Estaba ya pensando en esta nota, cuyo tema era el reemplazo de los próceres por animales autóctonos en los billetes de los pesos argentinos, cuando ganó Trump. La última noticia en relación a los billetes fue que el de mil pesos, que se emitirá el año próximo, será ilustrado con un hornero. Lo que pensaba sobre el corrimiento de la historia y su reemplazo por imágenes “neutras”, es que bajo ese simple movimiento de diseño late la entronización del dinero por sobre la política, que no es otra cosa que lo que, en perspectiva, relata la historia, cualquier historia de cualquier país. El triunfo de Trump, el miércoles, provocó una conmoción global y un azoramiento general frente a algunas recientes decisiones populares –la opción por el Brexit en Gran Bretaña, la opción por el NO en el plebiscito por la paz colombiana–, se inscribe en ese síntoma global, específicamente con los votos coronando la incorrección política y la voluntad descarnada de decir cosas indecibles para los demócratas y hasta para los republicanos, o sea los “políticos”. 
El triunfo de Trump lo primero que abre es la compuerta del consumo del habla sórdida y el instinto bajo. No son comparables las situaciones internas de ambos países, Estados Unidos y la Argentina, pero sí están unidos, presidente en ejercicio y presidente electo –vinculados desde hace décadas por negocios– en la ola del dinero como primer ministro del mundo. Discursivamente, a nivel global, los dos modelos de mundo posibles hoy los antagonizan, Trump por un lado y por el otro el Papa. Trump emerge con un nacionalismo insolidario y el concepto de un país como una unidad individual que debe salvarse a costa de los otros, mientras el Papa referencia a los movimientos sociales del mundo y desde el Documento de Aparecida predica contra la entronización del Dios dinero.       
Que aquí hayan reemplazado a los próceres por animales autóctonos en los billetes no significa, desde luego, que sientan respeto por los animales. Más bien, indica que no están dispuestos a confrontar lo que hacen ellos con lo que hicieron los hombres y las mujeres que dieron los pasos fundamentales y tomaron las decisiones necesarias para hacer de este vasto territorio una nación. El gobierno de las corporaciones tiende a la implosión de las naciones. Tiene vocación de buitre. No es la naturaleza en general, como parecieran querer decir esos billetes, lo que pone en valor este régimen que ha suspendido garantías constitucionales de hecho. Esto incluye a la naturaleza, ya dispuesta para ser depredada tan ferozmente como el tejido social y productivo argentino. Los animales en los billetes indican literalmente lo que expresan tantos de sus actos de gobierno, y es la vocación refundacional del PRO, inspirada en la vocación refundacional de la derecha restauradora, que en sí misma y enunciada así, ya es una frase hecha. Lo que expresa esa derecha, nueva, descarada, ultra poderosa, es que hoy lideran el mundo muchos líderes que a pesar de que ganan elecciones detestan la política y la quieren mandar al olvido. Si el dinero gobierna el mundo, esta obscenidad pone en el cenit a los dueños del dinero y sin intermediarios que tengan que mentir, como mintieron hasta ahora los republicanos y los demócratas. El sistema del lobby, institucionalizado en Estados Unidos, dio ese fruto: si pagando campañas de legisladores gobernaban en las sombras, Trump encarna ese sinceramiento. Han convencido a la opinión pública de que en política todo es fachada, y que es preferible la crudeza de la verdad. Esa lógica es tramposa, claro. La verdad no tiene por qué ser una rendición incondicional de aquellos que viven de sus trabajos ni de aquellos que tienen otras convicciones. Pero algo ha sucedido que hasta hispanos y latinos prefieren atenerse a aquello que no se puede cambiar. Obama deja ese sello: cambiar es imposible, aunque esa falsa idea encubre otro tipo de verdad, y es que Estados Unidos nunca pudo reponerse de su propia crisis de 2008 y, agotada la estrategia de la unión contra el terrorismo, busca reorganizarse a través de otros miedos y otros chivos expiatorios. Ahora el “fuera de control” del capitalismo se explica más fácil.  
En la Argentina, mientras tanto, el macrismo vuelve a plantear la reorganización nacional. El negacionismo sobre el genocidio avanza y a pie firme. Ya han dado “oficialmente” una cifra de desaparecidos que no tiene por objetivo precisar, sino confundir, desdimensionalizar, ensuciar la lucha por los derechos humanos que en este país fue respaldada por el Estado durante los últimos doce años. Van por el desmantelamiento de esa conciencia, que es uno de los motivos que nos enorgullecían hace un año. Como el esplendor de la ciencia argentina. Como el florecimiento de las universidades públicas, Como el Conectar Igualdad. Como el plan Fines. Como la aceptación de la diversidad cultural, sexual, ideológica. Como las bocas con todos los dientes. Como la industria nacional. Como la capacidad de ser buenos anfitriones y tener hermanos.           
Los animales en los billetes hablan de la necesidad de tirar la historia a la basura, porque todos los próceres de todos los países del mundo encarnan un relato de independencia, y los billetes, elevados ahora ellos mismos y per se al rango del fetiche de la época, no liberan, ahora sojuzgan. Ya no se ganan con el sudor de la frente, aunque los dueños del dinero hayan llegado al poder con la mentira de la preeminencia del inmigrante de principios del siglo pasado por sobre cualquier inmigrante limítrofe actual, y con la mentira de la meritocracia. Todo eso era y es, incluso en boca de Pichetto, el relato de la derecha de siempre, de otra vez sopa, nuestra infancia, nuestra adolescencia, era Porcel tocándoles el culo a las gatitas, era la falta de empatía con el sufriente, era que acá es pobre el que no quiere laburar, era Susana Giménez diciéndole “qué divino” a Menem cuando él decía que es mejor ser mujeriego que puto, y era Mirtha Legrand diciendo “como te ven te tratan”. Ese país era horrible y ha vuelto a ser horrible. Milagro Sala sigue presa. 
Los billetes con animales son billetes que pretenden no ser argentinos, sino billetes globales, como un muestrario de fauna al servicio de quien dé más por ella. Los billetes son folletos. Los billetes no se ganan: se evaden, se trafican, se pagan en pila por videos de cuatro minutos ya hechos y ya vendidos por voceros que a la sazón trabajan de periodistas, se donan en sobres de  papel madera, se convierten en dólares que se pagan a los buitres, se dibujan en las declaraciones juradas, se reparten arriba y se sacan de abajo, donde el consumo ya cayó un 8 por ciento en menos de un año. No es que apenas hayan cambiado la estética de los billetes: cambiaron su lógica, su representación simbólica, su distribución, su vínculo con el trabajo.
Lo que viene es un misterio. Trump dijo que desmantelará la Alianza del Pacífico, ese engendro extractivo por el que iba Hillary. Conviene no entusiasmarse. Puede haber mentido él también. Lo que proponga jamás nos convendrá. Nunca les convendrá a los pueblos aquello que no se puede explicar políticamente sino en base chistes de Fox o a mitos originados en el Lejano Oeste norteamericano, donde regía la ley del rifle. El dinero ha comprado a tantos dirigentes políticos que hoy los dueños del dinero dicen: miren la mierda que son. No les falta razón. El equívoco es pensar que el mundo puede prescindir de la alta política para dirimir sus conflictos, y que el arte de distribuir bienes escasos en base a una concepción ideológica puede ser reemplazado por un buen falo de color verde dólar, aunque Trump seguramente no llegará tan lejos como para volar a Washington para reemplazarlo por un búfalo.