Entre otros grandes relatos, Gabriel García Márquez ha escrito el cuento corto Algo muy grave va a suceder en este pueblo. Allí, sinteticemos, el Nobel colombiano narra la historia de una madre que comunica un mal presentimiento a sus hijos sobre el futuro del lugar. La mala noticia circula entre todos los habitantes y esa intuición primitiva, en poco tiempo, deviene en una alarma real: las personas queman sus casas y las abandonan. El pánico, así, brota de un teléfono descompuesto.   

Bueno, un comportamiento similar sucede, algunas veces, con la información que compartimos acerca de lo desconocido: hoy el coronavirus. De boca en boca, los datos –en general poco precisos– se transmiten entre la ciudadanía y cuando nos queremos acordar el resultado discursivo es tan desastroso que todo forma parte de una gran bola imposible de manejar. Las redes sociales, como es natural y ya todos sabemos, se lleva una gran parte de la torta en el reparto de responsabilidades. Este otro virus que es la desinformación viaja de manera veloz a través de las insondables rutas de internet y en menos de un suspiro alcanza la razón y –lo que es peor– las emociones de los humanos. La paranoia sobrevuela bajo, al ras del suelo, pulula con frenesí, tal y como lo hacían los dementores en el mundo mágico de Harry Potter. Solo que no estamos en Howarts y que este mundo que nos toca, la Tierra, es menos mágico que aquel creado por J. K. Rowling.   

Los rumores producen ruido. Los medios masivos –en especial la televisión– generan distorsión, eco molesto. Vende más el espectáculo que la tranquilidad; el sensacionalismo que la seriedad; la placa de rojo sangre que el verde esperanza. Los mapas interactivos del terror y la sociedad del espectáculo. Ciudades desiertas, barbijos por todos lados, alcohol en gel agotado, cruceros en cuarentena, videos de los sobrevivientes en sus bunkers . Todo –todo– parece ser el resultado de una gran película. Ficciones distópicas de carne y hueso. Black Mirror a la vuelta de la esquina.
Entonces, resumamos, ¿hay que tener precaución? Sí, por supuesto. ¿Hay que volverse locos? De ninguna manera. ¿La ciencia conoce lo suficiente al agente infeccioso? No. ¿Tiene respuesta para todas las preguntas que nos hacemos? Tampoco. Se requiere de tiempo ; mientras tanto lo único que queda es generar conciencia social. En definitiva, ocuparse antes que preocuparse. Las instituciones de referencia –de ámbitos públicos y privados– están tomando medidas que ayudan a controlar la expansión del coronavirus. Sin ir tan lejos, este martes, el gobierno oficializó la resolución que reglamenta la licencia excepcional para todas las personas que hayan regresado al país, provenientes del exterior. La OMS lo declaró formalmente como pandemia.

Bendito sea el momento en que aprendamos a tomar precauciones sanitarias y que esas acciones se vuelvan susceptibles de perdurar en el tiempo, más allá de la crisis de turno. No hay que esperar una pandemia para saber que debemos lavarnos las manos y para tener las instrucciones precisas sobre cómo taparnos la boca cuando tocemos o estornudamos. El virus de la desinformación actúa sobre la base del miedo. En un texto clásico, la investigadora mexicana Rossana Reguillo afirmaba que el miedo se experimenta individualmente, se construye socialmente y se comparte culturalmente. Y que, lo que aún significa más, los medios son los encargados de distribuir las esporas del miedo para que llegue de manera eficaz a las poblaciones. Lo escribió en 2006 pero, luego de 14 años y con la explosión de las redes mediante, cobra más vigencia que nunca.

Además de la última información acerca del coronavirus y todo lo que hoy conlleva, te compartimos los mejores abordajes en materia de ciencia, educación, salud y medio ambiente. Nos interesa mucho tu opinión para poder pulir el producto, así que si algo de lo que armamos no te gusta, por favor, contanos de qué se trata. Y si hay algo que te gusta, ¡por supuesto que también!

Por nuestra parte, nos despedimos pero te dejamos con un lindo material audiovisual por si te agarran ganas de relajar entre tanto bombo y platillo. Eduardo Saenz de Cabezón, popular divulgador español, que en esta ocasión describe por qué las matemáticas son para siempre.