No hay por qué dejar de hablar de Macri y su gobierno. Son (los dos) los gigantescos responsables de las más grandes desdichas que seguimos padeciendo y tanto cuesta remediar. La particularidad de Macri es que sigue hablando y, por consiguiente, diciendo dislates. Ahora fue en Guatemala (le gusta viajar al hombre) donde unió las palabras “populismo” y “coronavirus”. “Unió” es sólo una manera de decir. Macri no sabe unir nada, escasamente a su propia tropa. Pero sabe establecer antagonismos irreductibles. Dijo que el populismo es peor que el coronavirus. Es aberrante, ante todo, unir a una pandemia universal con un concepto político. Después dijo (buscando aclarar la cuestión) que el populismo contraía deudas y atacaba “la cultura del trabajo”. Algo que pareciera ser una ajustada descripción de su propio e infausto gobierno. Lo sabemos: contrajo una deuda demencial y destruyó el trabajo al destruir sus fuentes. Pero no mencionó al Estado. Él, Mauricio, que ha sido un aplicado y hasta obstinado neoliberal es un enemigo del Estado. Tal como lo fueron Videla y Martínez de Hoz que proclamaron la consigna “Achicar el Estado es agrandar la nación”. El Estado tiene la costumbre de intervenir en el mercado, algo que para los neoliberales es cuasi demoníaco. El mercado debe ser “libre”. Pero sucede que, librado a su propia dinámica, el mercado nunca es libre sino concentracionista, antidemocrático. Los grandes tiburones se comen a los pequeños peces y toda la actividad del venerado mercado se concentra en dos o tres manos, a lo sumo. (La concentración del mercado se observa en las góndolas de los supermercados, que sólo exhiben uno o dos productos que han hundido o se han devorado a los otros.) Milton Friedman, que fue el pope de la Escuela de Chicago, que asesoró a Reagan, Thatcher y Pinochet, solía decir que era preferible una dictadura sangrienta antes que la intervención estatal en el mercado. Odiaba al populismo. Macri, que sigue su linaje, también y sobre todo por eso: el populismo es inseparable de una concepción del Estado fuerte, que interviene en el mercado para equilibrarlo, para defender a los pequeños peces de los tiburones. No hay “mano invisible” en el mercado, nada que lo regule en el sentido de la justicia económica, en la democratización del mercado, algo que sólo lo consigue el Estado interventor, populista. ¿Qué es, entonces, el populismo? Una concepción del Estado fuerte, destinado a agrandar la nación, no a achicarla. Consagrado a equilibrar el mercado en beneficio de los pequeños y medianos productores. Consagrado, también, a distribuir con justicia la riqueza, empezando por los de abajo, por el pueblo. De aquí que se llame “populismo”. Nació con la comuna rural rusa a fines del siglo XIX y el mismo Marx lo consideró una forma de socialismo.

Para Macri es una enfermedad. “Es peor que el coronavirus”, dijo y decirlo fue una confesión. Consideró siempre a sus adversarios políticos, que para él y los suyos eran enemigos, como una laceración social, una patología. Tal como hicieron los militares de la seguridad nacional, que hablaban del “tumor subversivo” al que se debía “extirpar”, (me permitiré, a propósito de este tema, recordar mi novela “La astucia de la razón”) buscó también extirpar del tejido social a sus “enemigos”. Con cinismo, lo hizo en nombre de la república, de las instituciones. Así, acusándolos de “corruptos” (viejo anatema con el que los gobiernos de derecha agreden a los populismos), encarceló, con una justicia cómplice, a sus adversarios políticos y buscó desaparecer al movimiento social y político mayoritario del país, el peronismo. Tal como lo buscaron los llamados libertadores del ’55. Fracasó.

Pero no ha cambiado sus ideas. Ahora mezcla al populismo con una pandemia mortal que alarma, hasta los extremos de la paranoia, a la población mundial. Si el populismo es una enfermedad peor que la peste habrá que extirparlo. Lo dijimos: los militares de los 30.000 desaparecidos se propusieron, sin piedad ni mesura alguna, hacer lo propio con el “tumor subversivo”. De donde vemos que la consigna “Macri, basura, vos sos la dictadura” es notablemente acertada. Destrucción del Estado, libre mercado e identificación del “enemigo” político con una enfermedad pestífera legitiman esa simetría postulada por los valientes militantes que ganaron la calle bajo su gobierno devastador.

También habló en la Rural, lugar al que Onganía entró en una carroza, en donde se insultó con furia a Raúl Alfonsín y donde Macri se siente cómodo y es cálidamente recibido. Ahí se le dio por hablar de los gauchos. Claro está: en la Rural están los señores de la tierra que emplean gauchos en sus ofensivamente dilatados territorios y que no tuvieron reparos en aniquilarlos durante la “guerra de policía” que les hizo Mitre. Cuando Angel Vicente Peñaloza le pidió al sanguinario Ambrosio Sandes (luego del Tratado de la Banderita) que le devolviera sus prisioneros, ya que él había devuelto los que tenía, Sandes no supo qué decir ni hacer. Los había fusilado a todos. Después un mayor de apellido Irrazábal asesinó a Peñaloza, le hizo cortar la cabeza y la clavó en una pica en la plaza de Olta. Todo en nombre de la civilización que encarnaba Buenos Aires. Después, ante la avalancha inmigratoria, eligieron al gaucho como símbolo de la identidad nacional. Santificó esta decisión Leopoldo Lugones con unas conferencias que dio en el Teatro Coliseo. Que supiera la “chusma inmigratoria, así le decían, que este país tenía una identidad que no sería destruida. Era el gaucho. También lo utilizaron los militares como símbolo del triste mundial del ’78. También lo utiliza Macri, en la Rural, para hablarles a los suyos que ahí están con “olor a bosta de vaca”, como decía Sarmiento. Dijo que, no en vano, “gauchada viene de gaucho”. Apropiándose de una vieja frase que inventó la oligarquía terrateniente y que ilustró Ricardo Güiraldes en “Don Segundo Sombra”. Pobres gauchos: terminaron utilizados por sus impiadosos verdugos.

 

El populismo, en fin, no sólo no es peor que el coronavirus, sino que instrumentado por el estado popular (como lo está haciendo Alberto Fernández) es el que dinamizará la lucha que la sociedad debe emprender contra la pandemia. Achicar el Estado es agrandar el coronavirus.