodeaba representados como sofisticados mecanismos de ruedas y palancas y poleas y engranajes y ejes. Sobre todo ejes ¡Axis Mundi! Ejes carreteros y elevados y fantásticos y voluntariosos y amorosos moviendo Sol y demás estrellas para inspiración de hombres y de dioses creados por los hombres que resultaban tanto más creíbles que los que hoy rigen nuestros destinos.

DOS Y --superado ese espejismo disfrazado de oasis y casi histérica homogeneización vía el esperanto del dinero que fue el euro para casi todos-- este es desde hace años el titular más repetido acerca de ese lugar común: ¿Hacia dónde va Europa? Y su eco no ha hecho más que potenciarse luego de que el Reino Unido se haya ido de Europa para así poder preguntarse hacia dónde va el Reino Unido. Por lo pronto, todo parece indicar que Boris Johnson --promoviendo restrictivas leyes de inmigración-- sigue los victoriosos derroteros de Donald Trump, convencido o convenciendo de que todo mal es exterior y extranjero. Así, claro, un nuevo eje USA-UK que vaya a saberse cuánto durará; porque hay elecciones generales por un lado y cierre de negociaciones en cuanto a cuenta pendiente por irte para ya no devolver. Una cosa es segura: ahora todo pasa por el eje Alemania-Francia a secas (con una España que, para muchos equivocadamente, no quiere sumarse y hacer un trío permanente sino encamarse según venga la mano).

Así que en Bruselas se reunieron todos de nuevo para pactar los presupuestos de la Unión y así, desunidos, volver a experimentar las insalvables diferencias entre los del Norte y los del Sur. Y al Este, por encima de todo y de todos, la huella digital de China a la que de un tiempo a esta parte (como esa advertencia en los mapas antiguos que admira Rodríguez y en cuyos bordes se apuntaba un "Mas allá hay monstruos") no en vano se suele llamar, con imaginería de cuento más de mandarines brujos que de hadas europeas, "El Gigante Asiático".

El resultado de las negociaciones fue --en palabras de Sánchez-- "altamente decepcionante". "No estamos donde deseamos", dijo Macron. "Algunos líderes deben ser más realistas", advirtió Merkel. Conclusiones que --la última reunión duró apenas media hora, no se firmó nada, y a nadie se le ocurrió cantar la "Oda a la alegría", himno de la Unión desde 1985-- ya se conocían antes de empezar: "Queda mucho trabajo por delante". Léase: grandes recortes y reducciones para equilibrar el desequilibrio que deja Inglaterra. Y a España ahora le va a tocar aportar más de lo que recibe. Y todo esto sucediendo en plena crisis del campo, con las ciudades tomadas y las carreteras cerradas por tractores de furia como en espectáculos de la Monster Jam World. Ahí, agricultores cansados de vender lo suyo a precios microscópicos para que los mayoristas lo comercialicen a valor telescópico en los mejores mostradores del continente. Y con Europa avisando que ya no preocupará tanto el tema agrario sino la tecnología y el cambio climático.

Y también está el "Tema Catalán" contra el eje España-Madrid. Y, de nuevo, otra "mesa de diálogo" (Rodríguez no puede sino preguntarse por qué nadie representaba allí a los catalanes no-independentistas) para volver a decir que hay que seguir sentándose a dialogar y sólo ponerse de acuerdo en que toda la culpa de todo no es de ninguno de ellos sino del PP. Y la misma inatendible sardana-cantinela de siempre: amnistía y plebiscito y república independiente tan imaginaria como la de IKEA pero mucho menos funcional (y con Artur Mas, el i/rresponsable de todo, de regreso con su sonrisa de Gato de Cheshire; mientras Puigdemont invita a la "lucha definitiva", arropado por multitudes contagiadas y contagiosas, desde Perpignan para los franceses y Catalunya Nord para él y, sí, otro mapa raro e improbable). Todo a ser tratado por un gobierno de coalición del PSOE con Unidas Podemos (cuyos detractores de la cada vez más caricaturesca derecha no vacilan en definirlo como eje "social-comunista") y en el que Pablo Iglesias y sus amigos parecen todo el tiempo oscilar entre la casi obscena y muy auténtica satisfacción por haber alcanzado el poder y el desconcierto de comprobar que nada te hace más impotente y fake que formar parte de él. Por ahora --todo parece indicarlo-- la satisfacción gana por mucho al desconcierto. Y ahí están, como buenos alumnos, asintiendo a todo lo que dice y ordena Pedro Sánchez quien, para Rodríguez, es como uno de esos hábiles y elegantes patinadores sobre hielo. Pero también alguien al que --si se lo saca de su círculo helado acondicionado-- poco y nada puede conseguir si de lo que se trata es de caminar a paso rápido por un mundo en llamas o, peor, con fiebre y tos y mocos.

 

TRES Y así camina y no patina sino se patina Rodríguez. Fuera de eje como nunca lo estuvo. Y tal vez pensando en que quizás no haga falta alguna seguir preocupándose y, mejor, dejarse ir. Como ese operístico famoso en rol de moro celoso al que ahora --a tenor de ser latino en celo-- le ha llegado la hora de un largo y plácido domingo. Rodríguez diciéndose que tal vez, al fin y finalmente, el único eje que se imponga vaya a ser el que moviliza y une a aquella bacteria con esa otra (no confundir al coronavirus con el viruscorona para el que los republicanos vienen buscando vacuna desde hace décadas). Un auténtico Eje del Mal como sinónimo de enfermedad. Y --más je-jé que eje-- "¡VAMOS A MORIR TODOS!" es el titular de reciente número de Mongolia. Rodríguez lo lee, colgando como un estandarte en un kiosco. Y se dice que --luego de tantos años de vivir sólo preocupados por los virus informáticos atacando perfiles sociales-- tiene cierta (des)gracia el que se informe a la sociedad que, de frente, ha llegado un virus del que se desinforma y que, por lo pronto, ya es una catástrofe económica. Y piensa en que, de seguir así la cosa, todo formará parte de un único y comunal eje completamente armonioso, porque no hay nada más equitativo y justiciero con todo y para todos que La Muerte: ese pestífero y esquelético grabado que solía cabalgar en los mapainmundis de la Edad Media y ponía a danzar a los mortales, pero ahora (en una edad más medio vacía que medio llena) con más bien escasas posibilidades de Renacimiento en el horizonte.