Hace apenas unos días y después de una larga espera la legislatura chilena aprobó la Ley Gabriela, la ley que dictamina que el delito de femicidio es el asesinato de cualquier mujer “con motivo de odio, menosprecio o abuso por causa de género”. Antes de la reciente sanción, el código chileno solo consideraba femicidio cuando el asesino era “cónyuge o conviviente de la mujer”. A Gabriela Alcaíno la mató un hombre por ser mujer y lo hizo porque quiso, porque pudo. Primero mató a su mamá y después la mató a ella.

Gabriela tenía diecisiete años, el femicida, Fabián Cáceres, con antecedentes de abuso sexual que “se taparon”, dieciocho. Habían sido novios y desde que ella le dijo que no quería volver, él la acosó durante meses hasta que decidió matarla. En la madrugada del crimen Cáceres hizo ruido cuando saltó la reja de la casa de Gabriela, el suficiente como para que Carolina, la mamá de Gabriela, saliera a ver qué pasaba. Cuando Carolina salió, Cáceres, que se había escondido, le dio más de treinta puñaladas. La apuñaló en la cabeza, en el tórax, en los brazos y en el cuello. Gabriela estaba arriba, tuvo tiempo para pedir ayuda por teléfono pero cuando bajó y vió a su mamá muerta fue atacada por Cáceres que le sacó el teléfono, la violó y le dio seis puñaladas. El cuerpo ensangrentado de Gabriela estaba sobre el de Carolina cuando las encontraron.

Después de matarlas Cáceres se bañó, posteó fotos tocando la guitarra, lavó sus zapatillas ensangrentadas, escondió el cuchillo y metió la ropa en el lavarropas. La confesión obligada ocurrió unos días después cuando hablaron las zapatillas mal lavadas y las pistas que no supo borrar. En aquel momento (junio de 2018) para la ley chilena los crímenes de Carolina Donoso Campos y de Gabriela Alcaíno no eran femicidios, eran homicidios simples. La lucha se convirtió en ley en la calle donde las mujeres con las amigas y la familia de Gabriela y Carolina salieron, con el dolor que provocan los dolores que se infligen a las personas amadas, a derribar cimientos machistas.

Una lucha que no duerme, ni cede, ni cambia de itinerario porque sabe que mientras se está celebrando alguien está mezclando cemento y arena como lo hizo Sebastián Piñera cuando dijo, con ley promulgada, que “los casos de violencia contra las mujeres ocurren no solo por la voluntad de los hombres de abusar de ellas sino también por la posición de las mujeres de ser abusadas”. Obligado por el repudio después escribió un tweet explicando lo inexplicable. Ninguna novedad, volverá a hacerlo. Gabriela es el nombre de una ley que pide justicia cuando la memoria no es un territorio restringido y que destierra los atenuantes de “obcecación y arrebato” con los que pretendían bajar las penas cuando el femicida decía que estaba fuera de sí por un ataque de celos. Gabriela es el nombre de todas a las que mataron varones y que no tienen una ley con el suyo. Nombre femenino no es peligro de muerte como lo era su cuerpo vivo y libre, nombre femenino ya es muerte.