Desde la ira de los dioses en el Olimpo hasta la tos de los bohemios en el invierno de París, la ópera siempre logró encontrar pretextos para, además de resolver triángulos amorosos, elaborar un estatuto de “verdad lírica” que llegó a ser más potente que la realidad misma. Todo intento de involucrar formas de realismo sería inútil, ante la evidencia de que al final es la realidad la que termina pareciéndose a la ópera. Un claro ejemplo es la Adriana Lecouvreur con que el Teatro Colón inaugurará este martes la temporada lírica 2017, y que comenzó a sonar hace varios días llenando de ópera la realidad. En un previsible colpo di scena, la soprano Angela Gheorghiou pegó el portazo y se bajó del cast. Fue el cierre de un primer acto que continuó con fuegos cruzados entre las partes. 

“Razones artísticas”, esgrimió el Colón, poco después de contratar a la cotizada soprano y anunciar su presencia con altilocuencia. “Razones contractuales”, expuso en   Facebook la diva en su diván. El preludio de la opereta había sido la deserción del director de orquesta italiano, Francesco Iván Ciampa, por “fuerza mayor”, lo que en el lenguaje de la ópera podría interpretarse como “voluntad divina”.    

Lo cierto es que mañana a las 20, esté quien esté, el Colón levantará el telón para ofrecer un título poco frecuentado: la última vez que Adriana Lecouvreur se representó en el Colón fue en la temporada 1994, y antes solo se había puesto en escena en 1948, 1951 y 1987. Un título que ninguno de los entrevistados por PáginaI12 duda en definir como “complejo”. 

Mario Perusso estará al frente de la orquesta estable y la soprano Virginia Tola, que en un principio integraba el segundo elenco, será la protagonista del elenco principal en las funciones de mañana, el sábado 18 y martes 21 -todas a las 20-, y en la del domingo 26 a las 17. 

Junto a Tola estarán Leonardo Caimi, como Mauricio, Conde de Sajonia que entre otras cosas tiene problemas con la justicia por sus deudas; y el barítono italiano Alessandro Corbelli como Michonnet, director de escena de la Comedie Francaise y en general buen tipo. La mezzosoprano búlgara Nadia Krasteva encarnará a la Princesa de Bouillon, alguna vez amante de Mauricio y su aliada política; el barítono Fernando Radó será el Príncipe de Bouillon, químico en los ratos libres y si le pinta amante de la insignificante Duclós; el tenor Sergio Spina será el abate Chazeuil; Fernando Grassi interpretará a Quinault y el tenor Patricio Olivera a Poisson. La soprano Oriana Favaro encarnará a la señorita Jouvenot; la mezzosoprano Florencia Machado a la señorita Dangeville y Sebastián Russo será el mayordomo.

En tanto, la soprano Sabrina Cirera será la Adriana del segundo elenco que actuará en las funciones del domingo 19 a las 17 y del sábado 25 a las 20, y que se completa con Gustavo López Manzitti, Omar Carrión, Guadalupe Barrientos,Lucas Debevec Mayer e Iván Maier.

La puesta de Aníbal Lápiz, que es el vestuarista, contará con la escenografía de Christian Prego, la coreografía de Lidia Segni y la iluminación de Rubén Conde. Mario Perusso estará al frente de la Orquesta y del Coro Estable del Teatro Colón, preparado por Miguel Martínez.

Estrenada en Milán en 1902 –en Buenos Aires se escuchó por primera vez al año siguiente en el Teatro de la Ópera, con la dirección de Arturo Toscanini– Adriana Lecouvreur es el título más celebrado de Francesco Cilea. En esta obra en particular el compositor calabrés supo desprenderse de los borbotones del Verismo y buscar horizontes más sutiles. La música refleja una refinada invención melódica, además del elegante manejo de la orquesta y alguna que otra idea traída del ámbito franco-alemán, como el empleo de temas recurrentes para señalar personajes o situaciones. 

Para Virginia Tola, que debutará en el rol de Adriana, se trata de un título que es más complejo en lo musical que en lo estrictamente vocal. “Adriana está más allá de Verdi, más allá del belcanto. Tiene algo de verismo, pero marcado por una línea francesa y sin embargo no es Puccini”, asegura la soprano. “Lo complicado son las partes recitadas, como la escena del monólogo de Fedra, que pide una manera de recitativo muy particular. También las escenas de conjunto, por la cantidad de personajes. Adriana tiene el ritmo de una ópera cómica”, observa. 

Tola asegura que su repentino  ascenso a protagonista del primer elenco no cambió sustancialmente su rutina de trabajo, aunque planteó otro panorama para la producción. “Comenzamos a trabajar esperando la llegada de la protagonista y del director, que al no llegar obligaron a un plan B. Yo aún en el segundo elenco tenía que hacerlo y estaba lista, por lo que mi calidad es la misma. El nivel lo marca uno con su trabajo. Por otro lado, la ausencia de Gheorghiu fue una decepción personal. Me hubiese gustado verla trabajar, porque yo soy cantante, pero también soy fan de la ópera. Hubiese sido importante para mí poder inspirarme con ella. Pero bueno, tuvimos que apelar a las fuentes de inspiración que vienen del trabajo. Cuanto más se ensaya, más lucecitas se te abren en la cabeza”.  

El aura suave y distinguida que Cilea otorgó al personaje de Adriana hizo de ella una heroína atractiva para muchas primedonne de la lírica. Gheorghiu supo ser una de ellas, sin dudas. Y antes lo fueron María Caniglia, Magda Olivero, Renata Tebaldi, la Scotto y Raina Kabaisvanka, que es maestra de Tola. “Cuando comencé a elaborar mi Adriana lo hablé mucho con Raina -cuenta Tola-. Ella es una diva, dentro y fuera de la escena, por lo que me inspiré mucho en la cantante, desde ya, pero también en la persona, en sus movimientos, en sus gestos”.

Adriana Lecouvreur termina siendo una ópera atractiva, a pesar de que el libreto de Arturo Colautti no logra reconducir a una síntesis apropiada para la ópera los enredos de la comedia de Eugene Scribe y Ernest-Wilfrid Legouvé en que se basa. Por eso una puesta de Adriana es siempre “difícil”, como la define Aníbal Lápiz. “Cuando me lo dieron me puse muy nervioso –asegura el encargado de la puesta–. Son muchos personajes, cada uno con un peso particular e innumerables entradas, como una gran telenovela. Todo el tiempo está pasando algo y eso hay que mostrarlo, pero de manera clara para que se entienda la interacción entre los personajes. El tema es ir delineando el ‘quién es quién’ en el desarrollo de la acción: quién es el príncipe, quién es el abate, quién es Michonet, quién es Adriana. Y dimensionar el peso de cada personaje para lograr un equilibrio”. 

“Mi puesta está ambientada en el barroco –continúa Lápiz–. No podría imaginarme a Adriana y su historia fuera la época de la comedia de intrigas, de las cartas, los venenos. Eso se presta para un vestuario suntuoso y preciso de un ámbito de vanidades. En este sentido, hasta el último figurante es tratado como un solista”. 

Los bastidores del teatro de la Comedie, una villa cercana al Sena, el palacio del príncipe Bouillon y la habitación de Adriana, son los cuatro ambientes en los que se desarrolla el drama. Lápiz adelanta que la puesta jugará con la idea de teatro en el teatro. “La escenografía con transparencias nos permitirá estar todo el tiempo en el escenario de la Comedia Francesa, hasta el final”, asegura y concluye: “la música está llena de evocaciones y prestarle atención a eso fue fundamental para imaginar cada escena. Eso lo aprendí con (Roberto) Oswald, en 45 años de trabajo compartido. Estamos al servicio de la música, ese debe ser el punto de partida”.