La creciente iba a estrenarse en salas comerciales a fines de abril, hasta que la llegada del temible Covid-19 a estas tierras pausó todos los planes hasta nuevo aviso. A casi dos semanas del inicio de la cuarentena, el film de Demián Santander y Franco González inaugurará el flamante “Programa de estrenos nacionales durante la emergencia sanitaria” con el que INCAA planea “garantizar el acceso al cine nacional para todos los argentinos”, según afirmó el comunicado del ente público. La norma permite que las producciones con estrenos pautados para el segundo trimestre puedan lanzarse en las fechas originales en el canal de televisión Cine.ar y la plataforma de streaming Cine.ar Play. “Hace unas semanas nos llegó esta propuesta, y nos pareció una oportunidad. Obviamente pensamos la película para ser vista en una sala, pero el cine es algo dinámico. Era una posibilidad para llegar a más gente, además de apoyar a la plataforma”, dice Santander sobre los entretelones que llevaron a que La creciente se vea este jueves a las 20 en Cine.ar TV y luego esté disponible en el sitio.

Estrenada en la Competencia Argentina de la última edición del Bafici, La creciente es un western ribereño que arranca con la llegada de Matía (Cristian Salguero, visto en La patota) a una isla del río Paraná, un lugar inhóspito donde impera la ley del más fuerte y la idea del Bien y el Mal están constantemente difuminadas, luego de una huida por motivos desconocidos. No es lo único desconocido aquí, pues el pasado de Matía es una auténtica incógnita tanto para el espectador como para los lugareños que lo reciben con miradas desconfiadas. En especial un hombre apodado El correntino, quien hace las veces de mandamás de la zona distribuyendo trabajo como leñador y arriero. Las cosas se complican cuando el recién llegado no tenga mejor idea que involucrarse emocionalmente con la muchachita (Mercedes Burgos, protagonista de la muy buena La niña de tacones amarillos) que vive junto al Correntino, iniciando así un peligroso triángulo de consecuencias inesperadas.
-¿Cómo llegaron a esa isla del Paraná?
Franco González: -Yo soy de la localidad de San Pedro, que está 180 kilómetros al norte de la Ciudad de Buenos Aires, así que más o menos tenía conocimiento de la zona. Nos parecía muy interesante porque es un paisaje sorprendente y muy diferente al del Delta del Tigre. Ahí es mucho más salvaje incluso cuando las islas están muy cerca del tercer cordón del conurbano. No hay límites interprovinciales ni luz eléctrica, es una zona muy inhóspita. Además, en medio de todo este proceso un amigo se armó un rancho y se fue a vivir ahí, por lo que pudimos tener más contacto con gente del lugar y conocer cosas que fueron nutriendo el guion.
.¿Ese amigo les facilitó el trabajo previo durante el rodaje?
Demián Santander: -Sí, porque ya conocíamos un poco la zona. Dimos algunas vueltas, hablamos con gente y buscamos lugares que pudieran servirnos en términos de logística.
F.G.: -La logística fue un gran desafío. Los productores pensaban que era muy difícil de hacer, pero nosotros los tranquilizábamos diciendo que teníamos gente conocida que podía ayudarnos. Si bien fue muy difícil grabar ahí llevando un equipo técnico y moviéndose en lancha, hubiera sido muy distinto si llegábamos siendo totalmente externos.
-En 2013 filmaron, junto a Julián Borrell, el documental Uahat, centrado en las comunidades wichís que viven a la vera del río Pilcomayo. Pareciera que tienen un interés especial por los lugares ribereños.
F.G.: -Ese documental lo grabamos cuando fuimos al Chaco Salteño y nos encontramos con todas las comunidades wichís reclamando por la falta de peces en el Pilcomayo. Y nuestra primera película es una road movie sobre un hombre que va viajando por la Mesopotamia y llega a Misiones. Es un poco casual, pero también tiene que ver con que siempre grabamos en exteriores. Todavía no nos sale una historia urbana. Incluso ahora estamos pensando una sobre alguien que se va de viaje a Formosa. Hay algo que tiene ver con el exterior y la naturaleza que nos convoca.
-Durante toda la película flota un misterio alrededor del pasado y la identidad de Matía. ¿Qué aportaba dejar todo ese bagaje fuera de campo?
F.G.: -Desde el primer momento pensamos que dejar todo eso fuera de campo aportaba un misterio extra. Es evidente que alguien lo está buscando, porque la película arranca con él huyendo, pero es interesante que no se sepan los motivos. En ese sentido, en San Pedro se sabe que hay mucha gente que llega escapando de algo y se mete en las islas para esconderse. Y ahí no los encuentran más. Nos interesaba contar la historia de un chico con un pasado marginal y pensar qué posibilidades de futuro puede tener en ese contexto.
D.S.: -Sí, y también ver qué sucede cuando entra en una dinámica social totalmente ajena. No nos importaba su historia, sino qué pasa cuándo empieza a romper relaciones ya establecidas. De algún modo, Matía encarna nuestra mirada externa de la dinámica de la isla.
-En las notas de prensa escribieron que no querían caer en el registro de la belleza del lugar. ¿Por qué?
D.S.: -Esa era una de las premisas. Uno tiene una mirada medio porteña que lo puede llevar a decir “qué linda la isla, qué lindo vivir ahí”. Pero cuando estás unos días te das cuenta que es un caos, pura naturaleza, todo muy crudo y con una ausencia absoluta del Estado. Ahí se atrofia la moral, la idea del Bien y el Mal es muy distinta. Hay otros condimentos culturales, otros códigos que chocan con lo que se trae de afuera. Es un darwinismo social que lleva a que muchas cosas se resuelvan directamente a los tiros.
F.G.: -Hemos escuchado casos de personas que para cobrar la Asignación tenían que mandar a los hijos hasta Baradero pero ni siquiera tenían plata para la nafta de la lancha. Nos parecía fundamental quitarle romanticismo. La visión prístina de la naturaleza nos la vendió Disney y Nat Geo, pero no es así.
Es interesante el contraste entre los espacios abiertos y la atmósfera opresiva del relato y la tensión entre los personajes.
D.S.: -Era muy importante filmar en invierno porque necesitamos los colores de esa estación y sobre todo que los actores sintieran el frío para captar ese dramatismo. La cámara en mano responde a que queríamos una cámara viva y un espectador que esté ahí. Por eso no hay cortes internos en las escenas. Y claramente queríamos usar los espacios exteriores porque, además, la gente está muy poco dentro de sus casas. Son ambientes muy chicos y, por lo tanto, las dinámicas familiares son distintas.
-A todo eso se suma la creciente del título, algo que refuerza que los peligros provienen no solo de la dinámica social sino de la naturaleza.
D.S.: -Es que es así, el río es una amenaza todo el tiempo. Nosotros postergamos un año la grabación, y durante ese tiempo el nivel del agua marcó un record histórico y se llevó un montón de casas. Además, la gente no tiene dónde ir cuando sube.