"Lo mejor que podés hacer es quedarte en tu casa", aconseja el presidente Alberto Fernández. Y como diría Charly: "Qué se puede hacer salvo ver películas". La plataforma del Incaa Cine.ar tiene una enorme variedad de films nacionales, donde se pueden ver producciones estrenadas en salas hace muy poco como Los sonámbulos, de Paula Hernández; Las buenas intenciones, de Ana García Blaya, y La sombra del gallo, de Nicolás Herzog, entre otras opciones recientes a tan solo 30 pesos. Pero esta plataforma también ofrece gratuitamente películas argentinas de todos los tiempos y géneros: comedia, drama, policial, documental, infantil, comedia romántica, terror, suspenso, comedia dramática, ciencia ficción, acción y animación, entre otros. Incluso se pueden ver súper clásicos como Luna de Avellaneda , con Ricardo Darín y Mercedes Morán, y Sol de otoño, con Federico Luppi y Norma Aleandro.

Soledades

Uno de los films recomendados es Las acacias, de Pablo Giorgelli, ganadora de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes 2011. Con sensibilidad, sutileza y mucho oficio, Giorgelli construyó una historia simple, pero, a la vez, intensa. Rubén (Germán Da Silva) es un camionero al que le cuesta comunicarse con los demás y que tiene un conflicto interior, producto de un motivo relacionado con la paternidad. Se gana la vida transportando acacias en un viejo Scania entre Asunción y Buenos Aires. Su soledad lo hace mostrarse siempre duro, metido en su mundo y parco. Un conocido le pide si puede transportar en unos de esos viajes a Jacinta, una mujer paraguaya que vive sola con su beba de cinco meses y que desea llegar a Buenos Aires en busca de un futuro más próspero. El comienzo lo muestra a Rubén muy reticente con su acompañante y hasta molesto con el llanto de la beba. Pero poco a poco va estableciendo un recorrido por su mundo interno, durante el tiempo que implica recorrer los 1500 kilómetros que realiza con esta compañera de viaje y su hija. Y vivirá un proceso que lo llevará a una especie de renacer.

En Al desierto, de Ulises Rosell, Valentina Bassi es Julia, una empleada del casino de Comodoro Rivadavia, a quien Gwynfor (Jorge Sesán), un operario descendiente de galeses, le promete un puesto administrativo en la petrolera donde trabaja. Pero, en realidad, se trata de un engaño y la secuestra. Desde entonces, el dúo comienza una travesía por el desierto patagónico, donde las condiciones climáticas son hostiles. Julia, que no tenía nada que perder en su vida, sin embargo padece también estar en un lugar que no eligió y con quien tampoco desea estar. Cuando ve que no puede separarse de ese hombre porque se perdería en la inmensidad de la meseta patagónica, comienza una convivencia difícil y contra el viento del sur que parece dominar a cualquiera que esté en esas circunstancias. Mientras se refugian en cuevas y construcciones abandonadas, la ausencia de Julia enciende las alarmas de la policía de la ciudad. Y el comisario Hermes Prieto decide ir tras los dos tratando de encontrar una marca que le permita dar con el paradero de la dupla.

La ópera prima de Emiliano Torres, El invierno, ganadora del Premio Especial del Jurado y la Concha de Plata a la Mejor Fotografía en el 64º Festival de Cine de San Sebastián, fue rodada en la Patagonia. La ficción parte del momento en que un viejo capataz de una estancia en la que se esquilan ovejas es despedido de su trabajo y un peón más joven toma su lugar. Esa confrontación generacional tiene como protagonistas al chileno Alejandro Sieveking y Cristian Salguero, quienes encabezan un elenco que se completa con Adrián Fondari, Pablo Cedrón y Mara Bestelli.

Las acacias, de Pablo Giorgelli

De convicciones y miedos

Hace muchos años, cuando Pablo Trapero no era un director de cine, sino un alumno del ciclo primario, tuvo la oportunidad de conocer los trabajos sociales que realizaban los curas de la escuela salesiana donde estudiaba, en el oeste del conurbano. Era un centro educativo donde también se refugiaban los curas tercermundistas en plena dictadura. Trapero pudo conocer de cerca esa labor de los religiosos que ayudaban a los pobres, diferenciados de la cúpula eclesiástica que apoyaba a los genocidas. Y siempre le retornaba ese recuerdo. Esa imagen borrosa de infancia funcionó, muchos años después, como el disparador de Elefante blanco, su séptimo largometraje. Este film protagonizado por Ricardo Darín y Martina Gusmán es un sólido retrato de la vida en las villas, sin estigmatizaciones, pero sin caer tampoco en la idealización.

Pocos cineastas tuvieron la posibilidad de debutar a lo grande con su ópera prima. Uno de esos casos fue el de Benjamín Naishtat, quien con tan sólo 27 años presentó su primer largometraje, Historia del miedo, en la Competencia Oficial del Festival de Berlín en 2014. Todo comienza en un verano con un calor sofocante en una Buenos Aires con cortes de luz. En un country exclusivo, Christian, un muchacho que corta el césped, es el único “del otro palo” que logra ingresar cotidianamente al barrio privado (es interpretado por Jonathan Da Rosa, uno de los bailarines del grupo Km 29, que participó en el espectáculo Los posibles, de Juan Onofri Barbato, luego llevado al cine por Santiago Mitre). Y Christian es el que conoce también el otro mundo: el de una villa cercana. Esa demarcación del “afuera” y del “adentro” le sirve a Naishtat (el director de la celebrada Rojo) para narrar los miedos que tiene cierta gente acaudalada ante una atmósfera amenazante y permanente, sólo por el hecho del miedo en sí porque no hay nada material ni concreto que se haya convertido en un enemigo de esos adinerados. Sin embargo, Naishtat no cae en el maniqueísmo y logra un potente thriller con elementos de terror, pero anclado fuertemente en la realidad social. Historia del miedo funciona, entonces, como una radiografía de una sociedad dividida que está siempre al borde de eclosionar.

Romances fuertes y soft

José Campusano suele contar historias crudas ancladas en el conurbano bonaerense. Vil romance tiene como protagonista a Roberto (Nehuén Zapata), un joven gay que se encuentra sin trabajo y vive con su madre y con su hermana. El muchacho entabla una relación con Raúl (Oscar Génova), un hombre de unos cincuenta años que lo seduce de una manera que Roberto nunca había experimentado. Ambos comienzan a convivir en casa de Raúl. Todo parece alcanzar una armonía hasta que Roberto conoce casualmente a César (Javier de la Vega) y lo lleva a la casa de Raúl cuando éste no está. Cuando Raúl se entera de la traición, comienza una espiral de violencia.

El intercambio de parejas (o “swinging”) puede resultar placentero para mentes abiertas y desprejuiciadas. O una pesadilla en otros casos. Este es el nudo del conflicto de Dos más dos, largometraje dirigido por Diego Kaplan que, en clave de comedia, aborda los comportamientos de las personas cuando deciden intercambiar sexo con otras parejas. Y el film lo hace desde cuatro actitudes posibles: la liberada, el superado, la curiosa y el prejuicioso. Estos roles son ejercidos por Carla Peterson, Juan Minujín, Julieta Díaz y Adrián Suar, respectivamente. Pero la característica que adoptan esos roles en esta ficción es que no son estáticos sino que, a medida que la trama avanza, las conductas de los personajes se van modificando. Entonces, la que parecía tan liberada, de pronto se vuelve bastante conservadora. Y la que no quería dar rienda suelta a sus fantasías, cree encontrar un posible estímulo para fortalecer su relación. Dos más dos juega con el sexo, pero va más allá de la mera anécdota de la práctica swinger para indagar, siempre en tono de comedia, sobre la lealtad y la fidelidad, las fantasías sexuales y los deseos de las personas, la comunicación en la pareja y, en un nivel más macro, sobre las idas y vueltas de las relaciones humanas.

Pasados los treinta y cinco años, para algunas mujeres el tiempo corre. Y mucho. Es que el mandato social dice que les queda poco en su reloj biológico para poder ser madres. Pero está claro que, a pesar de lo que se empeñe en señalar la sociedad patriarcal, una mujer no necesita ser madre para lograr la realización personal. Este es el tema de El padre de mis hijos, tercer largometraje de Martín Desalvo, con guion de Alejo Flah y Agustina Gatto. En tono de comedia, el opus tres del director de Las mantenidas sin sueños trata de desatar el nudo que tiene Eva (Mora Recalde) en su cabeza. Es que, a poco de cumplir los treinta y ocho, Eva es abandonada por su novio y se obsesiona con conseguir un hombre para que sea el padre de los hijos que quiere tener. En el camino se cruzarán un médico, un adolescente al que Eva le enseña a tocar el bajo y otros hombres. Pero su madre le marca los defectos que tiene, su padre trata de apaciguar los ánimos y su hermana es un poco la competencia y también la contracara de Eva.

El drama y la risa

Con una carrera consolidada como cortometrajista, Gonzalo Tobal, cineasta egresado de la FUC, debutó en 2012 con su ópera prima Villegas, que participó fuera de concurso en el Festival de Cannes. Esteban (Esteban Lamothe) y Pipa (Esteban Bigliardi) son dos primos que están distanciados desde hace tiempo. En apariencia, son muy distintos en su manera de vivir y de organizar sus vidas. Esteban se entera de que el abuelo de ambos falleció en General Villegas y junto a Pipa emprende el recorrido en auto a ese pueblo para estar presente en el entierro. Mientras Esteban está mentalizado en llegar, Pipa genera todo tipo de distracciones; la situación hace eclosionar una discusión entre ambos que se venía gestando desde el momento en que subieron al vehículo. Villegas empieza como una road movie y, poco a poco, va tomando carácter dramático (con humor incluido) para mostrar cómo ese viaje que emprenden los primos es también un recorrido interno por sus mentes. En definitiva, ese recorrido marca el pulso de sus emociones y genera reflexiones sobre los caminos de la vida que tomaron.

Daniel Hendler es el protagonista absoluto de Los paranoicos, de Gabriel Medina. Podría decirse que Luciano Gauna (Hendler) es un exponente de una generación treintañera en crisis. Además, es un guionista frustrado. Difícil de clasificar en un género estricto –lo más cercano sería una especie de “comedia melancólica”, pero la trama es lábil–, Los paranoicos muestra a Luciano Gauna ganándose la vida de algo que no le gusta y con el que tiene poco feeling: se calza un traje de muñeco en fiestas infantiles. Hasta que entra en escena un guionista exitoso: Manuel (Walter Jakob), amigo de Gauna, que triunfó en España gracias a la serie Los paranoicos, donde uno de los personajes está inspirado nada menos que en Gauna. Pero Manuel no llega solo a Buenos Aires, sino con su novia Sofía (Jazmín Stuart), que establecerá un sutil juego de seducción con el depresivo, amante de la marihuana. Otra de las características de Gauna es su personalidad indecisa pero, en determinado momento, deberá elegir y jugarse por algo que no conviene revelar.

Locura sin fin

La locura está representada en El gato desaparece, de Carlos Sorín. ¿Cómo? A través del personaje de Luis Luque: Luis es un profesor universitario, casado con Beatriz (Beatriz Spelzini) desde hace veinticinco años, al que un día, sin mediar ningún tipo de conflicto exterior, se le desata un brote psicótico, se pone violento con un colega y lo agrede. El hecho motiva una internación psiquiátrica y su salida –que es el comienzo del film– despierta más que una duda en su compañera: ¿estará recuperado Luis? ¿No volverá a cometer un incidente violento? Esos interrogantes parecen flotar en la conciencia profunda de Beatriz, quien se inquieta ante el regreso de su marido a la casa. Con el correr del tiempo, los temores se van acentuando en la mujer y hasta el gato le teme a Luis. Pero la idea de compartir un viaje a Brasil en pareja para olvidar lo sucedido, no logra refrescar a Beatriz del fuego del infierno psicológico en el que se sumerge su psiquis.