“Una desesperada necesidad de hacer poesía con la violenta realidad”. Así define la dramaturga y directora Pilar Ruiz a su nueva obra Bailan las almas en llantas, versión libre del clásico shakesperiano Romeo y Julieta donde la historia original de aquel amor imposible dialoga con los conflictos de clase y la cultura popular.

La acción ya no se desarrolla en la ciudad italiana de Verona, sino en un asentamiento local donde el delito y la violencia policial son parte de la vida cotidiana, al igual que el baile y las batallas de freestyle. Ahí es donde se enamoran Valu y Julio, dispuestos a vivir su amor a pesar de las diferencias irreconciliables entre sus familias. Interpretada por Camila Conte Roberts, Juan Tupac Soler, Daniel Begino, Federico Martínez, Franco Bertoglio, Jesús Catalino, Joaquín Gallardo, Lola Banfi, Matías Méndez y Romina Oslé, la puesta busca activar otras interpretaciones posibles en un relato que se convirtió en un ícono literario del amor romántico.

“Me interesa deconstruir la lectura que se viene haciendo hace años sobre Romeo y Julieta”, comenta al respecto la autora. “Me interesa sincerar que los protagonistas son cuerpos deseantes en una sociedad que oprime el deseo y que le dice a la mujer con quien debe casarse y a quien debe amar, en lugar de que pueda vivir en libertad. En una sociedad libre y justa ellos deberían poder concretar su deseo. Pero eso no sucede y el suicidio, entonces, termina siendo una consecuencia de eso. Me parece que esa es la verdadera lectura de esta historia, y no la idea del amor como algo posesivo”, reflexiona Ruiz, a la vez que subraya la condición de universalidad del dramaturgo inglés: “Shakespeare habla de lo humano en todas sus obras. Si bien sus personajes son heroicos, también son frágiles. Y eso hace que nos identifiquemos. Por eso este autor siempre es contemporáneo”.

- ¿Cómo surgió la idea de contar este clásico desde otra perspectiva?

- Yo trabajaba dando clases de teatro en una primaria para adultos en Chacarita, a la que asisten chicas y chicos adolescentes de la Villa Fraga. Y tenía un estudiante, que se llamaba Julio, y que venía siempre a las clases, pero un día no vino y eso me llamó la atención. Al día siguiente, vino para contarme que había vivido una situación de violencia institucional con un policía, y que a partir de eso su madre había decidido sacarlo del país para protegerlo. Me quedé muy conmovida y eso me estuvo dando vueltas hasta que pensé cómo podía contarlo generando una ficción, entonces decidí hacer un cruce con Romeo y Julieta que se vinculaba a esa imagen del destierro y también a una pulsión adolescente. Dialogar con un clásico me permitió tomar distancia de la situación real para generar una ficción atravesada por temáticas que viven los pibes y las pibas en una villa. Y también para poder escribir fue de lectura importante el libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, de Cristian Alarcón. De esa manera, con mis vivencias como docente, la obra de Shakespeare y las crónicas de Alarcón armé la obra.

- El texto está escrito en verso. ¿Habías trabajado con ese formato anteriormente?

- No, es la primera vez. Fue un gran desafío y fue divertido. La obra me llevó bastante tiempo escribirla porque me interesaba poetizar lo que estaba contando. En términos de dramaturgia quería generar cierto distanciamiento para dejar de manifiesto la ficción, y por eso decidí hacer toda la obra en verso y en rima. Además, como a Julio le encantaba rapear, incorporé el mundo del beatbox y del freestyle y me pregunté cómo generar un nuevo lenguaje con todo eso.

- Trabajaste también con la jerga adolescente asociada a las clases populares. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

- Fue una creación dialéctica. Una cosa fue alimentando a la otra. A medida que iba llegando a la rima y al verso, iba buscando palabras del universo del que quería hablar. E iba generando un cruce constante. La obra tuvo muchas versiones y hubo mucho tiempo de escritura.

- Abordás temas difíciles, como el consumo de drogas, el delito y la violencia de género. ¿De qué manera resolviste la complejidad de abordar un contexto de marginalidad sin caer en la estigmatización ni en la romantización?

- Para el grupo primero fue importante asumir el lugar de privilegio que ocupamos en la sociedad. Somos artistas que no vivimos esa realidad, pero desde nuestro lugar podemos contar esta historia para conmover o generar alguna instancia de reflexión. Trabajamos mucho en sincerarnos con lo que nos pasa en el encuentro con el otro en escena, y que de ahí surja una verdad. No buscamos imitar el mundo al que aludimos, sino que en la obra dejamos de manifiesto que somos actrices y actores que estamos contando algo. El teatro tiene la responsabilidad de poetizar lo que cuenta, y eso nos corre de ciertos lugares que nos harían estigmatizar o romantizar estos temas y este universo al que no pertenecemos. Pero eso no quiere decir que no nos interese que esa realidad cambie y que exista una justicia social y un Estado presente para que no haya situaciones de privilegios y diferencias.

*Bailan las almas en llantas puede verse en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636), los domingos a las 17.