Frozen

El artista estadounidense Eric Oglander se llama a sí mismo un “coleccionista de estéticas”, fascinado con buscar objetos visualmente estimulantes, involuntariamente interesantes. Una afición caprichosa que, tiempo atrás, lo llevó a juntar fotos de espejos usados, a la venta online, que reunió en una cuenta de Instagram que devino sensación, exposición, fotolibro. Y que ahora ha tomado forma de flamante obsesión: la de dar con fotografías antiguas de muñecos de nieve, en blanco y negro, tomadas en forma casera amén de inmortalizar al “amigo más efímero del invierno”. Tiene cientos, de países como Estados Unidos, Ucrania, Bulgaria, Serbia, Hungría, Francia, donde niños y adultos -cuyas identidades desconoce por completo- muestran con orgullo sus heladas creaciones: algunas con bufanda, anteojos, sombrero; otras, sosteniendo en sus heladas manitas botellas o ramas; no falta, incluso, la que tiene por cabeza una bola de boliche, y así. Explica Oglander que, en su vasta mayoría, fueron tomadas a fines del siglo 19, comienzos del 20, para congelar por siempre algo que, lógicamente, no duraría demasiado: los muñecos de nieve, después de todo, se derriten; no así las imágenes con aires de inocencia, de memento familiar. “Hay una cierta integridad en el arte que se hace sin intención de que sea arte”, expresa este habitante de la ciudad de Nueva York, que aprecia especialmente la belleza accidental: la sobreexposición fortuita de una foto, un sujeto en pose deliciosamente incómoda… Además, a pesar de haber sido ensamblados por entretenimiento, ve en los muñecos una suerte de “fusión de arte popular”, “una práctica milenaria”. “Antaño, los inuit esculpían muñecos y animales de nieve para usarlos de target en prácticas de tiro”, ejemplifica el varón que encuentra profundo significado en su colección; en sus palabras: “aunque suene cursi, es una tradición que une la historia humana”. Tenga pipa o no.

Mal rollo

“Disgustados por el gesto de acaparamiento de papel higiénico que se extiende por el mundo, creamos este sitio para informar a las personas cuánto necesitan realmente y, así, ayudar a disminuir la escasez que están provocando”. Palabras de dos jóvenes británicos: el estudiante de desarrollo software Ben Sassoon y su amigo Sam Harris, ambos con residencia en Londres, que recientemente lanzaran a los aires internetianos How much toilet paper? Se trata de una sencillísima calculadora en línea que, a partir de una serie de parámetros ajustables, arroja ajustado resultado: cuántos días durarán los rollos acumulados por el confinado usuario. O más bien, los 5 millones de usuarios que, según el dúo dinámico, ya han consultado su portal. Anotando cuidadosamente la data que solicita el sitio para hacer su magia: de cuántos ejemplares de papel higiénico dispone la persona, cuántas veces visita el baño al día, número de hojas que usa por visita, número de hojas por rollo, cantidad de humanos en el hogar… En fin, algunas variables dispensadas por la dupla, que, conforme relata, inicialmente pensó la web como un chascarrillo, una broma simpática tras discutir acaloradamente si cambiarían sus hábitos sanitarios en la compleja época actual. “Al final, acabamos creando una herramienta genuinamente útil que ojalá ayude a educar a las masas y disminuya el desabastecimiento actual”, se despachan sobre el adminículo que tanto preocupa, a punto tal que no faltan quienes se preguntan si no estarán los rollos a punto de volverse moneda de cambio. En fin…

De voces -por muchos- desconocidas

“Siempre me ha resultado encantador escuchar cómo eran las voces de las estrellas de cine mudo. Algunos suenan como hubiese esperado; otros, en cambio, sí que me sorprendieron cuando las oí por primera vez”, anotaba recientemente Don McHoull, creador de la cuenta de Twitter Silent Movie GIFs, al presentar un clip de su propio acervo, editado con mimo, donde se corría ligeramente de su hacer habitual. Y es que, como buen y comprometido fan que busca contagiar su entusiasmo, Don comparte religiosamente joyitas en blanco y negro, escenas encomiables que no hacen sino corroborar lo que John Landis dijera años atrás: “Envidio el cine mudo de los años veinte y treinta, cuando los antiguos estudios eran fábricas de grandes películas. El cine, en realidad, no ha evolucionado nada. Todo fue inventado entonces”. Propuesta satélite, entonces, su video What Silent Star Sounded Like, que en vez de indagar en cintas sin sonido, reúne escenas donde efectivamente hablan actores y actrices que habían devenido celebérrimos sin mediar palabra. Sin repetir y sin soplar, en el minuto y medio compilado por McHoull, habemus voces de: Buster Keaton en Free and Easy (1930), Clara Bow en Dangerous Curves (1929), Harold Lloyd en Feet First (1930), Mary Pickford en Coquette (1929), Louise Brooks en Windy Riley Goes Hollywood (1931), William S. Hart en Tumbleweeds (1925), Lillian Gish en His Double Life (1933), Douglas Fairbanks en The Private Life of Don Juan (1934), por citar algunos ejemplos presentes. Que llegan con las pertinentes aclaraciones del susodicho fan: por caso, que el acento sureño de Pickford es impostado (era canadiense), y que la cadencia de Bow no fue -como suele decirse- su perdición: sus primeras pelis sonoras fueron bien recibidas por el público, aclara don Don.

Qué esperar cuando el arte está esperando (un bebé)

Dice la historiadora del arte Karen Hearn que, dos décadas atrás, mientras negociaba la adquisición de un retrato de 1595 de una mujer noble visiblemente preñada para los museos Tate, le cayó pesada fichita: que casi no había investigaciones sobre la representación del embarazo en el arte occidental. Entonces fue a por ello, estudiando, analizando, dando conferencias sobre un tópico del que se convirtió especialista. Tanto así que recientemente fue curadora de Portraying Pregnancy: From Holbein to Social Media, en el Foundling Museum de Londres (actualmente en parate por obvias razones, aunque puede consultarse el libro de la expo, a la venta online). Aborda la muestra 500 años de embarazos en el arte, especialmente el arte brit, a través de ínturas, caricaturas, pilcha, misivas, curiosidades varias (por caso, un pequeño modelo anatómico del siglo 17 de un bombo que incluye feto y órganos en su interior). Iniciado el recorrido, dicho sea de paso, con imágenes del siglo 15 de la Visitación, parte de la narrativa del Nuevo Testamento sobre la Virgen María, recalando en piezas contemporáneas: por caso, las icónicas pics que tomó Annie Leibovitz a Demi Moore y Serena Williams para Vanity Fair. Asegura Hearn que, aunque sí hay obras de embarazadas entre los siglos 16 y 17, son raras las representaciones desde entonces y hasta principios del siglo 20. Hay razones, asegura: “Gran Bretaña se convierte permanentemente al protestantismo después de 1558, cuando Elizabeth I llega al otro. El catolicismo privilegia la virginidad, pero Martín Lutero anota que una mujer encinta está en estado sagrado, preferible a la virginidad. Cuantos más hijos tenga, más bendecida será por Dios”. Lo cual no quita, según la especialista, que fuera un estado de tensión: muchas, después de todo, morían durante el parto. “Llegando al siglo 18, el embarazo ya no se representa”, advierte la mujer, señalando apenas algunos gestos que podrían indicar subrepticiamente el estado (una manita apoyada sobre la panza y sanseacabó). “Siquiera insinuar que una mujer era sexualmente activa era tabú”, explica la historiadora, y ejemplifica con el cuadro del reputado retratista Joshua Reynolds, que en 1772 quiere pintar a su esposa, Theresa Parker, y ella accede a regañadientes: que la eternice preñada, escribe ella en cartas, le parece “incorrecto”, una transgresión. A medida que avanza el siglo 20, hay más retratos creados por artistas femeninas. “Vemos a mujeres pintarse a sí mismas y a sus amigas durante el embarazo y, por supuesto, su punto de vista es completamente diferente”, comenta Hearn. Para pruebas, Electra, de la gran Jenny Saville, donde “las líneas se reproducen del mismo modo que se reproduce una mujer embarazada”. Dueña de una obra que quita el aliento, sus retratos de gran escala a menudo exploran la forma femenina de manera honesta, brutal; digna heredera de Lucian Freud, con quien a menudo se la asocia, patente su fascinación por las figuras carnosas, curvilíneas, invocando la palpabilidad de la carne, las extremidades anatómicas...