¿Hay algo de lo que se puede estar seguro, en medio de la vorágine de miedo y desconcierto?

En estos días, horas, no en modo masivo pero sí creciente y continuo, comenzó a debatirse cuánto aguanta, acá y en todo sitio, “cerrar” la economía porque primero está la salud.

Eso es lo que decidió el gobierno argentino, y las líneas que siguen abordan con modestia esa sola determinación… aunque nadie podría decir que Casa Rosada se halla inerme respecto de intervenir en la economía.

La prevención de que los periodistas debemos guardar absolutamente siempre una distancia crítica con los gobiernos de turno tiene mucho de cinismo. Pero a uno también le pega, lo quiera o no. Sin embargo, el momento amerita que tiremos al diablo algunos preceptos de los manuales.

Lo digo por un texto que vi circulando en las redes y que dan ganas de hacer propio.

Sus alcances serían solamente locales. Va en potencial porque, de acuerdo con lo patético del nivel revelado por varios (no) líderes del mundo central, es susceptible de extenderse de acá para afuera.

Dice a grandes rasgos, con agregados personales, que de repente llegó este tipo, Alberto Fernández, a quienes algunos --ya no cabe inferir que muchísimos-- insisten en denominar como la marioneta K; como un boludo tripulado por la yegua a control remoto; como un preso de ese riesgo-país del que la inmensa mayoría carece de toda idea en torno de qué significa.

Un zaguero transformado en 9 y capitán, prácticamente desconocido, olvidado o fuera de registro hasta hace unos meses.

Un Presidente que no puede dormir o que lo hace de ratos, lleno de ansiedad y no por miedo a que no lo voten.

Este tipo que está uniendo a la Argentina y que de algún lado, de la galera que ni los liberales furiosos se animan a cuestionarle, sacó un mango más para los del fondo del fondo, para los monotributistas, para las empleadas domésticas, para los laburantes en negro.

Este tipo que le trabó a la medicina prepaga interrumpir sus servicios, dictaminando que por 6 meses --para empezar-- no pueden subir las cuotas.

Este tipo que ya señaló en todos los colores lo que les espera a vivillos formadores de precios y del que a ciencia cierta, visto nomás lo que subieron las frutas y las verduras, vale esperar ejemplaridad de control. Cuanto antes.

Este tipo capaz de haber dicho que entre las prioridades no está que comiencen las clases porque nadie, nunca, quedó afectado gravemente, ni quedará, si pierde un año lectivo. Que no es que vaya a perderse necesariamente (prevengámonos de los malos entendidos, que sobran). Pero, acordemos, hay que decir algo como eso y apreciar que en vez de un frívolo, un tarambana, un CEO, un empresario privado, lo apunta alguien en condiciones de ser un estadista.

En general, son voceros de derecha quienes afirman que el remedio será peor que la enfermedad; que frenar la economía casi por completo, recluyendo a la gente en la casa, terminará por provocar un estallido entre los sectores populares --e incluso medios-- de consecuencias aún peores que las del virus; que por eso no estarían tan locos personajes desagradabilísimos como Trump, o Bolsonaro.

Pero no son solamente parlantes del establishment los que largan eso. Si fuera así, se les desconfía y punto. Hay voces del progresismo, de respetabilidad intelectual, que en forma reservada se expresan en el mismo sentido. Con dudas, al menos. ¿Cómo hacen los hacinados que viven al día para guardarse en su casa? De allí que avance la idea de “quedate en tu barrio”. De segmentar el mensaje.

Lo que no debe entrar en interrogante es que la existencia de liderazgo político resulta clave para el rumbo tomado, y para los cambios que pudieran ser menester.

Cualquier crítica al Gobierno debe excluir la mala leche de acusarlo por marchas y contramarchas. Las que hubo y las que pueda haber son de táctica, no de estrategia, porque la estrategia es que primero está salvar vidas y ganar tiempo hasta que llegue la fórmula curativa.

Opinar lo contrario, desde la ciencia, los titubeos o el charlatanerismo, es perder de vista que primero está el imperativo de que la sociedad se sienta con una conducción firme. No hay ningún saber científico por encima de eso, en tanto y cuanto seamos conscientes de que la conducción, además de mostranza de autoridad, tiene buena voluntad solidaria.

Llevado al extremo por antítesis, para verlo por el ridículo y por aquello de lo imperativo de sentirse (bien) comandados: podría caerse --sólo por ejemplo, pero no un ejemplo menor-- en que, si hay participación de uniformados en el control de la responsabilidad pública, Alberto se transformaría en Videla.

Sí son para estar atentos las denuncias sobre aprietes en las barriadas de los conurbanos. Venimos del Dale que Va represivo contra pobres y marginados. Venimos de la Doctrina Chocobar. Venimos de primero tiro y después pregunto. Esa cabeza de las “fuerzas de seguridad” no se cambia de la noche a la mañana pero, de vuelta: ¿alguien en su sano juicio piensa que este Gobierno dejará actuar así como así a pistoleros con carnet institucional? Y si hubiera, como hay, demostraciones de que se pasan de rosca, ¿alguien cree que no tenemos anticuerpos entrenados para vociferarlo a los cuatro vientos?

Las crisis graves como ésta, ya se sabe, sacan lo peor y lo mejor de los individuos y del colectivo. De lo peor, ya que estamos, los que mejor vienen dando cuenta son los tilingos del egoísmo clasemediero, los que violan la cuarentena circulando como si tal cosa, los que mienten para qué salieron a la calle, los que militan el odio desde las redes.

Además, obvio, hay acciones conmovedoras para bien, para muy bien, en la franja de quienes tienen más recursos de defenderse. Emociona el respaldo a los trabajadores de la salud, emocionan los artistas, emociona salir al balcón a la noche para hacer ruido a favor de guardarse. Emociona cantar al sol como la cigarra.

Pero quede claro que lo peor no están siendo los habitantes de la emergencia permanente. No están siendo las villas, no están siendo estos negros de mierda, no están siendo los que están jodidos interminablemente. No están siendo ni lo serán.

Hay un sentimiento de unidad nacional.

La última vez que se vivió eso fue cuando la guerra de Malvinas y eximámonos de todo comentario sobre su final.

No sé sobre la ecuación costo-beneficio entre economía y salud, si acaso son variables incompatibles.

No sé sobre cantidad de camas y respiradores necesarios.

No sé si están bien las proyecciones matemáticas que dibujan tal cantidad de infectados y muertos según sean los escenarios optimistas o pesimistas, porque tampoco sé si puede trazar escenarios sin saber en la práctica cuál será el grado de responsabilidad, disciplina y urgencias sociales.

No sé si tiene razón la parte de la biblioteca que justifica entrar en cuarentena por eso de “aplanar la curva”.

No sé si la poseen  los investigadores que hablan de un “acoso científico-mediático”, que habría derivado en una paranoia inconducente y peligrosa.

No sé qué pasará en el conurbano bonaerense, sobre todo, si la capacidad de respuesta asistencial tiene fallas mayores.

No sé cómo se respetará la delgadísima línea que separa a fuerzas de seguridad, lanzadas a cuidarnos, de la seguridad respecto de que hay y habrá abusos.

No sé si, cuando la pandemia se vaya, estaremos frente a un cambio de época o ante una época de cambios.

Creo saber que una plaga de comunicadores, foristas, y lenguaraces de diversa estirpe, harían mejor si, por una vez en la vida, admiten que de demasiadas cosas saben entre poco y nada.

Y sí estoy seguro de que no nos gobierna el enemigo.