El enfoque mediático dominante sobre la cuarentena hace foco en las clases medias. Los periodistas las integran, la casi totalidad de los medios comerciales se dirigen solo a ellas, sus anunciantes también.

Los minutos audiovisuales y el centimil dedicados a unos miles de argentinos varados en el exterior dan cuenta de una ponderación especial. Esa gente vale más que otra para los medios. Muchos discursos de funcionarios dialogan con el mismo target.

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El lenguaje denuncista escala. La invención del micrófono es ignorada por numerosos comunicadores que se desgañitan y señalan con el dedito a presuntos infractores. Si el Gobierno que ordena las medidas goza de legitimidad, si las fuerzas de seguridad están desplegadas y las fiscalías abiertas mayormente para eso… ¿es necesario o valioso que se fomente la rabia ciudadana? Se genera un riesgo en momentos de temor, desazón, en tantos casos soledad.

Linchar siempre está pésimo. Fomentarlo desde diarios, radios y tele constituye una incitación a la ilegalidad, la intolerancia y la violencia.

El servicio de comunicación mejoraría, opina uno, si informara con plena libertad y con el compromiso (auto fijado) de tranquilizar. O como piso, de no incitar a conductas antisociales.

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Los aplausos a los profesionales de la salud son una costumbre cotidiana, edificante, conmovedora.

Bueno sería que las autoridades y el empresariado del sector los complementaran con el reconocimiento concreto de sus derechos laborales, con la mejor protección a su salud, con equipamiento adecuado, con licencias razonables y pagas para papás o mamás con hijes a cargo. No las hay en todas las jurisdicciones.

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Merece una reverencia el acatamiento masivo a la cuarentena, en especial en barrios populares o villas. Los rodean uniformados (en ocasiones amenazantes o violentos), pero eso no explica la conducta popular de cuidado a propios y vecinos.

Contra lo que pregona la derecha dominante los argentinos más humildes (anche los aborrecidos “planeros”) son personas integradas que velan por su familia, por la educación de los hijos, por su salud. La marginalidad constituye una minoría.

La historia es ilustrativa aunque no espabila a los necios. Recordemos, de todas formas. La Asignación Universal por Hijo (AUH) sabiamente administrada por jefas de hogar, se volcó desde el inicio a la alimentación de la prole, al mobiliario, a la ropa. No se dilapidó por la canaleta del juego o de la droga.

La reciente tarjeta alimentaria hizo trepar el consumo de leche, carne y frutas. Progres a la violeta, coreanos del centro o fachos se indignaron preventivamente. Las mamás pobres los atiborrarán de gaseosas. Sabe menos que nosotros sobre cómo alimentar a sus críos. Empero, caramba, la plata es sabiamente administrada. Los chicos primero… cunde la sensatez.

El cumplimiento de las reglas actuales, más enojoso en proporción inversa al nivel de ingresos o de hábitat, revela compromiso y preocupación de toda la población.

Los ciudadanos más desvalidos cumplen la cuarentena mientras se cuidan en comunidad. En su barrio, que es su casa.

Volvamos al inicio. Los medios reproducen y exacerban un dato de la realidad. Las clases sociales existen y las conductas durante la peste van dejando peor paradas a las más poderosas.