Cual maldición bíblica o castigo divino la peste azota el planeta y se ensaña allí donde hicieron primar medicina privada sobre salud pública, donde las políticas neoliberales destruyeron hospitales, encarecieron remedios y precarizaron a trabajadores de la salud, y donde los gobiernos decidieron priorizar los mercados antes que la salud de la población. Es una metáfora, los dioses no están enojados, simplemente la peste aprovecha las consecuencias de decisiones que favorecen su difusión.

Fue clara la línea divisoria entre los que decidieron proteger la economía por encima de las personas, como Donald Trump en Estados Unidos y Boris Johnson en Gran Bretaña, y los que decidieron priorizar la salud, como Alberto Fernández.

La decisión de ordenar una cuarentena apenas se conocieron los primeros casos tiene un costo económico alto. El gobierno de Mauricio Macri dejó al país en una crisis compleja y estas medidas pusieron freno a la recuperación y agregaron caída del consumo y de la producción, hicieron perder miles de puestos de trabajo y dejaron en el aire al mundo de la economía informal y al comercio.

Será difícil recomponer el daño producido por la epidemia y el que dejó el macrismo. La otra salida, la que supuestamente salvaba la economía, fue una ilusión costosa para las corporaciones norteamericanas.

La primera muerte por coronavirus se registró en Estados Unidos el último día de febrero y en Argentina una semana después. Pero allí ya hubo 1300 muertes y se ha convertido en el país con más infectados en el planeta con 83 mil enfermos.

En la Argentina de la cuarentena, casi en el mismo lapso hubo 13 muertos y 600 infectados. Incluso en relación con la cantidad de habitantes, la diferencia es abrumadora a favor de Argentina y seguirá acrecentándose.

La peste se convirtió en un impiadoso juego de la verdad: los que ponen a la economía y los mercados por encima de las personas y están dispuestos a sacrificar a los que sea necesario. O el opuesto, el que pone a las personas por encima de los mercados y prefiere salvar vidas para después recuperar lo que se pierda. Como siempre, el que apuesta a la economía termina destruyendo a las personas...y también a la economía. Los procesos de Estados Unidos y Gran Bretaña lo mostraron brutalmente.

Johnson dijo que el coronavirus era una gripe suave y ahora él fue infectado y está en la cuarentena que se negó a ordenar al comienzo de la epidemia. Y con tantos infectados, se extendió el temor y la gente se encerró antes de que las autoridades reaccionen.

La actividad económica en Estados Unidos cayó de la misma forma que en Argentina, con la diferencia que, en relación, aquí la epidemia pudo ser bastante contenida, mientras que en el Norte se expandió en forma masiva y letal. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio declaró, desesperado que la gran ciudad, la capital del mundo occidental, el centro financiero mundial, dispone de la mitad de camas de internación de las que necesita.

Cayó drásticamente el consumo que sostenía la formidable economía norteamericana, cayó el turismo mundial y ahora Trump enfrenta una crisis de salud y además una profunda crisis económica. Las corporaciones que siempre han sido enemigas del Estado, le exigen al Estado que sostenga la economía.

Trump aplicó una especie de Asignación Universal por Hijo que en Argentina fue descalificada por “populista” y porque “desinfla” el mercado de trabajo, pero que por suerte existe desde hace tiempo, porque de lo contrario habría que inventarla como tuvo que hacer Trump.

El Estado norteamericano está inyectando dos billones de dólares a su economía. Todo lo que decían que no había que hacer. Populismo estatal puro, según las mismas corporaciones que ahora le piden a Trump que lo haga.

En la sección economía del diario Clarin aseguran que en reuniones “secretas” de grandes empresarios se criticó la urgencia y la severidad de la cuarentena que decretó Alberto Fernández sin que se anuncie un plan económico con la misma urgencia. Dice que varios de los asistentes expresaron su preocupación por las consecuencias económicas que tendrá.

O es el anuncio de una operación de los grupos de poder económico ante lo que se viene después de la cuarentena o son ciegos a la realidad y no pueden ver que donde no se aplicó la cuarentena no se contuvo tampoco a la crisis económica. Porque se trata de un problema mundial. La expansión del virus en el mundo produjo recesión o parálisis concatenadas de país en país. Es una crisis global, igual que la pandemia.

No establecer las cuarentenas tiene un alto costo en vidas humanas y es muy poco lo que preserva a la economía de la crisis mundial y del instinto de preservación de las personas. Los gobernadores de los principales Estados de la potencia norteamericana declararon las cuarentenas por su cuenta, contradiciendo los consejos de Trump, porque la gente dejó de salir a las calles.

Los empresarios que habrían estado en esas supuestas reuniones secretas hacen bien en preocuparse porque ellos tendrán que asumir el esfuerzo principal en el proceso de recuperación. Jair Bolsonaro tampoco quiso medidas preventivas ante la epidemia para preservar la economía. Gracias a esa decisión perdió el respaldo de la poderosa central industrial de San Pablo y de los militares.

Su ex aliado, el gobernador del Estado de San Pablo, el conservador Joao Doria, una especie de Macri brasileño, anunció que desde el lunes el estado más rico de Brasil dejará de enviar aportes al Tesoro Nacional. Doria reclamó a Bolsonaro para que declare la cuarentena y el presidente lo maltrató con su estilo matonesco. Doria tiene el respaldo de CIESP, la poderosa central empresaria. La crisis dejó a Brasil con un gran vacío de poder por no tomar las decisiones que correspondían en el momento que lo exigía.

Acá los grandes empresarios critican por lo bajo porque no están satisfechos con las medidas económicas que se anunciaron. Pero los grandes empresarios brasileños, lo primero que reclamaron fue la cuarentena.

Según las corporaciones mediáticas locales, la intervención del Estado es populista, y “distorsiona los mercados”. Se cansaron de decirlo. Pero ahora las corporaciones norteamericanas reclaman estatismo, aunque “distorsione” los mercados, porque es lo único que podría reactivar.

La ecuación económica de fondo no está tanto en las medidas de emergencia, sino en el factor tiempo. El costo de la cuarentena es más alto cuanto más severa se aplique. Pero cuanto más severa, más efectiva y más corta, con lo cual se achica mucho lo que costaría mantener una cuarentena como la de Italia o la que tendrá que aplicar Trump con miles de muertos y decenas de miles de infectados.

Esa ecuación es la que aplicaron los dos países que hasta ahora tuvieron mejores resultados, como Alemania y China. Sin ser un técnico de la salud, es evidente que China se apoyó en una sociedad con una cultura de disciplina social y aisló rápidamente el virus con medidas mucho más drásticas que las que se aplican en Argentina. El costo fue muy alto, pero de corto tiempo. Y ahora está recuperándose.

Alemania apeló a su capacidad tecnológica, reaccionó con rapidez en forma preventiva y aplicó a nivel masivo cientos de miles de tests de diagnóstico con lo que se adelantó a los síntomas del virus y lo está conteniendo sin desbordar sus hospitales.

Según el Miami Herald, cada uno de esos tests de diagnóstico cuesta más de tres mil dólares en Estados Unidos. Según el Christian Drosten director de un hospital de Berlin, Alemania hizo 500 mil tests gratis por semana desde que empezó la epidemia. Miles de millones de dólares invertidos solamente en esa operación.

Estados Unidos ya viene perdiendo muchísimo más que eso. Los dos billones de dólares que inyectó apenas movieron el amperímetro porque no puede parar la peste que, además, ha frenado a muchas de las economías socias y subsidiarias de la suya. China empieza a recomponerse y Trump todavía está en la estacada. Y los empresarios argentinos tendrían que agradecer que esté Alberto Fernández al frente y no el gobierno de Ceos ineptos que respaldaron hasta el final.