Luego de dos interesantes documentales como Orquesta roja (2010) y Vuelo nocturno (2016), el cineasta entrerriano Nicolás Herzog estrena La sombra del gallo, su tercer largometraje y primera ficción, en donde a partir de géneros como el western o el policial aborda el complejo tema de los femicidios. Una decisión que asume haciéndose cargo de su mirada como hombre, utilizando el trance narrativo para reflexionar sobre el lugar y la responsabilidad de lo masculino en la creación del actual contexto social.

La película cuenta la historia de un expolicía, interpretado por Lautaro Delgado, que luego de ocho años preso regresa a su pueblo tras la muerte de su padre. Ahí encontrará el apoyo de un ex compañero de la fuerza (Claudio Rissi) para el doloroso tránsito del duelo, pero también será acosado por los fantasmas de su pasado, que traen consigo la carga de la culpa. Mientras en el pueblo tienen lugar una serie de marchas populares que reclaman la aparición de una chica desaparecida, el protagonista enfrentará en soledad sus propios conflictos, que cada vez parecen menos ajenos a esa realidad con la que se encuentra a su regreso. Herzog realiza un oscuro acercamiento a este trauma colectivo y se vale para ello de las herramientas de los géneros cinematográficos.

En tiempos en que las luchas de género obligan a la contraparte masculina a estar a la altura, revisando errores, injusticias y poniendo en cuestión sus contradicciones, La sombra del gallo es una apuesta valiosa, no exenta de riesgo por parte de un director hombre. Herzog asume el desafío, poniendo en escena muchos de los arquetipos que definen ese concepto a punto de implotar que es lo masculino. “Es un proyecto que me viene acompañando desde hace 8 años. Después de dos documentales pensé en hacer una ficción y ahí empecé a desarrollar esta historia que en principio iba a tener un tono más de drama pueblerino”, cuenta el director. “La idea tiene relación con un momento personal que había atravesado mi viejo en un momento de su vida en el cual yo había estado muy presente. Pero también con mis propias vueltas al pueblo de mi infancia y a esa aparición constante del pasado, que siempre tiene algo de fantasmagórico”, agrega.

-Sabiendo que se trató de un proceso largo, ¿cuánto influyeron los cambios sociales que se dieron a lo largo de estos ocho años?

-En lo personal fui padre de una hija que ahora también tiene ocho años y que nació justo cuando empezaba desarrollar este proyecto. Eso sin dudas también definió mi sensibilidad. Los hijos vienen a marcarte cosas de forma muy determinada y que ella sea una mujer, hoy, en este contexto en el que hay un femicidio cada 24 ó 30 horas, me pone como hombre en el lugar de repensar completamente el contexto histórico. En ese sentido la visibilidad del estado de situación terminó siendo determinante. Pero no quise caer en una postura ni maniquea ni manipuladora ni de victimización de lo femenino. Me hice cargo de la visión masculina que tiene la película, que no por eso es una mirada machista. Creo que eso es lo que la hace interesante, el hecho de que el protagonista sea un hombre y que sus contradicciones queden expuestas. Me parece que consigue poner en evidencia cuestiones personales y de tránsitos emocionales que debo haber vivido internamente no sólo en estos últimos años, sino a lo largo de toda mi vida.

-Teniendo en cuenta la lupa que los movimientos feministas ponen sobre lo masculino, ¿fue difícil desarrollar ese arco sobre el que se mueve el protagonista, que abarca desde el sentimiento de culpa hasta la culpa real?

-Era arriesgado, pero confíe en el proceso interno que yo estaba haciendo. Además el proceso de escritura necesitó tiempo, porque este no es un guión que se haya escrito de un día para el otro, sino que se fue desarrollado al mismo tiempo en que las circunstancias personales de mi vida también iban tomando cuerpo para hacerse carne en los personajes. Siempre confié en que estar expuesto me iba a dar seguridad. A priori parecía contradictorio, porque en las ficciones uno parece estar un poco más cubierto que cuando trabajás con el documental. Sin embargo me siento mucho más expuesto con esta ficción, no sólo como realizador sino también como persona.

-Será que en el documental se trabaja con el retrato de otros y en cambio en la ficción tal vez lo que aparece es el mundo interior del propio realizador.

-Y eso hace que el espejo sea mucho más directo. De hecho cuando empecé a pensar en la película el protagonista iba a ser un hombre mayor, de unos 60 años. En aquel momento yo tenía 30, pero con el paso de estos ocho años terminamos teniendo los dos 40 años.

-El espejo se volvió literal.

-Directo, pero a la vez distorsionado, y eso fue muy positivo para el trabajo que hicimos con Lautaro. Un trabajo increíble de transferencia, transitando las luces y las sombras del personaje, que es un poco el ABC de la película no sólo en lo narrativo, sino también en el arte y en la fotografía. Lautaro ha hecho un trabajo de mucha sutileza y matices, algo muy difícil teniendo en cuenta que está en escena prácticamente los 90 minutos de la película.

-A pesar de que usted encara el tema como una indagación personal sobre lo masculino, lo femenino también está presente pero desde un lugar ambiguo que permite entender al personaje de Rita Pauls como la conciencia del protagonista.

-Claro, pero una conciencia femenina.

-Justamente eso hace que la mirada sobre lo femenino también se vuelva ambigua. ¿No teme que esa ambigüedad pueda ser mal interpretada?

-Estoy abierto a todas las miradas. En esta película mi apuesta es tan fuerte desde lo personal que estoy dispuesto a aceptar la crítica desde donde venga. Si es constructiva, si es certera y si es para mejor, será bienvenida. Soy consciente de ser parte de un contexto histórico con mis contradicciones y creo que la película no le saca el cuerpo a eso, porque también me parece que es muy respetuosa.