Estados Unidos sufrió su más dura derrota militar en la guerra de Vietnam. Después de derrotar a varios enemigos, no sería un pequeño país asiático, con economía primaria, quien lo derrotaría. No por haber derrotado a los franceses, podría representar una amenaza para el poderío militar norteamericano.

Pero poco tiempo después de haber minado los puertos de Vietnam de Norte, de tener más de 700 mil militares ocupando el país, el último helicóptero salió de Saigón, con los remanentes disputando desesperadamente un puesto, para abandonar el territorio que se había vuelto un infierno para todos.

EE.UU. no sacó las conclusiones correctas de esa derrota. La desaparición de la Unión Soviética renovó el espíritu invencible de los norteamericanos, que ya no tendrían un gran enemigo a escala mundial. Entonces EE.UU. llevó adelante una estrategia que consistió en militarizar todos los conflictos, transfiriendo el enfrentamiento al plano donde su superioridad es indiscutible. Los gastos en presupuestos militares de EE.UU. son más grandes que los de todos los otros países juntos.

Así, EE.UU. retomó su lugar a a escala mundial. Víctima de los atentados de las Torres Gemelas, el imperio logró reunir apoyos generalizados para invadir Afganistán, considerado el responsable por los atentados, aún sin prueba alguna, mientras las principales evidencias remitían más bien a su gran aliado en la región: Arabia Saudita. La invasión serviría no solamente para destruir el país, sino también para dar una lección al Talibán, identificado como el gran agente del terrorismo en escala mundial.

El mismo tipo de acción se repitió después en contra de Irak, acusado, igualmente sin pruebas, de portar armas de destrucción masiva. Pero esta vez, EE.UU. ya no logró un apoyo generalizado y tuvo que contentarse con sumar a su aliado histórico: Gran Bretaña.

Así, EE.UU. encaró el desafío de enfrentar dos guerras a la vez. Los dos países fueron destruidos por la arrasadora superioridad militar norteamericana. Pero EE.UU. no ha logrado salir, hasta ahora, de ninguno de los dos países. La victoria militar no se traduce automáticamente en victoria política.

Solamente ahora, casi dos décadas después, EE.UU. se retira de Afganistán, pero no habiendo derrotado al talibán sino, al contrario, con un acuerdo de alto el fuego y la retirada de sus tropas, política y militarmente derrotadas. EE.UU se da cuenta, dolorosamente, que no le bastó la superioridad militar. Tendría que tener una alternativa política para consolidar su victoria militar.

EE.UU siempre se ha comportado como si la abrumadora derrota que le ha infligido a Japón - con dos bombas atómicas de por medio -, pudiera repetirse. Un país tan lejano geográfica y culturalmente, derrotado militarmente, se ha trasformado en un gran aliado de EEUU.

Pero las condiciones y, sobretodo, los tiempos, son distintos. Irak y Afganistán no se han transformado en un nuevo Japón, sino más bien en nuevos Vietnam. EEUU ha definido plazo para la retirada de todas sus tropas de Afganistán. En Irak ni siquiera logra tener interlocutores para alcanzar un acuerdo similar, pero lo que más quiere el gobierno de Trump es abandonar aquel pantano para los norteamericanos.

El siglo XXI se confirma así como el siglo de la decadencia norteamericana. No es la superioridad militar lo que puede impedir esa tendencia. Con el agravante que ahora ya hay otros síntomas de que nace un mundo multipolar, en que el eje económico del mundo ya se ha transferido hacia Asia, con una decadencia no solo de EE.UU., sino de todo Occidente, incluida Europa.

El siglo XXI se caracteriza también por una disputa y una transición hegemónica. En términos económicos ya es un siglo chino. Políticamente, las alianzas alrededor del eje Rusia/China van aglutinando fuerzas que aceleran la decadencia norteamericana.

La salida de sus tropas de Afganistán representa así un símbolo marcante de la importancia norteamericana para seguir definiendo los rumbos del mundo. Irak, Siria, entre otros, son epicentros de otros tantos conflictos en que el siglo XXI tiende a confirmar la más importante transición hegemónica en el mundo desde hace más de dos siglos.