Oscar Barney Finn conoció en su adolescencia la literatura de Federico García Lorca. Tenía 15 años cuando un profesor del Colegio Nacional le recomendó la lectura de La casa de Bernarda Alba. Luego, como espectador, vio sobre las tablas Doña Rosita la soltera, y a partir de allí nació un vínculo de admiración que hasta hoy perdura. Fue en 1986, en el 50º aniversario del fusilamiento del poeta y dramaturgo español, que el director montó Muchacho de luna, su primer trabajo artístico asociado al universo lorquiano con un formato televisivo que reunió a cincuenta artistas y se emitió en el, por entonces, Canal 7. Más de tres décadas después, con el mismo título y espíritu de aquella puesta, Barney Finn replica el homenaje con un unipersonal teatral protagonizado por Paulo Brunetti y con la participación de Dayana Bermúdez.

“Es un viaje afectivo a los sentimientos, a lo que a Lorca le pasa internamente, a lo que no le permite ser feliz y encontrar en la vida todo lo que él buscaba”, cuenta al respecto el reconocido director, que con 81 años sigue embarcado en distintos proyectos de cine y teatro. “Yo por lo general soy gestor de mis ideas. Me acostumbré a esa libertad y me siento feliz de haber tomado ese camino, porque no soporto ciertas verdades que te quieren imponer”, sostiene.

La nueva versión de Muchacho de luna estrenada en 2019 en Chile es, sin dudas, un ejemplo del esfuerzo que implica ese método de trabajo artesanal. Con una dramaturgia a su cargo, y diseñada para que se luzca la pluma del poeta andaluz, Barney Finn puso a dialogar fragmentos de obras teatrales como La casa de Bernarda Alba, Yerma, Doña Rosita la soltera y Bodas de sangre, con poemas del Romancero gitano y del Poema del cante jondo, y hasta correspondencia y declaraciones del autor realizadas al periodismo. El resultado es un recorrido histórico que revela su biografía, desde su crianza en Granada y el vínculo con su madre y su padre, hasta su amistad con Salvador Dalí y Luis Buñuel, sus amores y desamores y la intolerancia homofóbica y fascista que lo persiguió hasta su fusilamiento a cargo del franquismo. “Llegar a esta escritura no me fue fácil. Hay cosas que todavía quedan de aquel programa de televisión que hice en los ochenta, pero transformadas de otra manera. Acá quise hacer un espectáculo con Paulo Brunetti, porque juntos hicimos unas doce obras. Nos conocemos bien y eso ayuda mucho para ciertos trabajos en la dirección”.

- La primera versión de Muchacho de luna fue en televisión. ¿Cómo era aquella puesta?

- Cuando se cumplieron los cincuenta años del asesinato de Lorca, en 1986, hice una propuesta para Canal 7, y funcionó. Era un programa con una emisión especial que duraba dos horas en homenaje a su figura. Cuando lo hice, más allá de todo lo que había leído, lo que me sirvió fue el libro de Ian Gibson, el mejor biógrafo que tiene Lorca, que estaba cargado de testimonios, y ahí busqué en la línea poética y en la dramática y en los acontecimientos biográficos. Luego, armé una media luna, como si fuera una media plaza de toros, donde estaban todos los personajes que tenían que ver con su vida. Eso es lo que yo hice con bastante suerte, porque en 1988 el programa ganó el primer premio de la televisión europea en el Festival de Biarritz, y ahí competí con programas españoles, franceses y alemanes. En ese momento, había 50 actores argentinos trabajando, y había nombres que hoy son irremplazables, y algunos incluso habían tenido contacto con Lorca, como Eva Franco, María Luisa Robledo, Inda Ledesma y Elena Tasisto. En el caso de Eva, ella fue dirigida por Lorca cuando él estuvo en Buenos Aires. Cuando hice ese programa, que también se emitió en radio, estuve condicionado porque la hermana de Lorca, Isabel, fue una gran guardiana de todo aquello que él había hecho. Cuando lo asesinaron, su familia terminó emigrando a los Estados Unidos y mucho material se puso en un banco a resguardo, y hubo un montón de cosas que no se dieron a conocer. Siempre se tuvo un cierto prejuicio o cuidado de no avanzar en lo personal de Lorca, y cuando ella murió todo eso se conoció y se publicó. Por eso, cuando en el 2006 me citó el Cervantes para hacer en Tucumán una versión de Doña Rosita, yo me sentí más libre, porque contaba con más material.

- ¿Y qué lo llevó a realizar otra versión como la actual?

- Las ganas de volver a algo que todavía tiene sus resonancias en este presente, en relación a las temáticas que Lorca abordaba, como las vidas de mujeres sojuzgadas en aquella sociedad española, que siguen estando. Porque en este sentido se avanza, pero en algunos aspectos a veces cuesta mucho, y no solamente en la sociedad española, sino también en otros países. Yo he estado haciendo cosas en Chile, y también veo ahí una sociedad muy atávica, con un pensamiento muy feudal. Y cuando pienso en la nuestra, que está un poco más abierta, también encuentro que hay esas cosas. No sólo en Buenos Aires, sino en otras provincias que son muy patriarcales. Las mujeres que aparecen en La casa de Bernarda Alba o en Doña Rosita uno las puede imaginar también en el norte de la Argentina.

- En la dramaturgia no hay palabra que no haya sido escrita por Lorca. ¿Cómo fue ese trabajo de selección?

- Fue agotador porque las poesías que seleccioné no están completas, sino montadas en el texto. Yo tenía una idea de una imagen que quería dar de Lorca, de ese hombre que tiene que irse a Estados Unidos porque no puede enfrentar sus conflictos personales en su país. Y no quería que la obra fuera un recital de poesías, ni una lectura de cartas, sino que tuviera una estructura que busca un camino más dramático. Pensé en qué momento aparecieron las obras de teatro y las cartas, y jugué con unas y otras alternativas. Y una vez que estuvo eso, apareció el planteo escénico.

- ¿Qué lo seduce de este autor?

- Me gustan sus obras. Pero también me apasiona él como individuo que nace en una sociedad y que lucha en ella por ser quien es. Yo me pregunto: si un hombre con más de 30 años hizo toda esta obra, qué habría ocurrido si hubiese podido seguir viviendo.

- En la puesta, precisamente, se muestra la incomprensión y el rechazo que él recibió por sus ideas políticas, su sensibilidad y su homosexualidad. Y a propósito, usted en una entrevista mencionó que es un error pensar que su obra hoy sería aceptada sin reservas. ¿Por qué cree eso?

- Porque las sociedades no cambian tanto como uno cree. Hay cosas que cuesta desterrar, y es un engaño pensar que están superadas. Detrás de falsas apariencias hay censores agazapados y mucha gente prejuiciosa. Y este país tiene mucho de eso.

* Muchacho de luna puede verse en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034), los domingos a las 20.30.