Las esquirlas de una frase se derraman sobre una familia católica: “Sabemos lo que somos pero no lo que podemos ser”, dice Ofelia en Hamlet. Los Sardá –tres hermanas, más padre y madre- están marcados por una herida que nunca cicatrizará: la muerte de Ana, la hermana menor, que apareció descuartizada y quemada hace treinta años en un terreno baldío. Por impericia de quienes trabajaron en el caso, además de un sacerdote de la iglesia del barrio que habló con el juez de la causa, la investigación se cerró sin culpables. Alfredo, el padre de la víctima, luchará para encontrar la verdad, aunque suponga “un dolor mayor que el que pude haber imaginado”, confiesa en una carta este padre que se reprocha el no haber sido “confiable” para su hija muerta y no haberla educado “para que no sintiera vergüenza por no estar de acuerdo con todo lo que pregona la religión que le inculcamos”. En Catedrales (Alfaguara), Claudia Piñeiro construye una novela coral, donde algunas voces revelan cómo lo “aberrante” responde a una fe fanática y brutal; mientras que otras voces, más periféricas y poco escuchadas, luchan para que el olvido no venza al deseo de que la memoria perdure.

Lía, la hermana del medio que se convirtió en atea después de la muerte de Ana, cuestiona cualquier relato, de la religión que sea, que siga trasmitiendo una construcción ficcional como si fuera verdad. La mayor, Carmen, una profesora de Teología casada con Julián, un ex seminarista, y madre de Mateo, es creyente, como ella misma lo explica, de “manera cabal, íntegra, apasionada”. Meter el dedo en la llaga de las contradicciones familiares es algo así como una especialidad narrativa en el menú de historias que despliega la autora de Las viudas de los jueves, Elena sabe, Tuya y Un comunista en calzoncillos, entre otras novelas. “La angustia que produce la muerte la compensan pocas cosas; el que tiene fe tiene un consuelo. La fe, para ellos, está por encima de la racionalidad”, plantea Piñeiro en la entrevista con Página/12 y aclara que en tiempos de coronavirus decidió presentar Catedrales con varios videos en Instagram, en los que lee fragmentos de su última novela.

“Julián y Carmen no representan al argentino típico que es católico por tradición, sino que son activistas católicos –agrega Piñeiro-. También hay personajes como Alfredo o Marcela, que dicen que tienen fe, pero no profesan la religión con mucho cuidado. En la novela, hay un abanico de creyentes, desde al ateo hasta el fanático religioso, en una religión en la que no solemos detectar los fanatismos porque estamos acostumbrados a pensar que las religiones fanáticas son las que no conocemos; aparece un tipo que se inmola en algún lado y dicen: ‘es de una religión fanática’. Ese señor será fanático en esa religión, pero también en las religiones que vemos todos los días por acá hay fanatismos”.

--¿Te interesó indagar sobre la hipocresía de los católicos respecto al aborto que practica uno de los personajes de la novela?

--Cuando escribo una novela, no pienso “voy a indagar tal cosa…” Ahora claramente hay una indagación sobre la hipocresía de algunas personas católicas. Cuando concibo la historia, veo a una familia, a tres hermanas; una de ellas muere. Detrás de todo esto hay ideas subyacentes que tienen mucho que ver con mi propia percepción de la realidad. Como en los últimos tres años el tema del aborto estuvo muy en boga, seguramente eso influyó para que aparezca esta historia y no otra. Aunque el aborto está en mi literatura desde lo primero que escribí; es un tema que siempre estuvo. Yo he ido a ver a senadores que me decían que estaban de acuerdo con el aborto; pero cuando llegan a sus provincias el obispo lo reta en la misa, delante de sus hijos, entonces no puede votar a favor del aborto… ¡Decime si eso no es hipocresía! O peor aquel que decía: “yo tengo una equis cantidad de votantes evangelistas y no puedo votar a favor del aborto, por más que esté de acuerdo, porque después no me votan los evangelistas”. ¡Decime si eso no es hipocresía!

--En la novela hay que disimular un aborto a cualquier precio, ¿no?

--Obviamente hay una gran hipocresía en torno al aborto, que está llevada al extremo de que son capaces de hacer cualquier cosa aberrante para que no se sepa. En estos años vimos muchas cosas aberrantes, desde personas con crucifijos y rosarios impidiendo que un médico entre a un quirófano a hacerle un aborto a una niña que fue violada y que la ley la amparaba. ¿Decime si Jesús estaría de acuerdo con eso? Yo creo que no.

--¿Cuándo aparece por primera vez el aborto en tu narrativa?

--En Tuya hay una adolescente que evalúa la alternativa de hacerse un aborto y no se lo hace. Hay una fantasía respecto a que si hay aborto van a abortar siempre. El personaje de mi novela no quiere hacerse un aborto porque quiere tener un hijo; entonces no se hizo el aborto, como le pasa a tantas mujeres. Pero sí evaluó el tema y si se lo hubiera hecho a los dieciséis años, lo hubiera hecho en condiciones de clandestinidad y sin acompañamiento de los padres. Después también está en Elena sabe; esas parteras de los pueblos que uno sabe que además de ser parteras hacían abortos. Y aparece en el cuento “Basura para gallinas”, que es una madre que le hace un aborto a su hija, como le enseñaron en su casa cuando se lo hicieron a su hermana y se murió. Y lo hace de la misma manera: con una aguja de tejer. Como se hace tantas veces. Ignorar todo esto es hipocresía. No tengo dudas.

--“Creo que cada uno de nosotros llega a la verdad que puede tolerar. Y, parado allí, no se atreve a dar otro paso. Es un límite que pone nuestro propio instinto de conservación”, plantea Alfredo, el padre de Ana. ¿Qué pasa con la verdad en esta novela?

--Hay verdades que no son tolerables; si llegás a esa verdad es muy difícil seguir adelante. Alfredo lo está planteando en función de lo que tiene para decirla a Lía y a Mateo; pero queda la incógnita si él sabe totalmente y se lo calla o si él tampoco pudo dar ese paso. Él cree que Mateo no puede dar ese paso y su abuelo prefiere dejarle la posibilidad de una vida más razonable. Esta es una novela de voces y cada voz dice una cosa distinta; el propio Alfredo dice que “la verdad que se nos niega duele hasta el último día”. Cuando se está frente a la verdad hay determinadas personas que no pueden dar ese paso; es tan brutal que no están preparadas.

--¿Por qué el testimonio de Marcela, que está más “preparada” para la verdad, es desestimado?

--Es una mujer a la que no se la escucha. Ella tiene una dificultad por la cual no se la escucha, que es la pérdida de la memoria en el corto plazo, pero todos saben que la memoria de largo plazo no la perdió. Ella tiene una fidelidad por su amiga muerta que hay cosas que puede decir y hay cosas que no. Pero aun las que sí puede decir y que ayudarían para avanzar en la causa no son escuchadas; algo bastante típico de las mujeres no ser escuchadas porque esa voz no vale tanto como las otras. Y también hay un desprecio a veces a la palabra de los jóvenes, que no son tan escuchados porque los que “saben” son los adultos.

--¿Cómo se construye la voz de alguien que tiene problemas con la memoria de corto plazo?

--Estudié mucho la pérdida de la memoria en el corto plazo porque conozco dos personas que tienen este problema; el protagonista de la película Memento tiene este problema; y vi muchos videos en Youtube de gente que se graba. Hay un relato de Oliver Sacks en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de un marinero que tiene este inconveniente. Todo eso me ayudó a componer al personaje de Marcela. Lo difícil para construir la voz era cómo el lector se da cuenta de que Marcela va a buscar las anotaciones en sus libretas y vuelve con algo que tiene anotado o que inventa porque no puede recuperar los recuerdos de corto plazo.

--La madre de las hermanas Sardá está desdibujada; la madre de Julián se fue y Carmen es una madre brutal. ¿La maternidad está puesta en jaque en la novela?

--Son las madres que me aparecen en la ficción (risas). Yo creo que la novela trabaja sobre la ruptura de los conceptos absolutos: la madre, la patria, la religión, la familia. Hay un cuestionamiento permanente a esos absolutos. A veces hay madres con las que es más fácil relacionarse y madres con las que no. La mirada crítica está puesta sobre la institución familiar como absoluto. Muchas veces la familia no es lo que se nos quiere mostrar desde afuera; hay gente que está muy incómoda y despreciada por su familia; chicas que fueron violadas por sus padres, ¿eso es una familia que hay que sostener? No. Esas chicas tienen que armar sus propias familias. Se le pone a la familia un valor que a veces lo tiene y a veces no. Por eso es tan importante la educación sexual integral en los colegios, para que el niño que está lastimado en una familia sepa que tiene a quién decírselo fuera de ese núcleo.

--¿A qué atribuís la violencia que hay en la familia Sardá, especialmente en Carmen? ¿Tiene que ver con el sometimiento al discurso religioso?

--Yo leí mucho material para escribir la novela. Jean-Paul Gouteux trabajó sobre el genocidio de Ruanda. Él hizo un estudio entre los hutus y los tutsis, que antes del genocidio eran vecinos, y de un día para el otro se empezaron a matar a machetazos. En ese estudio él cuenta que en los programas de radio los curas católicos hablaban de los problemas que tenían con los tutsis, y eso fue entrando. Un día la Cruz Roja, que tenía que repartir elementos para trabajar el campo porque hay muchas poblaciones rurales, repartió machetes, cuando en realidad lo que más necesitaban eran palas para sembrar. Y los hutus salieron a eliminar a machetazos a esos que les dijeron que eran tan malos. ¿Cómo pasó esa violencia? Esa violencia se fue sembrando con detalles muy pequeños. Cuando un obispo dice en una misa que las mujeres que abortan son asesinas, me da miedo que alguien lastime a una mujer que abortó, porque si te llenan la cabeza y te dicen que tenés que salir a defender un bien superior lo salís hacer con el arma que sea. Carmen es ese personaje al que le llenan la cabeza y un día sale a defender ese bien superior.

--Carmen no usa el machete, sino una amoladora...

--Yo la quise llevar al extremo…

No se puede espoilear Catedrales. Piñeiro habla del “último” femicidio, al momento de la entrevista, que lamentablemente ya no es más el último. Se refiere a Brenda Micaela Gordillo, una joven catamarqueña de 24 años, asesinada por su novio. “El novio la puso en la parrilla y como no se quemaba bien la descuartizó. Lo mismo que en mi novela –dice Claudia-. Menos mal que el pibe no llegó a leer la novela…”

--¿La realidad imita a la ficción, a veces sin saberlo?

--Cuando vi la noticia, se la mandé a mi editora Julieta Obedman y le dije: “Menos mal que no leyó la novela”. Ella me dijo que el pibe no leyó la novela, pero que yo leí la cabeza de cualquiera que puede llegar a esta situación. ¿Por qué alguien descuartiza a otro? Laura Restrepo hizo una serie de reportajes para el diario El País sobre una mujer que descuartizó al marido. Restrepo empieza a visitar periódicamente a esta mujer y entablan una relación. La mujer estaba muy mal con el periodismo porque se habían referido a ella como un monstruo y no se consideraba ese monstruo. Laura, la última vez que la vio, le dijo: “yo entiendo perfectamente por qué mataste a tu marido, porque era un hombre violento, pero no entiendo por qué lo descuartizaste”. Entonces la mujer le dijo: “¿vos sos rica?”. Restrepo le dijo que no era rica, pero que tenía un buen pasar. “¿Tenés auto?”, le preguntó. Restrepo le dijo que sí. “Bueno, si vos matás a tu marido, lo subís al baúl y lo tirás en algún lado. Yo para sacar a mi marido muerto de mi casa la única alternativa que tenía era descuartizarlo”… Entonces pasás del horror del descuartizamiento a la practicidad. La mujer no descuartiza para gozar, sino porque es la única forma de deshacerse del cadáver. No tiene la perversión que uno le pone al acto de descuartizar. Es lo que intenté hacer con algunos personajes de la novela, que tienen una lógica de comportamiento que sienten ética, por más que uno de afuera diga que es una barbaridad. El que hace cosas que para uno son bárbaras no piensa que es una “mala persona”, excepto que sea una asesina serial que disfruta matando, que no es el caso.

--¿Cómo trabajás para contrarrestar el daño que generan los discursos contra el aborto?

 

--Cuando estuve en la apertura de la Feria del Libro justamente hice un llamado a los escritores. ¿Qué necesita la sociedad de nosotros, más allá de lo que escribimos? Un zapatero sabe hacer zapatos; un médico sabe curar; los escritores sabemos desarmar discursos, sabemos del valor de la palabra y podemos ponerlo en acción. Cuando aparece un discurso que está tratando de manipular, los escritores podemos desarmarlo.