(Coordinadora Nacional de la Secretaría de Género de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT))

En la república de la soja, donde se le rinde culto al pacto de caballeros de las grandes corporaciones multinacionales que controlan la agroindustria de alimentos en el mundo, donde se convoca a Syngenta, empresa ligada al paquete tecnológico que vincula los alimentos con los agrotóxicos y sus consecuencias, a resolver el hambre, una pandemia viene a dar vuelta todo, a poner las cosas de revés.

¿Y qué se pone sobre la mesa? Sobre la mesa se ponen toneladas de alimento sano producido por miles de campesinos y campesinas que se ponen a disposición del Gobierno pero sobre todo del pueblo para sostener el abastecimiento de alimentos, para sostener un modelo que produce comida en un momento de crisis, miedos, tristezas y amenazas a nuestra salud. En definitiva, lo que ponemos sobre la mesa los trabajadores y trabajadoras de la tierra es un sistema de vida y desarrollo humano que implica la solidaridad en vez del individualismo, el bien común y el cuidado de la comunidad, en vez de la destrucción del planeta en favor de la acumulación de ganancias en unos pocos.

¿Queremos un ejemplo claro de sobre qué estamos hablando? Simple, retrotraigámonos al lunes 9 de marzo en el que mientras muchas marchábamos por los derechos de las mujeres trabajadoras, el 3 % de los empresarios más ricos de este país, los sojeros, guardaban sus granos porque no están de acuerdo con que en una Argentina donde hay hambre tengan que pagar un poco más de renta.

Porque si algo va quedando más claro en esta etapa, coronavirus mediante, es que necesitamos pensar otros esquemas de desarrollo de nuestras vidas que impliquen otras relaciones con la naturaleza, entre los hombres y las mujeres. Lo que va quedando claro es que en la Argentina hay alternativas, y es este “Otro Campo que Alimenta” el que viene desde hace varios años gritándolo a viva voz.

Este otro campo plantea la Soberanía Alimentaria como bandera, ser soberanos y soberanas de nuestras vidas, elegir qué comemos pero siendo conscientes de cómo se produce y en qué condiciones viven aquellas y aquellos que producimos estos alimentos. También plantea la necesidad del rol del Estado en el sistema alimentario, fundamental para no caer en la crueldad de que el que tenga dinero pueda comer bien, y el que no lo tenga, no.

Pero esto no sólo queda aquí. Este Otro Campo también dice que la Soberanía Alimentaria queda a la mitad sin la inclusión y la mirada de las mujeres productoras de alimento. Esas que decimos que hay una alianza fundamental entre el patriarcado y el modelo de negocios en la agricultura. Ese modelo que piensa a la tierra y a nuestro territorio como una fuente de recursos para afirmar su poder. Cuerpo–territorio decimos desde el feminismo campesino. Esa dupla nunca estuvo tan clara en momentos en que las consecuencias de la devastación de nuestro planeta por parte de esas mismas corporaciones, nos golpea en la puerta de nuestros hogares amenazando nuestras vidas. Nosotras, las trabajadoras de la tierra estamos desarmando ese pacto patriarcal, llamándonos a verlo, a descocerlo para cocer junto a otras y otros un modelo en el que el plato de comida esté hecho de acceso a la tierra y agroecología, soberanía y empoderamiento del pueblo, cuidado, amor y empatía.

Si vamos a poner el mundo de cabeza entonces bienvenida la construcción de un mundo que para comer no necesite al patriarcado. Acá estamos nosotras.