No da lo mismo de dónde sople el viento. En este caso desde San Juan y Boedo y más que viento es una brisa fresca sobre los anaqueles de la literatura. Hoy, tan de moda lo fresco asociado a juvenil, nuevo o rupturista, qué mejor que la reedición de Carroza y reina para recordarnos por qué un cuento se vuelve eterno. “Un cuento perfecto es el que permanece. Sobrepasa el entendimiento y la lucidez; toca el corazón de la gente. Es decir, le puede gustar tanto a Barthes como a los muchachos de San Juan y Boedo”, definió alguna vez el mismo Blaisten cuya obra cuentística –desde La felicidad (1969) hasta El acecho (1995) pasando por varios otros– da acabada cuenta de su dicho. Carroza y Reina, nunca reeditado como volumen desde su aparición en 1986  y rescatado hoy por editorial Mil Botellas constituye quizás, una especie de cuajado de todo aquello. Leídos más allá del tiempo en que fueron escritos, cada una de las piezas de este volumen logra tocar las fibras más profundas, poniendo toda la máquina corporal y mental en movimiento. Amén de ese plus irónico que hace reír y en el mismo instante, despertar.

Dicho esto, nada mejor que empezar por esa hermosa y genial locura que es el relato que titula, “Carroza y reina”. ¿Quién se animaría hoy a arrancar con tres adjetivos al hilo? “Enrojecido, arrebatado y tumultuoso, Gonzalo grita: –Y no solamente nosotros. Los hijos de nuestros hijos estarían orgullosos de haber nacido en San Juan y Boedo”. En el relato, los vecinos del barrio que “es la envidia de los que viven en San Isidro, en  Martínez, en Olivos”, esperan la carroza que acaba de sacar el primer premio en la Fiesta de la Primavera. El secretario de cultura desde arriba del palco, lee: “Se deja constancia que la señorita Roxana Patricia Gandolfi, de veintidós años de edad, también del barrio de Boedo, ha sido galardonada Reina de la Belleza 1980. Firmado: Brigadier Osvaldo Luis Vignatore. Intendente”. Desde la ferretería La europea de Boedo, hasta los sánguches de salame del café El aeroplano, da muestras de ese humor desopilante y corrosivo de Blaisten que hace que nos demos de frente con lo más bizarro de nuestra clase media. Ese aspiracional fallido que, bajo su pluma, mueve a risa y a llanto en dosis increíblemente iguales. Este no es un barrio al pedo, es el barrio de Boedo, canta la masa frente al escenario. Entonan “Sur, paredón y después” hasta que de pronto, algo los saca de la ensoñación de ser un país perfecto. La gente corre y el retrato de Homero Manzi se va al piso. “Alguien metió la mano en la lata”, se escucha. “Esto en París no pasa”, dice otro. 

De esa filosofía troncal que es “Carroza y reina” se desprenden perfectos retoños como “Te estaré esperando”, donde la señora lee junto a su esposo dormido, cómo hacer un buen cunnilingus. En “La última decoración”, la mujer que cumple dos años de casada piensa: “en la vida las cosas que parecen imposibles un buen día se hacen realidad en el momento menos esperado”. Y entonces la desgracia y el sosiego, juntos, acontecen. Otros no valen solo por lo que cuentan sino por su lección de literatura. En “Beatriz querida”, se asiste a las diatribas de un escritor lidiando con un cuento por el que van a pagarle lo equivalente a medio año de alquiler. Aunque las reglas de la revista Romance implican: “sexo poco y lo imprescindible; si hay adulterio ella o él, según el caso tienen que volver al redil. Final feliz, nada de malas palabras, nada de conflictos sociales, nada”. O en el mismo sentido pero desde otro ángulo, en “A  las seis de la tarde”, otro hombre se debate entre entregar una nota o escribir el cuento que tiene en su cabeza. “Permiso, maestro”, cuento terrible y majestuoso donde el alumno carnicero le lleva al profesor de Harvard esos manuscritos que nacieron mientras cortaba la colita de cuadril. El carnicero poeta es capaz decir cosas tan literarias como, “no hay peor cosa que distraerse en la mesada” y jugarle al profesor una pulseada inolvidable. Tampoco queda fuera de la mira el tufillo del ambiente intelectualoide. “El tiempo que no vuelve ni tropieza” transcurre en una tertulia literaria entre sanguchitos y whisky, donde alguien dice: “¡Por favor señora! A esas tilingadas llama usted hermosa poesía? ¿Qué escribió, a ver? Un librito en toda su vida”.

Isidoro Blaisten formó parte de “la muchachada”, como le gustaba llamar a él a su grupo de amigos, Vicente Battista, Bernardo Jobson, Abelardo Castillo, Liliana Heker con los que se reunían en el Café de los Angelitos, sede de aquellas emblemáticas reuniones literarias. “Venía un fulano, sacaba un cuento, lo leía, y lo discutíamos calurosamente. El autor se iba y nosotros la seguíamos. Después nos preguntábamos: ¿Y ese quién era?”, recordaría antes de morir en agosto de 2004, solo un mes después de editarse su única novela Voces en la noche.

La frutilla del postre resulta sin dudas el “Epílogo y otras maneras”, donde Blaisten cuenta su vida como librero. “El establecimiento”, como él le decía, era un local de dos por dos, al fondo de una galería de- sierta a pesar de estar enclavada en San Juan y Boedo (¿dónde si no?) “Vendalá Isidoro, para qué quiere esta librería”, le decían los corredores. “Pero yo me había emperrado”. “La mesa de esperar era blanca, de roble, pintada. Había sido la mesa de una antigua máquina de escribir y sobre ella yo apoyaba los codos y apoyaba el mentón entre las manos y trataba de mirar a lo lejos entre los escalones de la escalera del segundo nivel, las piernas cercenadas de las mujeres que pasaban por la calle”. En los siete años que duró la quijotada, Blaisten dice haber pasado del “inenarrable gozo” de los inicios ante un potencial cliente lector, hasta el final que inspirara su libro Cerrado por melancolía (1981), “cuando me di cuenta de que los lectores no existían y que eran una denominación que habíamos inventado para calmar la angustia”.

“Pero, maestro, ¿qué le falta ahora?”, suplica el alumno carnicero al profesor de Harvard cuando le dice que se vaya, que no vuelva nunca más. Y es Isidoro Blaisten quien vuelve para revelarnos lo que pide el maestro: “La flecha en el blanco, el centelleo en la oscuridad, la eternidad en un instante”.

Carroza y reina Isidoro Blaisten Mil Botellas 142 páginas